Borja Pavón (Mark, a secas)



Mark, a secas

Elige una vida, elige un empleo, elige una carrea, elige una familia, elige un televisor grande que te cagas, elige lavadoras, coches familiares y móviles de última generación. Elige tu salud, seguros médicos y dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo, elige un piso, elige a tus amigos. Elige ropa deportiva, elige pagar a plazos un traje de marca. Elige el bricolaje y preguntarte quién diablos eres los domingos por la mañana. Elige tumbarte en el sofá a ver la televisión y llenarte la cabeza de chorradas mientras llenas tu boca de asquerosa comida basura. Elige tu futuro. Elige la vida. ¿Pero, por qué iba yo a escoger todo esto?

Mi nombre es Mark, Mark a secas. Yo no tengo Facebook ni Twitter ni casa, y por no tener, no tengo ni padres. Mi madre era una yonki que murió cuando yo tenía 6 años y no supo educarme, y mi padre, un borracho que creo que desconocía de mi existencia. Desde los 12 años hasta los 16, cuando me escapé, vivía en un hogar de acogida, donde éramos más de 10 niños, y no había mucho control. Todos estos aspectos, hicieron que cayera en una orgía de libre pensamiento, acompañada de que el Estado engaña a la juventud con mentiras, y que tuviera una desconfianza hacia cualquier clase de autoridad.

Pronto capte el mensaje de la sociedad en la que vivimos: trabaja duro, estudia mucho, crece deprisa, muere joven y ten éxito a cualquier precio. Yo no escogí nada de esto, dejé todo lo que tenía, que era poco, y abandoné el mundo civilizado, huir de esta enferma sociedad en la que la riqueza de uno es la pobreza de otro. Por eso me fui a lugares alejados, a entender el verdadero sentido de la vida, donde es preferible tener una libertad peligrosa a una servidumbre tranquila. Viajé por Uruguay, Belice, Argentina, Honduras… zonas paradisiacas, zonas de verdadera naturaleza.

Como comprenderéis no estudié, ni lo necesito, aprendo con la gente que convivo y me acoge. He vivido muchas cosas, y creo que ahora se lo que se necesita para ser feliz; una vida alejada, con la posibilidad de ser útil a otras personas con las que resulta fácil hacer el bien; ayudar. Un trabajo de provecho, y después descansar, libros, naturaliza, música… ¿De qué sirve tener riqueza en el bolsillo si tienes pobreza en el corazón?

Ahora mismo tengo 26 años, llevo casi diez viviendo como un trotamundos. En este momento convivo con el viejo Philly, tiene una pequeña granja y unas tierras en medio de un bosque. Llevo solamente 2 meses con él, anteriormente estaba en las playas de Honduras, en Roatán, junto a un grupo de viajeros con sus caravanas. Philly no vive aquí porque tenga un estilo de vida como el mío, simplemente hace unos cuantos años esto era un pueblo, pero todos emigraron a la cuidad, y solo Philly y un par de lugareños más se quedaron. Philly tiene 89 años, y muchas mañanas trae más leña de la que yo podría cortar. Nunca ha entrado en contacto con la publicidad, con el consumismo, y con la necesidad de lo material. Recuerdo que Philly siempre me decía una frase: no tengas miedo a morir como uno más, ten miedo a vivir como uno más. Me enseño mucho y aprendí mucho de él, hasta que al quinto mes de nuestra convivencia, un trágico incidente acabo con su vida, se ahogó en el río. ¿Qué dilema no? Que lo que te había dado la vida fuera lo mismo que lo que te la arrebatase.

Tras haber sufrido para la muerte de un “padre”, continué mi camino, continué mi vida, y no tenía destino. A lo largo de los meses me fui topando con todo tipo de gente: recuerdo una tribu en medio de un bosque la cual no sabía hablar, pero me podía comunicar con ellos. Me encontré también con otro grupo de caravanas, más tarde con un grupo de hippies, y recuerdo también unos viajadores que me recordaban los tiempos en los que comencé a pensar diferente, a no pensar como la sociedad. Sociedad de la que aprendí que es mejor ponerse los auriculares cuando la oyes, aquella en la que tienes derecho a criticar pero no corazón para ayudar.

A los tres meses, topé con un pueblo en el cual, el encargado de la biblioteca se fascinó conmigo. Él era un poeta, filosofo, pensador, una persona verdaderamente culta, y que me acogió con mucho gusto. Me caía bien, me gustaba como pensaba, y lo más importante, me daba de comer y un lugar donde dormir. Le pregunté por su nombre, Alfred, me sonaba, al igual que su mirada.

Desde un primer momento me dijo que me quería conocer, y que quería conocer mi mundo interior y cómo pensaba. Lo primero que me preguntó fue de dónde venía, y qué propósito tenía, yo simplemente le dije que no había seguido las reglas de la sociedad, y que si lo hubiera hecho, nunca hubiera llegado a ningún lugar, simplemente estaba viviendo mi propia vida en la cual yo soy mi propio jefe. Le explique que estaba viviendo una vida donde vivir es exaltante e intenso, donde poder sentirte libre y vivir una aventura tras otra. Le dije una frase que casi siempre tengo en mente; los objetos fueron creados para ser usados y las personas para ser amadas, y el mundo iba mal porque se usan a las personas y se aman a los objetos, y que por eso mismo vivía como vivía.

Todo lo que decía me aprestada su atención y me contó que él perdió a su familia joven, y le arrebataron a su hijo. Harto del mundo donde vivía se fue, dejándolo todo, buscando aventuras y apartarse de la civilización, había cometido demasiados errores. Me dijo que se sentía identificado conmigo y pronto supe con quién hablaba. Yo conocía a este hombre, sabía quién era, pero le notaba diferente, le notaba cambiado… De repente, tras unos segundos de silencio, ambos nos abrazamos, era mi padre. Mi padre, un borracho había pasado a ser un pensador. En ese mismo instante me di cuenta que las personas pueden cambiar, y no solo que cambien, sino que demuestren lo que son en realidad.





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