Un viernes cualquiera
¡Por fin viernes! Pensé nada más
apagar el despertador.
- Despierta Julio, son las ocho y
llegarás tarde al trabajo.
- Por cinco minutos no va a pasar
nada Marta.
- Eso me dices todos los días.
Venga, arriba cariño, que hoy va a ser un gran día.
Bajé rápidamente las escaleras
que me separaban de la cocina y tras tomar una buena taza de café, ducharme y
vestirme, cogí las llaves, me despedí de Julio y salí pitando de casa.
Era una mañana extrañamente
calurosa para las fechas en las que estábamos, normalmente noviembre es un mes
frío en París. Aún así el metro iba bastante lleno, “¿cuándo me compraré un
coche?”, me preguntaba todas las mañanas y aún hoy sigo sin encontrar
respuesta.
Mis días suelen ser muy
monótonos; levantarse, coger el metro, ir a la oficina donde trabajo sin
descanso, correr y volver a casa donde lo único que hago es estudiar para
sacarme mi segunda carrera. Imagino que estaréis pensando “qué vida más
aburrida” ¿no? Pues la verdad es que
puede parecerlo pero para mí es perfecta; sencilla y feliz.
En cambio, aquel día no iba a ser
tan sencillo. Mi esperado 13 de Noviembre había llegado, iba a conocer por fin
a mi banda preferida. ¡Estaba tan ilusionada! ¡Mi primer concierto! Sí, aunque
no os lo creáis, a mis veintiocho años de edad nunca había ido a un concierto,
pero no me importaba, ya que como dicen, lo bueno se hace esperar.
El día se me hizo eterno: mucho
trabajo, problemas con la impresora, y para colmo me quedé una hora encerrada
en el ascensor, ¡qué angustia! Pero yo
sabía que nada podía arruinar mi viernes, tenía la sensación de que sería un
día que jamás iba a olvidar.
A eso de las siete y media, me
acerqué a casa para arreglarme. Julio estaba allí, ya listo, esperándome.
Estaba tan guapo… han pasado siete años
y sigo igual de enamorada que el primer día que salimos. Quién nos iba a decir
a nosotros que después de habernos pasado media vida odiándonos acabaríamos
casados. ¡Qué extraño es el destino!
Me vestí y arreglé mucho, a fin
de cuentas, la ocasión lo merecía. Salimos de casa pronto, cenamos en un
restaurante muy acogedor y muy romántico. ¡Cómo echaba de menos estos pequeños
rincones de París! Cerca de las diez cogimos el metro y tomamos rumbo al
concierto, no queríamos perdernos nada. No tardamos mucho en llegar. La sala se
encontraba en una calle poco transitada, al parecer se trataba de una sala
bastante conocida y moderna, pero Julio y yo no habíamos oído hablar de ella.
“Nos estamos haciendo viejos”, dijo Julio mientras entregábamos la entrada en la puerta.
Le sonreí y nos decidimos a entrar.
Después de dejar las cosas en el
ropero nos deslizamos hasta la
pista. Era una sala bastante grande, debían caber unas mil
personas pero aún no estaba muy llena a pesar de que las entradas estaban
agotadas. Dediqué diez minutos a observar la sala. “Igual sí que nos estamos
haciendo mayores” pensé al ver que la mayoría de los jóvenes debían rondar los
veinte. El escenario estaba situado en el centro de la sala, todos los
instrumentos estaban listos para empezar y quince minutos más tarde, Eagle of
Death, mi grupo preferido, saltó al escenario.
Salté, canté, grité y bailé cada
una de las canciones que iban sonando en aquel escenario, hasta quedarme sin
voz. Estaba siendo una de las mejores noches de mi vida.
- Gracias por esta noche, cariño,
está siendo genial- le dije a Julio mientras le besaba.
Seguimos bailando hasta que la
gente empezó a moverse muy rápido, a dispersarse por la pista. “¿qué está
pasando?, ¿qué le pasa a la gente?” No entendía nada. En unos segundos se
produjo un bullicio ensordecedor, la gente gritaba, corría de un lado a otro, y
yo no entendía por qué. Entre tanta gente perdí de vista a Julio. No conseguí
saber qué estaba ocurriendo hasta que lo oí; el sonido de los disparos llegó
hasta mis oídos y con ellos una ola de pánico que se apoderó de todo mi cuerpo.
Poco a poco, los disparos fueron aumentando y las personas disminuyendo. El
suelo estaba lleno de cuerpos sin vida y de sangre. Hice lo primero que se me
ocurrió, me tiré al suelo e intenté quedarme lo más quieta posible. “Con un
poco de suerte creerán que estoy muerta”.
Pasó una hora eterna hasta que la
policía llegó y pude salir de esa horrenda sala. Sentí un gran alivio cuando
pude por fin ponerme en pié y dirigirme a la salida. Todavía
hoy no sé cómo fui capaz de devolver el movimiento a mi cuerpo. Pero esa
sensación de alivio fue muy fugaz, pues de pronto fui consciente de la ausencia
de Julio. Miré alrededor desesperada, y entre tanto horror ví su cuerpo sin vida
junto al de otras muchas personas. Todo mi mundo se derrumbó. “Él habría hecho
lo que fuese por mí y yo no he podido hacer nada por salvarle.” pensé.
Como una marioneta me dejé llevar
por la policía hacia el exterior de la sala. Ya nada me importaba, “Dios mío” –pensé- “¿cómo
ha podido ocurrir esto?”
Yo había sobrevivido, pero al
igual que Julio, decenas de personas habían fallecido y eso es algo que nadie
podrá olvidar.
Por eso, cumpliéndose veinte años
de la tragedia, os cuento lo que ocurrió aquella noche, 13 de noviembre de 2015,
en la sala Bataclán,
que por muchos días, meses y años que pasen, siempre será parte de mí.
Nuria Elso De Blas, 1º A.
Noviembre de 2015
Muy bien Nuria. Nos ha gustado mucho tu relato. Sigue escribiendo y cumple tus sueños. xD. Tus queridos compañeros de 1ºA y algunos de 4º A del año pasado.
ResponderEliminar