EL NIÑO QUE ESCALÓ EL EVEREST
Era
el 6 de diciembre de 1987 cuando al volver del colegio note a mi madre distinta
de lo normal. Yo sabía qué le pasaba algo porque no era habitual la manera en
la que nos miraba y cómo nos gritaba a mí y a mis hermanos pequeños. Sin
embargo, no le dimos importancia y nos fuimos cada uno a nuestro cuarto. Cuando
llegó la hora de la cena mi padre y mi madre no dijeron ni una sola palabra, y
eso era poco común porque solían ser muy habladores. Así que al terminar de
cenar me fui a dormir porque quería que ese día se acabase ya que había sido un
poco raro. Al cabo de unas horas un ruido extraño me despertó, tardé unos
segundos en identificar el sonido de la sirena de la ambulancia. Miré por la
ventana y vi que unos señores se estaban llevando a mi madre en una camilla, y
unos instantes después vi que mi padre estaba sentado en la ambulancia llorando
desconsoladamente. Me levanté de la cama y me dirigí a toda velocidad a la
puerta de casa, pero cuando lo abrí la ambulancia ya se había ido.
Pasaron 10 horas hasta
que recibimos una llamada, mis hermanos y yo pensábamos que serían nuestros
padres, pero para nuestra sorpresa era nuestra abuela. Nos dijo que hiciéramos
las maletas ya que en un rato pasaría a recogernos. Al finalizar la llamada a
mis hermanos y a mí no surgieron un montón de preguntas: ¿Adónde íbamos a ir?, ¿Dónde estaban nuestros padres?, ¿Qué
iba a pasar con nuestro colegio?. Todas esas preguntas iban a tener respuesta en
poco tiempo. Y así fue cuando mi abuela llego a casa nos dijo que mi madre
tenía una enfermedad mental, y que por tanto mis dos hermanos iban a estar con
ella una temporada y a mí me iba a llevar con nuestra otra abuela.
Al llegar a la estación
de trenes me despedí de mi abuela y de mis hermanos y me subí al tren, sabía
que no volvería a verlos en varios meses. Tras 8 horas de viaje llegué a Nueva
York donde se alojaba a mi abuela, nunca la había visto pero mi madre me había
contado un poco sobre ella. Me había dicho que trabajaba de fotógrafa para una
revista y que tenía un carácter especial. Al llegar a su casa me dijo que no
deshiciera las maletas, porque esa misma noche íbamos a coger un vuelo hacia el
Himalaya en concreto al Everest. Al oír esas palabras me quedé paralizado, no
entendía nada, todo había sucedido muy deprisa.
Tras volar toda la noche
llegamos al Everest y nos alojamos en un pequeño hostal, allí nos esperaba el guía
con su hijo y todos los miembros de la expedición. Nos entregó el material
necesario y en ese preciso instante iniciamos la escalada. Pese a estar muy
cansado no tuve más remedio que seguir al grupo. Los primeros 3000 metros
fueron sencillos para todo el mundo ya que todavía no habíamos alcanzado el
glaciar. Sin embargo, a partir de ahí se complicó la cosa. Estábamos detenidos
frente a una pared de hielo que todo el mundo sabía escalar menos yo. Nadie me
quiso ayudar cada uno estaba a sus cosas, ni siquiera mi abuela. No obstante,
el hijo del guía se me acercó y debido a que éramos los últimos me echó una
mano para subir. El resto del día durante el ascenso a la montaña estuve con él
y nos hicimos muy amigos. Pasaron los días y superamos un montón de
dificultades, hasta que llegamos a los 7000 metros de altitud y el guía nos
dijo que a partir de aquí era peligroso continuar. Algunos ya habían logrado su
objetivo sin embargo mi abuela que era muy competitiva me dijo que nosotros
íbamos a llegar hasta la cima. Observé con mis propios ojos lo que quedaba de
montaña y por unos instantes dudé porque lo que quedaba era todo pared vertical.
Al caer la noche
acampamos en un campamento base que había unos 100 metros de allí, sólo
quedábamos el guía, su hijo, mi abuela y yo. Sabía que era peligroso continuar,
pero si habíamos llegado hasta ese punto podíamos llegar a la cima del Everest.
Esa noche llamaron a mi abuela, se trataba de su jefe. Este le comentó que en 3
días tenía que estar de vuelta, eso significaba que nos quedaban 2 días para
subir y 1 para bajar. A la mañana siguiente había una tormenta de nieve muy
fuerte. El guía dijo que teníamos que esperar 2 días hasta que se calmara, pero
mi abuela no se lo pensó dos veces y decidió continuar. Yo no tuve más remedio
que acompañarla, pero le advertí que en estas condiciones y sin guía era muy
complicado sobrevivir.
Con la tormenta apenas no
había visibilidad y al cabo de un rato me había separado de mi abuela. En ese
momento me asuste mucho porque no sabía el camino de vuelta y estaba perdido en
la cima del Everest. Me intenté calmar para no gastar mucho oxígeno pero no
pude debido a la agonía. Me senté en la nieve y me quedé allí esperando la hora
de mi muerte. Me estaba quedando sin oxígeno cuando de repente vi a lo lejos
una luz. Me acerqué lo más rápido que pude y al llegar vi a un hombre de unos
100 años de edad. Me metió oxígeno en mi bombona y me ayudó a subir hasta la
cima. Tras hacerme una foto para inmortalizar el momento, el viejo me metió un
líquido en el bolsillo del abrigo y me dijo que esto salvaría a mi madre. En
ese momento perdí la consciencia debido a las palabras que acababa de escuchar.
Al despertarme vi que
estaba de vuelta en mi casa y vi a mi madre sentada en el sillón de la esquina
de mi cuarto. Por un momento pensé que todo había sido un sueño, pero había
ocurrido de verdad. Desde entonces siempre me he preguntado quién era ese viejo
y como sabía lo de mi madre, pero supongo que son misterios de la vida a los
que nunca llegaremos a encontrar respuesta.
Y este es el fin de la
historia, ahora si que si buenas noches hijo, y a dormir, mañana te contaré
otra.
Pablo Nebot 1ºB Nº22
6/11/2020
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