El Marchante de Arte
Me llamo Wiliams
Forther tengo 40 años y vivo en una de las zonas residenciales de Whashington.
Esta es mi historia, mi relato, como de la nada llegue a ser el marchante de
arte más reputado de norte de los EEUU y….
Yo nací en un pequeño
pueblo de Salem en el Estado de Oregon, la industria maderera era el sustento
de mi familia y por consiguiente la herencia que mi padre me dejaría en vida. Éramos
5 hermanos y yo el único varón, pobre
y sin recursos, con 14 años deje mis
estudios y empecé a trabajar en la empresa, en la que mi padre como yo, había
comenzado a trabajar a una temprana edad. Corría el año 1920, cuando por
primera vez dejé mi pueblo para trasladarme a la fábrica maderera cerca de la
capital y permanecer allí una temporada hasta que conociera el oficio.
Al llegar a Salem quedé
fascinado por el bullicio, las tiendas la gente los coches de caballos allí
descubrí el primer coche, el del Sr. Polter dueño de la empresa maderera
heredero de un gran imperio creado por su abuelo.
Era un hombre refinado
enamorado del arte y de la belleza, no se había casado nunca y la única pasión
que se le conocía era la pintura.
El Sr. Polter conocía
bien a mi padre, le apreciaba y confiaba plenamente en él, es por ello que
quiso que yo conociera a su jefe, porque
aunque mi padre era un hombre rudo y sin estudios había observado en mi ciertas
habilidades con el pincel y el retrato.
Era un sábado soleado de septiembre cuando
llamamos a la puerta de la mansión de la Familia Polter, nos abrió la
señora Angela Merkel su ama de llaves, una mujer de origen alemán y
cuyos rasgos confirmaban que ni siquiera aún joven había sido bella. Enjuta en
su traje gris nos miró con desprecio (no le gustaba la gente que venía de fuera
a quitar el trabajo a los ciudadanos de Salem)
tenía el poder absoluto en la mansión y todas las decisiones que se
tomaran en la casa debían tener su aprobación.
Si apenas mediar
palabra nos pasó a una pequeña sala, en la mesa un papel y un lápiz, y sentado
en un gran sillón de oreja, el Sr. Polter apuraba el tabaco de su pipa.
Buenos días mi querido
David, ya veo que esta vez viene acompañado.
Y ¿a quién tengo el placer de tener en mi casa? dime pequeño ¿cómo te llamas?
Buenos días Sr. mi nombre es Wiliams Forther, tengo 14 años y vengo a aprender el
oficio, conocer la madera, amarla y servir en la fábrica como hasta ahora ha
hecho mi padre.
¡Caramba David!, no se
puede negar que es hijo tuyo un muchacho muy educado, pero pequeño, ¿es que tu
padre no te ha explicado porque te ha traído a mi casa? Mira ese papel y ese
lápiz quiero que me hagas un retrato, quiero comprobar si realmente eres tan
bueno como dice tu padre, rápido fíjate en mis facciones dibuja lo que veas, ¡pinta,
pinta!, quiero ver como lo haces.
Sin entender ni
una sola palabra y mirando complaciente a mi padre empecé a esbozar el que
sería el retrato del Sr. Polter me fije en sus ojos, su nariz, su pelo, sus
pobladas cejas, una marca que tenía en la mejilla, tuve tiempo de estudiar todas sus facciones y
en menos de 10 minutos su retrato estaba terminado. El Sr. Polter se levantó
cogió el papel, lo miró, miro a mi padre y simplemente le dijo.: David tu
muchacho no puede ser maderero, yo no tengo hijos, nunca disfruté de una
familia pero, te aseguro que si tú me lo permites haré de este muchacho un de
los más reputados pintores de esta ciudad y porque no de todo el Norte de los
Estados Unidos.
Desde ese
instante el Sr. Polter se convirtió en mi mentor, comencé a cultivar mis
modales. Durante tres años viaje acompañado siempre de Madame Melani, mi institutriz una joven de
exquisitos modales que me enseñó la pasión por la lectura, plasmar con mi
pincel la belleza de los rincones más maravillosos
de las ciudades más bellas del mundo, París,
Londres, Roma sus museos, su arquitectura.
Tres años
apasionantes en los que terminé perdidamente enamorado de Melani, quizás lo
supo siempre, quizás por ello una noche en Londres después de un largo día y de camino al hotel me pregunto: Querido
¿Cuántos retratos me has hecho durante estos 3 años? no supe que responder.
Ella sonrió se
acercó y susurrándome al oído me dijo hoy me pintarás y será la obra más bella
de tu próspera carrera.
Ya en la
habitación y en apenas un instante mi institutriz Madame Melani se encontraba
desnuda ante mí, yo nunca había pintado un cuerpo desnudo, había visitado museos, estudiado cada trazo, el
claroscuro, los cuerpos, las sombras, los matices su significado.
Observe con detalle su cuerpo, en apenas 5 minutos recordé todas las
lecciones de arte que ella me había enseñado,
le dije que se tumbara en la cama, que tapara parte de su cuerpo con la
sábana, que mirará hacía la luz que se reflejaba en la ventana y, en ese momento justo antes de comenzar a pintarla me di
cuenta de que mi formación había terminado, pinté el cuadro más bello, el más
estudiado, “la mujer tumbada”. Así lo titularon los mejores críticos de arte de
la época. Esa misma noche abrumado y
satisfecho de mi obra salí a pasear por la ciudad, necesitaba aire, estar sólo,
pero mientras paseaba escuche en un callejón los gritos de una mujer, al llegar
un hombre la amenazaba con una navaja, quería su dinero.
Asustado le
recriminé-.Eh tú ¿Qué haces? Déjala que quieres, el hombre me miró, en
su mano llevaba una bolsita de terciopelo que le había robado a la muchacha,
pasó por mi lado, sujeté su chaqueta para que no escapara, de nuevo me miró y
con su navaja……… Apenas recuerdo nada un charco de sangre, un inmenso dolor, mi
mano sangraba, ¡mi mano derecha! .Dios mío mi mano.
Fue el final, aquella
navaja sesgó mi prometedora carrera, mis dedos perdieron la movilidad y
destreza que todo el mundo admiraba.
Melani me enseñó
a apreciar la pintura, educar mis sentidos, la destreza con el pincel.
El Sr. Polter me
enseñó el significado de la pintura, el arte más codiciado, las cifras que se
barajaban, donde encontrar los cuadros que todo el mundo ansiaba, lo que se
podía llegar a pujar en una subasta.
Un fatídico día
me arrebataron mi don, mi destreza, mi habilidad mi pasión, pero encontré otra
nueva profesión que mantendría mi ilusión, ser un reputado Marchante de Arte.
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