Un
antes y un después
Nunca me había
imaginado en una situación como aquella. Estudiaba mi cuarto año de Medicina en la Universidad de Oxford. Se
acercaban las Navidades cuando me ofrecieron mis primeras prácticas en la Cruz
Roja.
Estaba entusiasmado por que el destino no
podía ser más apetecible. Me iba de voluntario a Tailandia, uno de los lugares
con los que siempre había soñado. Sus playas desiertas, su budismo arraigado,
su cocina… Todo me atraía, pero sobre todo, estaba ansioso por vivir mi primera experiencia con una ONG.
Tras quince horas de
vuelo llegué a Bangkok, donde se encuentra la sede de la Cruz Roja en Tailandia.
Es la ciudad más poblada donde miles de mujeres se dedican al turismo sexual y
el porcentaje de infectados por el VIH es el más alto del país.
Desde el primer día se
me asignó un hospital en el que únicamente trabajamos con este colectivo de
mujeres. Además de los tremendos efectos que una enfermedad venérea como el
sida produce, muchas de mis pacientes sufrían abusos sexuales o maltratos por
sus parejas.
Pese a la dureza de
tratar con esta enfermedad a diario, mi experiencia me resultaba muy
satisfactoria. Las jornadas en la Cruz Roja resultaban amenas y reconfortantes
debido a que nuestras pacientes valoraban mucho el apoyo psicológico que les
proporcionábamos.
Los días pasaban muy
deprisa y sin sobresaltos. Se acercaba el fin del año, y con él, terminaría mi
mes de voluntariado.
El Hospital estaba
mucho más tranquilo de lo habitual. La isla de Phuket se llenaba de turistas
por Navidad, que buscaban sexo fácil, lo que suponía un reclamo para muchas de
mis pacientes, que abandonaban Bangkok para irse a las playas del sur.
Era la mañana del
veintiséis de diciembre del 2004. Estaba desayunando con mis compañeros cuando
todos nuestros móviles empezaron a sonar. Algo tremendo había pasado. Nos
hablaban de un maremoto de 9 puntos en la escala de Richter y de miles de
personas atrapadas por un tsunami mortal. Necesitaban ayuda urgente en Phuket,
que había sido devastada.
Tardamos horas en
llegar. Muchas de las carreteras estaban destrozadas por el impacto de las
olas. Casas y comercios destruidos a nuestro paso, cadáveres junto a la costa,
personas caminando sin rumbo tratando de entender lo que había pasado.
Atendimos a los pocos
supervivientes que quedaban en la zona. Algunos llegaban con politraumatismos,
otros con múltiples hematomas y cortes en todo su cuerpo. Muchos de ellos
buscaban a sus familiares. Miradas perdidas, desconcierto, llantos, gritos… son
los recuerdos que tengo de una tragedia que nunca pensé que viviría.
El fenómeno alcanzó a
catorce países y acabó con la vida de más de doscientas treinta mil personas. Y
a mí, me marcó de por vida, pues reforzó mi vocación como médico especializado
en desastres naturales.
Ya casi han pasado doce
años del desastre de Phuket. Desde entonces, he salvado y he visto morir a
mucha gente. El Huracán Katrina en 2005, el terremoto de Haití en 2010, el
tsunami de Japón en 2011 y el tifón de Filipinas en 2013.
Sin embargo, fue mi
experiencia en Tailandia la que marco el antes y el después no sólo de mi
carrera profesional, sino también de mi vida.
Javier de la Llama
Lozano
1ºA Bachillerato 25-11-2015
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