EL TIEMPO QUE SE QUEDO ATRÁS
Por fin
había regresado al barrio donde pasé toda mi infancia. Pasaron diez años y las
cosas se habían quedado congeladas en el tiempo. Existían pequeñas
modificaciones que me dejaban claro que hacía mucho que no vivía en aquel
sitio. Algunas calles nuevas, casas abandonadas, gente con la que nunca me
había cruzado paseando por los que eran mis lugares habituales y algún otro
detalle que ahora se me escapa. Eso sí, el olor que abundaba en el aire, el
olor de la montaña y de césped recién cortado que me traían a la mente tantos
recuerdos, las imágenes que podía ver proyectadas de recuerdos que aún quedaban
en mi memoria. Solo venía a pasar catorce días. Cincuenta kilómetros recorrí desde Madrid, mi ciudad de
residencia, para reencontrarme con mi pasado, en mi pueblo Becerril de la
Sierra.
Donde pasee mi infancia cada
verano, una de las etapas más felices de mi vida y no puedo evitar sentir
cierto aire de nostalgia al recordar a personas que ya no están aquí y que el
tiempo ha pasado tan rápido y que han cambiado las cosas, esa etapa en las que
no existían responsabilidades, ni agobios ni prisas y el tiempo parecía ir más
despacio que ahora. Mi etapa de niñez fue muy entrañable y rodeada de
protección y cariño familiar, el juego reinaba en mi mundo infantil, recuerdo
que me encantaba intentar hacer realidad todas las películas de Disney que veía
y sacaba de ahí las princesas para darlas vida en mi, disfrazándome como
algunas de ellas.
Aquellos tiempos ya habían
quedado atrás, en los que montaba en bicicleta con mi hermana por las calles
del pueblo sin ningún peligro, esos ratos de parchís en familia, y las tardes
junto a mis amigos.
En ese momento, estaba
sentado en una mesa de madera muy larga junto con unos amigos. Recordando el
paso de esos años de ausencia. Algunas historias ya las conocía porque había
mantenido el contacto con algunos de ellos pero la verdad que es muy divertido
escucharlas desde otros puntos de vista. Recuerdo que hacía mucho calor.
Predominaba el verde de un jardín muy bien cuidado que castigaríamos más tarde
con un partido improvisado de fútbol.
Pasaban las horas y cada vez
iba llegando más gente. Empezaba a sospechar que el encuentro se alargaría
hasta la noche. Lucía, una de mis viejas amigas, había reunido a un grupo de
chicas para poner luces ya que estaba anocheciendo; Marcos, muy pendiente de la
música desde siempre, se pasó la tarde entre los altavoces los cuales estaban
enchufados a su iPod, y Carlos junto a Juan, encendían el fuego que iba a estar
calentando pizzas hasta altas horas de la madrugada.
Empezaba a caer el sol, éramos
unos doce los que estábamos tirados en el suelo descansando del partido. Había
muchas risas, siempre recordando anécdotas embarazosas. Desde el fondo del
patio se escuchó un grito "¿En esta casa no hay fanta?
"No te preocupes, ahora
voy!", grité yo.
Me puse de pié, caminé hacia la
casa y al llegar a la puerta los sonidos del ambiente se habían apagado. No
escuchaba voces, ni música. Veía a mis amigos a lo lejos. Pensé que era
producto del cansancio. Abrí la puerta y al pasar la luz se apagó de repente.
Ya no había atardecer. La casa estaba a oscuras y el interior no tenía relación
con lo que había visto fuera. Parecía que estaba en un apartamento en medio de
la ciudad. Había una ventana, a unos metros de donde yo estaba, por la que se
colaba, entre las rendijas de la persiana, una la luz naranja que parecía la luz de una farola. El ambiente
era más frío.
Cuando mis ojos se
acostumbraron a la oscuridad reconocí inmediatamente aquel sitio. Mi
apartamento en Madrid. Recorrí el salón muy lentamente en dirección a mi
habitación. Escuchaba ronquidos. Descubrí que yo estaba acostado en mi cama.
Pasé los dedos por mi mejilla y descubrí que existía.
Sabía que estaba soñando así
que cerré los ojos aceptando la idea de que cuando los abriera vería el techo
de mi habitación y apenas me acordaría de lo que estaba soñando, intente volver
a dormirme y volver a mi sueño, pensando en ello, para intentar no olvidarme y
centrado en la última situación que había vivido en el, pero era casi
imposible, el insomnio se había apoderado de mi. Pasé casi cinco minutos a
oscuras, en vacío, sin sonidos ni imágenes. El regreso al mundo de mi sueño se
me estaba haciendo eterno. Abrí los ojos lentamente y descubrí que seguía en la
misma situación. Mi cuerpo en la cama había cambiado un poco de posición pero
allí seguía, siendo observado por si mismo en lo que parecía una pesadilla más
que un sueño.
Tras varios minutos, Salí
corriendo de aquella habitación, intentando hacer poco ruido pasé rápidamente
por el salón y, al salir por la puerta. -"Vamos!!! ¿Qué pasa con la fanta?"
reclamaba Juan desde muy lejos.
Volví con mis amigos que
estaban empezando a cenar, me senté junto a ellos y reviviendo y comentando
momentos de la infancia, en ese pueblo en el que había pasado tantos momentos
de mi vida y los cuales echo mucho de menos.
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