U N I N S T A N T E
Me
costó levantarme un poco más que en otras ocasiones, a pesar de ello la rutina
no cambió y una vez en pie casi actuaba como un robot, la ducha, vestirme, el
café, la tostada, cuatro vueltas a la cerradura, el ascensor y un nuevo día se
asomaba a mi vida.
El
viento suave me daba en la cara mientras me dirigía al metro, esta vez iba al
centro de la ciudad, pero las caras cansadas y algo aceleradas de la gente, eran
iguales que en otras ocasiones, niños al cole, señoras dándose los últimos
retoques con sus espejos abiertos, caballeros charlando, jóvenes distraídos y
yo que confieso que iba un poco más nerviosa que otras ocasiones.
El
tren avanzó lentamente hasta que paró en la estación. Al accionar el mecanismo
de apertura, la puerta no reaccionaba, lo intenté varias veces pero la puerta
no se podía abrir, de repente, en un instante, una mano firme me cogió y
rápidamente me llevó a otra puerta para poder salir.
-
¡Por poco!, me dijo. Perdona que te cogiera la
mano y echara a correr.
-
No importa te lo agradezco, llego tarde a una
cita importante. Nunca me había pasado algo así, le respondí.
La
mirada jovial, despierta y llena de vida de aquel joven me puso algo nerviosa.
-
Me llamo Alberto.
-
Yo Sofía, perdona Alberto tengo prisa.
-
¿No te apetece un café?
-
Tengo
prisa de verdad, igual en otro momento, muchas gracias de nuevo.
Me
dirigía a la cita que me tenía presa de nervios, y aunque era más importante
que en otras ocasiones, no podía dejar de pensar en aquel incidente del metro y
en aquella mirada.
La
puerta se abrió.
-
¿Sofía Lemark?
La
señorita tuvo que leer dos veces el apellido, siempre me pasa, a la gente le
cuesta pronunciar el apellido inglés de mi padre.
Una
vez dentro, sin levantar los ojos y con voz seria me dijo, no tengo buenas
noticias, las pruebas no dejan lugar a dudas, va a ser duro, muy duro, pero
puedes superarlo, hay que empezar cuanto antes.
Salí
abatida de la consulta, pero no podía consentir que aquel maldito “bultito”
pudiera con mis 24 años. Entre en una cafetería cercana y me senté junto a la
ventana dando vueltas y vueltas a aquel café pensando en las palabras del
doctor.
Debió
pasar mucho tiempo.
-
¡Sofía! ¡Sofía!
-
¿Qué?, contesté un poco despistada.
-
Hola, soy Alberto, ¿te acuerdas?, esta mañana,
el metro, la puerta….
-
¡Ah sí! hola Alberto.
-
Veo que al final te has animado a tomar un café.
-
Sí…
-
¿Te veo
triste? ¿Algún problema Sofía?
-
La verdad que he tenido días mejores.
Acababa
prácticamente de conocer a Alberto, pero su delicadeza y amabilidad se
reflejaba también en su forma de hablar.
-
Alberto, me han diagnosticado un cáncer en su
fase inicial y estoy un poco triste y asustada.
-
Tranquila Sofía, déjame ayudarte, todo va a
salir bien, te lo aseguro.
Tengo
que reconocer que Alberto estaba presente en el día que más problemas había
tenido en mi vida, dispuesto a cogerme la mano cuantas veces fuese posible y
abrirme las puertas que fuesen necesarias.
Han
pasado ya cinco años. La verdad casi no me acuerdo de aquellos duros días de
quimioterapia y radioterapia, sólo recuerdo el tacto firme y seguro de aquella
mano que me ha acompañado todos estos años.
Alberto
no ha dejado de cuidarme desde entonces y nuestras vidas son ahora
inseparables.
Una
vez mi padre me habló de la película del director David Lean, “Breve
encuentro”, que siempre me resisto a ver simplemente por ser en blanco y negro,
y que cuenta la historia de como una simple mota de polvo en el ojo de la
protagonista, puede cambiar la vida de una pareja. Aquél “breve encuentro” lo
tuve yo con aquél pulsador del metro que no funcionaba, pero por suerte, no fue
como en la película un breve encuentro, sino el amor de mi vida.
María Martín Mielgo. 1º Bachillerato. Grupo A. Noviembre de 2015
Muy bien María, este me lo entregaste a tiempo en papel. Estamos deseando escuchar tu relato de la segunda evaluación. Ya sabemos que te estás haciendo de rogar. Tus compis de 1º A
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