LA
PIEZA DEL PUZLE
¿Dónde estoy?, o mejor
dicho, ¿estoy en el mundo de todos los demás o en el mío? Vale, creo que ya lo
empiezo a entender, vuelvo a estar concentrada en mi propio mundo interior
alejándome de la realidad exterior.
Ah por cierto, se me ha
olvidado presentarme, soy TEA y mi desarrollo comienza en la niñez y dura toda
la vida.
Desde pequeña me ha
gustado estar sola, encontrar esos ratos para mi dentro de ese mundo del que os
hable antes y ahí es dónde me doy cuenta que es una de las cosas que más me
caracterizan, pudiéndolo llamar aislamiento social. En él, puedo estar
tranquila, pensar en lo que me gusta, lo que no me gusta, lo que quiero ser de
mayor…
Entre semana, desde
hace años, he aprendido a levantarme sola, ya que, sufro de una hipersensibilidad
auditiva y me cuesta bastante escuchar a mi madre. Duermo con mi hermana y en
cuanto me despierto, sin tocarla, la levanto. Ella lo primero que hace o mejor
dicho lo primero que me pregunta, es que qué tal he dormido, y yo, después de
varios segundos sin saber que responder y habiendo repetido la pregunta varias
veces en mi cabeza, lo único que se me ocurre es levantar el dedo pulgar de mi
mano derecha y a continuación, espero, como de costumbre, recibir la sonrisa
que se le pone en la cara cada vez que hago ese gesto por mucho que tarde.
Una vez arregladas,
bajamos a desayunar lo que nos ha preparado mi madre a mí y a mis hermanos
pequeños. En la mesa, no suelo participar en los temas de conversación que hay
entre mi familia pero, me gusta simplemente escucharlos. Después de un rato, y
de haber escuchado a mi madre decir una y otra vez, “portaos bien”,
“disfrutar”, y “no hagáis muchas gamberradas” empiezo a ser consciente de que
se acerca la parte del día que menos me gusta, ir al colegio.
En mi clase hay todo
tipo de niños y niñas pero en general, prefiero no llevarme mucho con ellos y
creo que ellos tampoco conmigo. Estamos sentados por parejas y mi compañera de
al lado, siempre se queja porque dice que no soy igual a los demás y que quiere
una pareja normal. Para mí, no es raro escuchar eso y mucho menos viniendo de
mis compañeros de clase. A la hora del recreo, prefiero sentarme en una esquina
del patio, pasar desapercibida y evadirme en ese mundo que tanto me gusta.
De vez en cuando, vuelvo
a la realidad y con mucho gusto, dirijo la mirada hacia el grupo de chicas que
salta a la comba y segundos después, la desvío hacia el grupo de chicos que
juega al fútbol. Cruzo miradas con muchos de ellos pero ninguno se digna a
venir y mucho menos a preguntarme si quiero jugar. Esto, no me disgusta, ya que
prefiero no compartir mis intereses y por ello, me vuelvo a concentrar en mi
propio mundo interior.
Muchas veces no soy
capaz de controlar mi cuerpo y este, se dispone a realizar movimientos repetitivos
inhabituales sin ninguna lógica.
Aquí es cuando me
empiezo a dar cuenta que por este motivo y que por los nombrados anteriormente,
no soy capaz de encajar en el mundo de los demás.
Todo esto, aunque no
creo que nadie pueda llegar a entenderme, me acaba afectando de una manera u
otra. Por ejemplo: como ya habréis notado, me gusta presumir de mi propio mundo
pero, no es raro si os digo que muchas veces me paro a pensar cómo sería mi
vida, mi rutina, mis amigos… si fuese cómo todos los demás, una persona a la
que se le hace llamar normal.
Me encantaría poder
responder a las preguntas de mi hermana, escuchar a mi madre sin problema,
poder participar y expresarme de la misma manera que lo hacen mis hermanos en
la mesa, poder formar parte de los grupos de compañeros en el colegio sin que
me miren diferente…
Todos esos sentimientos
los escondo, no soy capaz de expresarme y mucho menos de contárselos a alguien.
Todo ello, me crea una
inseguridad constante, y me hace llegar a la conclusión de que soy diferente,
que no llego a entender que me pasa y que soy y seré siempre la pieza del puzle
que no sabe acoplarse ni encajar en el tablero social.
Leticia
Porqueras, febrero de 2020
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