María Guillén (Estamos a tiempo)




ESTAMOS A TIEMPO


Era viernes por la noche, las once y cuarto concretamente, y ya estaba metido en la cama. Mi mujer dormía desde hace media hora, ya que había vuelto tarde del trabajo. Todavía era pronto para irme a dormir y no tenía sueño, encendí la televisión y no había nada interesante, así que cogí el móvil y entré en Instagram. Mientras que veía las nuevas publicaciones me apareció un anuncio de un perfil de una chica.

Leí el anuncio que decía: “Si te gusta ver la puesta de sol en la playa tomando una copa de champán, cenar a la luz de la luna, y esperar juntos el amanecer, escríbeme.” Tras leer el anuncio, lo único que pude pensar en ese momento era en mi mujer, la miré y vi que seguía dormida y pensé en los 18 años que llevábamos casados. No se me pasó por la cabeza escribir a esa chica, ya que estaría engañando a mi mujer.

Pasó el fin de semana y llegó el jueves, esa semana se me estaba haciendo eterna y no sabía por qué. Había entrado en un bucle desde hace tiempo: me levanto, desayuno, voy a trabajar, llego a casa, ceno y me voy a dormir. Hacía mucho tiempo que no pasaba nada interesante en mi vida, y quería que eso cambiase.

Le di muchas vueltas a como salir de la rutina en la que había estado sumido todos estos años, y pensé que la razón de esta rutina era el matrimonio. 18 años son muchos, y quieras o no, al final tu vida se convierte en una monotonía. A lo mejor mi mujer también había pensado todo esto de la rutina, pero no le quise preguntar.

Decidí irme a dormir y que al día siguiente buscaría una solución. Era viernes por la noche otra vez, por fin había acabado la semana. Después de cenar me quedé en el sofá leyendo un libro, y cuando me estaba quedando dormido cogí el móvil y casi sin pensarlo me vi metido otra vez en Instagram. Según entré en la aplicación me apareció automáticamente el anuncio de aquella chica. Lo volví a leer y me vi reconocido en lo que ella pedía.

Tras reflexionar si debería escribirla o no, justo pensé que esa era mi oportunidad para escapar un poco de la rutina. Me metí en su perfil y escribí el siguiente mensaje: “Hola, he leído tu anuncio y te escribo para decirte que me encantaría cenar contigo a la luz de la luna, ver la puesta de sol en la playa y esperar toda la noche hasta volver a ver el sol por el otro lado. Creo que yo soy la persona que estás buscando.”

Sin saber por qué me sentí eufórico mientras que estaba escribiendo el mensaje, aunque por un instante pensé en como se sentiría mi mujer, o como se lo tomaría si se enterase. ¿Lo envío o no lo envío? No sabía que hacer, estaba muy confuso. Tras pensarlo unos minutos pulsé el botón de enviar, se me produjo un cosquilleo en el estómago. Igual era porque no debí enviar el mensaje, pero bueno, lo hecho hecho está.

Me fui a dormir, y al día siguiente al despertarme lo primero que hice fue coger el móvil para ver si la chica había contestado mi mensaje. Al encenderlo no me apareció ninguna notificación, entré en Instagram por si acaso y vi que había leído el mensaje. Igual me había precipitado al escribirle porque ahora lo pienso y ¿quién va a querer quedar con un desconocido?

Me arrepentí de escribir el mensaje, porque aparte de que no me contestó, no me gusta engañar a mi mujer.

El lunes mientras que estaba leyendo un mail en la oficina me llegó una notificación de la chica del anuncio. Ya había perdido la esperanza en que la chica me contestase, ya que habían pasado dos días desde que leyó el mensaje.

Leí lo que decía: “Me encantaría quedar contigo.” Inmediatamente le respondí que quedásemos en el bar Mayflower este viernes.

Esa semana se me pasó más rápido que nunca. Pronto llegó el viernes, y agradecí que al llegar a casa mi mujer todavía no había vuelto de trabajar, porque entonces no le tendría que dar ninguna explicación, de adonde iba o a que hora volvería, además de que no se si hubiera tenido valor para irme estando ella en casa.

Me preparé, cogí el coche y fui al bar, aparqué al lado y entré. Me sentía vivo, hacía demasiado tiempo que no me sentía así. Habíamos quedado a las 10, y ya eran las 10:15 y la chica no había llegado. Me pedí una cerveza mientras ella llegaba. Esperé 15 minutos más y seguía sin aparecer, pedí la cuenta y mientras estaba sacando la cartera ella apareció.

Me sorprendió muchísimo, estaba más guapa que nunca. Sí, era mi mujer. Se acercó a mi y me dijo: “No sabía que te gustaba ver la puesta de sol en la playa.” Y yo le contesté: “Ni yo sabía que te gustaba cenar a la luz de la luna.” Nos cogimos de la cintura, nos besamos, y salimos del bar mientras yo le decía: “Creo que tenemos toda la noche hasta que salga el sol.”

María Guillen, 2ª evaluación. Enero de 2020



























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