AHÍ
EMPEZÓ TODO
Eran ya las cinco Anita me
llamó y me preguntó que si ya estaba. Le dije que me quedaban cinco minutos
para llegar. Ya la podía ver estaba dónde siempre, según me iba acercando me
iba dando cuenta de que algo iba mal. En su rostro las lágrimas corrían sin
parar. Corrí y le pregunté qué pasaba. Ella dijo “Tía es que me … “y rompía a
llorar. Esto pasó numerosas veces. Le miré directamente a los ojos y le dije
Ana por favor termina la frase. Respiró profundamente y dijo “Tengo un tumor
cerebral “. En ese instante rompí a llorar. Le dije “No te preocupes lo
superaremos juntas como siempre”.
Ella dijo “excepto que
estaba vez no será como siempre”. Yo
negaba la cabeza y ella la asentaba. Después de un silencio dijo “Los médicos
me han dicho que me quedan seis meses de vida”. Me costaba respirar, tenía la cara rojísima y
las lágrimas seguían corriendo sin parar. Miré al cielo y pensé. No le puedo
hacer esto, no puedo llorar no puedo tengo que ser fuerte. En ese momento me
prometí a mi misma que iba a hacer que fuesen sus mejores seis meses sin
condiciones, que iba a estar a su lado en cada momento. Me limpié las lágrimas
de la cara y le dije. “Esta situación siempre puede cambiar lo sabes no”. A continuación,
le prometí que iba a pasar los mejores meses de su vida rodeada de la gente que
quería.
Decidimos irnos a tomar
un helado a nuestra heladería favorita Labonata. Después nos fuimos de compras,
estuvimos horas probándonos todo tipo de cosas. Eran las diez entonces
decidimos irnos a casa porque era jueves. Empezó a llover y nos pusimos a
correr. La acompañé hasta su casa. Nos despedimos y nada más girarme para irme
me puse a llorar no podía. Llegué a mi cama, me tumbé. Me puse los auriculares
y empecé a llorar. Ese fue el primer día de muchos que lloré hasta dormirme. Mi
cabeza no conseguía asimilar lo que había oído. Y ahí empezó todo. Cambió mi
forma de ver el mundo. Realmente de un día para otro puede cambiar todo.
Anita es mi mejor amiga
desde que nos conocimos gracias a que nuestras cuidadoras eran amigas y
quedaban en parque. Ahí nos hicimos mejores amigas. Jugábamos, durante tardes
enteras tirándonos en el tobogán, jugando a polis y cacos, haciendo pulseras,
viendo pelis de Disney. Era esa persona que sabías que podías ser tu misma
delante suyo y que nunca te juzgaría. Esa persona que en tus peores días te
sacaba una sonrisa y te alegraba el día en unos simples minutos. Que, si ella
tenía un día buenísimo y tu uno malo no te lo decía, te ayudaba a que el tuyo
fuese igual de bueno que el suyo. Esa persona que sabias que siempre estaría a
tu lado apoyándote, dando igual donde estuvieses. Era y es mi familia, la
persona en la que me refugiaba.
Me levanté con los ojos hinchados
como tomates. Ese día no fui al cole debido a mi tremendo dolor de cabeza. Esa
semana me costó comer había perdido el apetito totalmente, perdí las ganas de
hacer cosas, no dormía bien. Tenía pesadillas con el día que pasase.
Estuvimos dos meses
haciendo cosas casi todos los días. Cada día iba a mejor se nos olvidaba todo.
Un día decidimos hacer una lista con las cosas que Anita quería hacer. Dos meses
más tarde la lista se había completado casi entera habíamos ido a ver el
atardecer desde los rascacielos de Madrid. Fuimos varios fines de semanas a
diferentes playas de España para verlos. Fuimos al pueblo más perdido de toda
Soria para poder ver bien las estrellas.
Y así fuimos completando la lista de las treinta y siete cosas que
habíamos apuntado quedaban tres cosas todavía. Pero de repente Anita se
desmayó, no podía respirar. Llamé a la ambulancia llorando. Y la llevaron al
hospital.
Al día siguiente fui a
visitarla y lo primero que me dijo fue “El reloj está corriendo quedan dos
meses, no quiero pasármelos en el hospital metida”. Su madre apareció y grito
toda emocionada nos vamos a Hawái. El avión saldrá en diez días y estaremos
allí dos semanas. Esta vez llorábamos de felicidad. Al día siguiente volví,
pero Anita se encontraba fatal la habían intubado. La verdadera pesadilla había
comenzado. Cada día que volvía estaba peor. Durante esos días iba perdiendo
capacidades ya que el tumor había cubierto todo el cerebro. El 12 de mayo volví
a ir al hospital. Pero esta vez mientras subía las escaleras la madre de Anita
me llamó y me dijo llorando “Ya… Ya …. “no podía terminar la voz. Me quedaba un
piso para llegar. Corrí como si no hubiese un mañana con la posibilidad de que
la reanimaran o algo, pero no funcionó.
No podía parar de
culparme por no haber llegado antes y al menos haberme despedido o intentar que
esto no pasase. Las siguientes semanas no comía, no me movía de mi cama, no
tenía ganas de seguir. Llegó el día del funeral allí su madre me entregó una
carta que había escrito Ana días antes. Ahí es cuando leí “Vive al máximo y
vive por mi por favor “. En ese instante intente recuperar mi vida otra vez.
Pero tenía un vacío interior que se reflejaba por la noche en mis sueños de
manera inconsciente.
Poco a poco me dejé de culpar, empecé a vivir la vida al máximo ya que en cualquier momento se podía acabar. Y me prometí a mí misma terminar esa lista con ella no presente físicamente, pero si en mi corazón.
Paulina Cánovas
Del Castillo (1º A) 04/11/2020
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