Itziar Asua (Volverte a ver)


 

VOLVERTE A VER


Estaba feliz porque por fin iba a ver de nuevo a mi hijo, aunque fuesen solo 2 minutos era suficiente, con tal de verle, abrazarle y estar con él. Después de estar dos años sin verle a 700 kilómetros y a 7 horas de viaje, esos dos minutos para mi eran más que suficientes.

 

Todo empezó dos años atrás cuando tuve que hacer el mayor sacrificio de mi vida, tuve que dejar ir a lo que más quería, porque por mucho que quisiese a mi hijo era más importante para mi que tuviese una buena vida, un buen futuro y quedándose conmigo en ese pequeño pueblo todo lo que quería darle era imposible. Cuanto más mayor se hacía más claro me quedaba que en algún momento de su vida iba tener que dejarlo ir. Pero este momento no llegó cuando yo me lo esperaba. Sobre todo, no me esperaba que fuese mi hijo muy decidido el que viniese a mí, diciendo que quería irse. Que el no iba a poder ayudar a la familia quedándose en el pueblo, que quería irse de allí, trabajar y así poder ayudarnos económicamente. Él me decía que quería tener mas oportunidades en la vida, para que pudiese tener un mejor futuro y ayudarnos a nosotros. Mientras me decía esto mi corazón iba rompiéndose, yo no podía imaginarme el vivir lejos de mi hijo, y sobre todo la idea de no saber cuándo iba a poder volver a verle. Para mi era como si el mundo se me estuviese cayendo encima, pero en el fondo yo sabía que la decisión que estaba tomando era lo mejor para él, por mucho que me doliese su vida iba a mejorar en Estados Unidos y él ya era mayor para decidir lo que quería hacer, y su decisión de abandonar a su familia para darles un mejor futuro y una mejor vida me demostró lo bien que lo había criado. Por lo que mi única solución fue demostrarle mi apoyo y decirle lo mucho que le quería y sobre todo agradecerle el sacrificio de irse a vivir fuera para ayudarnos. 

 

Llegó el día en el que mi hijo se tuvo que ir, todo fueron lloros, ese día fue como una pesadilla, el cruzaba la frontera y yo me quedaba en el pequeño pueblo sin saber cuándo lo volvería a ver, mi hijo se iba a vivir a otro país en el que se habla un idioma diferente, con diferentes culturas y tradiciones, con la incertidumbre de su bienestar en un país extranjero. Desde ese día estuve viviendo con ansiedad, para mi fue como perder una parte de mi corazón. Pudimos mantener la comunicación, le llamaba para saber como estaba, pero estas llamadas no reemplazaban un abrazo o un beso. La distancia se nos hizo muy dura a los dos, fue una experiencia difícil para ambos.

 

Después de dos años alejados, me dieron la oportunidad de ver a mi hijo durante dos minutos en la frontera que está entre La Ciudad Juárez y Texas. Para mi esta noticia fue como un alivio, como volver a ver la luz después de un largo camino de oscuridad, como si después de dos años todo fuera a mejorar y por fin tenía un motivo para sonreír. Todo lo que habíamos sufrido mi hijo y yo al estar separados, al solo poder hablar unos minutos al día por teléfono. Todo este sufrimiento iba a desaparecer, porque iba poder verle y demostrarle todo lo que le quiero y decirle lo mucho que yo y su familia le agradecemos todo lo que está haciendo por nosotros, para que tengamos una vida mejor. Ese día no iba a ser yo la única que abrazaba a mi hijo, sino que 150 familias más iban a ver a un ser querido en la frontera, muchos inmigrantes que se fueron de México en busca de una vida mejor se iban a reunir con sus familiares. Solo podía ver a mi hijo durante dos minutos, pero eso me bastaba, yo lo único que quería era verle y estar con él.

 

El día llegó, cuando llegué a la frontera, había una mezcla de sentimientos, felicidad por los rencuentros de las familias, pero a la vez tristeza porque después de esos dos minutos se tendrían que separar de nuevo. Yo estaba feliz porque iba a ver mi hijo de nuevo, así llegue muy ilusionada y dispuesta a aprovechar eso dos minutos de la mejor forma posible. Cuando vi a mi hijo al otro lado de la frontera a punto de cruzar una sonrisa me invadió la cara y sentí una emoción increíble que me salió en forma de lloro. En esos dos minutos le dije que siguiese trabajando que lo estaba haciendo muy bien y que le ‘‘echase ganas’’, porque en México estábamos todos muy orgullosos de él y por lo que estaba haciendo por la familia, también le dije que agradecíamos mucho su sacrificio. Le abracé y le dije lo mucho que le quería. Esos dos minutos se acabaron y yo no quería despedirme de él. Estaba feliz porque le había visto, pero al mismo tiempo deseaba que le pudiese ver durante un rato más. Estaba agradecida de tener la oportunidad de verle. En la despedida lloré mucho y mientras mi hijo se alejaba más y más, me volvió ese sentimiento de tristeza de la primera despedida, un sentimiento que no podía explicar, porque era un dolor que pocas veces se sufre, un dolor muy fuerte, pero tuve que ser fuerte porque mi hijo se iba en busca de una vida mejor.

 

La vida siguió y yo tuve que vivir lejos de mi hijo. Años después lo pude ver otra vez y cuando le vi todo seguía igual y lo seguía queriendo igual. Porque por muy lejos que estuviésemos el uno del otro nada cambiaba, porque teníamos una relación especial. Mi hijo me ha enseñado una de las lecciones mas importantes, no importa lo mucho que te duela hacer algo o lo mucho que te cueste si haciendo eso vas a hacer feliz a tu familia y a tus seres queridos es lo importante, porque la familia es lo mas importante que hay.

 

FIN.

 

 

 

 

 

 

                                                                                                Itziar Asúa, 1ºB, 26 de octubre 2024

 

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