MUJER MARAVILLA
Como
cualquier tarde de verano, estaba acostado en mi cama viendo una de mis
películas de superhéroes favoritas, la mujer maravilla. Mientras disfrutaba, me
imaginaba de grande siendo un superhéroe, salvando a la ciudad y peleando
contra los villanos. Patada por aquí y por allá, un derechazo y grité: Ares, Dios
de la guerra, ¡ríndete! Cuando de pronto, mi mamá entra en la habitación: José
David, ¿otra vez viendo la misma película, no te cansas de verla? Busca tu
morral y mete tus cosas que mañana nos vamos de viaje temprano. Recuerdo
perfectamente sus palabras, siempre se enfadaba por lo mismo. Inmediatamente,
agarré mi mochila de Spiderman y fui guardando unos juguetes para jugar con mi
hermanita pequeña, María Beatriz que tenía unos 2 años y mi niñera Verónica, a
la que llamaba Vero, que siempre ha sido muy cariñosa conmigo.
Al
día siguiente, casi de madrugada, me levanto y me monto en el carro, ya estaba
mi papá en él. Después de un rato, mi mamá y Vero consiguen que María deje de
llorar y la amarran en la silla para bebés. En el camino, mi papá llamó a unos
amigos para que se unieran a la travesía. Y, posteriormente, me cuenta el viaje
que tenía planeado. Íbamos de camino a Higuerote, en el Estado Miranda,
Venezuela y de allí tomábamos una lancha, que mi papá la había alquilado porque
tenía el nombre de Thor, el cual es mi superhéroe favorito, y partíamos a la
Isla Tortuga, la segunda isla más grande de Venezuela que está completamente
despoblada y la cual es super reconocida por sus playas de arena blanca y sus
aguas cristalinas y tranquilas; verdaderamente, un paraíso caribeño.
Llegamos
a Higuerote sobre las ocho de la mañana, y mis papás se encuentran con sus
amigos, se abrazan y se dirigen a mí, recordándome lo grande y fuerte que estoy.
Aprovechamos que teníamos un tiempo antes de la hora prevista del alquiler de
la lancha y fuimos a desayunar unas empanadas por alguno de esos pequeños
locales en la calle.
Ya
siendo la hora, nos acercamos al lugar donde rentaban las lanchas. Allí, nos
esperaba un muchacho muy joven y atento que nos iba a llevar a la isla y estaba
pendiente de que todo saliera según lo esperado. Yo estaba super emocionado
porque iba a ser la primera vez que me montaba en una de esas. Nos subimos a la
lancha, mi hermana todavía medio dormida y nos pusimos rumbo a la isla, estaba
previsto que el viaje tardara entre cuatro o cinco horas. Entretanto que mi
papá, su amigo y el muchacho llevaban el control de la lancha, mi mamá, su
amiga y Vero estaban contándose los chismes más recientes de la farándula
venezolana, yo sin entender mucho de lo que hablaban, escuchaba y me reía. No
solo estaba disfrutando de los cuentos, sino también me encantaba la sensación
del viento que pegaba en mi cara y el olor a mar.
Después
de dos horas de recorrido, ya estaba cansado y quería llegar cuanto antes a la
isla. Sin embargo, el clima empeoró, empecé a angustiarme. ¿Va todo bien?
¿Cuánto falta? Preguntaba con la idea de que pronto llegaríamos a tierra firme.
A su vez, mi hermana empezó a llorar, traté de consolarla jugando un poco con
ella. En ese instante, el joven muchacho comenta: El mar está picado. Haciendo
referencia a que las olas se volvían cada vez más y más grandes. Podía sentir
como la lancha atravesaba las olas, y el ruido que producían éstas al chocar
bruscamente contra ella, me aterrorizaba. De repente, veo un rayo en el cielo,
agarro con fuerza la mano de mi hermanita, apunto al cielo y le susurro al oído:
Todo saldrá bien, el Dios del trueno está aquí para ayudarnos. Se acercaba una
ola gigante, así que cerré los ojos. Al momento, siento como la lancha se parte
en dos y el mar nos traga.
Vuelvo
a abrir los ojos, recupero la conciencia. Era de día, había un sol radiante y percibo
el graznido de unas gaviotas que pasan por encima mío. Me incorporo suavemente
y puedo ver a mi hermana junto a mí en una pequeña barca salvavidas, a mi mamá
en el agua con un flotador y a Vero dentro de una nevera portátil. Mi mamá
estaba consciente. ¿Dónde está papá? ¿y el muchacho? ¿y tus amigos? Le empecé a
preguntar con los ojos llenos de lágrimas. Mi mamá me responde con firmeza:
Todo saldrá bien, mi amor, no te preocupes, seguro que alguien ya nos estará
buscando. Asentí con la cabeza y vuelvo a acostarme junto a mi hermana.
Nunca
había sentido como los minutos y las horas pasaban tan lento. El sol abrasador pegaba
fuerte en mi cara y mi estómago ya empezaba a rugir. Tan pronto como mi hermana
empezó a llorar del hambre, mi mamá decidió amamantarnos con su leche materna. Mi
hermana se calmó, su leche apaciguó nuestra hambre. Durante el tiempo que
estuvimos allí, yo solo podía imaginarme que un superhéroe vendría a
rescatarnos y le contaba a mi hermana mis ilusiones para pasar el rato.
No
sabía cuánto tiempo llevábamos en el naufragio. De repente, observé a mi mamá
con un vaso de algún líquido amarillo. Mi inocencia me llevó a preguntarle
sobre qué era eso, a lo que ella me responde sin dudarlo: Es orina, hijo, esto me
ayudará a sobrevivir y así podré alimentarlos. Automáticamente, se bebe el vaso
y arruga la cara del asco, al igual que yo.
Se
hace de noche nuevamente, el cielo se llena de estrellas. En la ciudad, nunca
había visto tantas estrellas tan brillantes. Como mi hermana se quejaba de que
no podía dormir, mi mamá nos propone que le recemos a la Virgen Del Valle para
que se pasara rápido el tiempo y llegásemos pronto a alguna isla o que alguien
nos encontrase.
El
sol vuelve a salir en el horizonte, pintando el cielo de colores anaranjados.
La infinitud del mar hace que me sienta mucho más pequeño de lo que soy.
Buscando a alguien con quien distraer mis pensamientos, veo a Vero y a mi
hermana, ambas ya están insoladas, y mi mamá está dormida. Tratando de no hacer
mucho movimiento sobre el salvavidas, me acerco a ella. La despierto, mi mamá
ya está muy débil. Le digo con voz desgarrada y acariciándole el pelo: Aguanta
un poco mami. Sus ojos se entrecierran, sus labios resecos se abren y tratan de
decirme algo, pero ya era muy tarde.
Intento
despertarla, no responde. Vuelvo a insistir y no consigo respuesta. Advierto a
Vero que algo le pasaba a mi mamá. Después de intentarlo ella, se voltea y
puedo observar cómo caen lágrimas por sus mejillas, y me dice que mi mamá se
había ido. Una gran tristeza corrompe mi minúsculo cuerpo, siento un nudo en la
garganta, el corazón se me arruga y sin aviso rompo en llanto.
Dos
horas más tarde, escucho un helicóptero acercarse y Verónica empieza a gritar y
agitar los brazos pidiendo ayuda. Instantáneamente, hago lo mismo y las
autoridades por fin nos rescatan. Si mi mamá tan solo hubiera aguantado dos
horas más.
Quién
iba a pensar que ese viaje al que íbamos tan emocionados, se volvería un
naufragio, que iba a ser la última vez que iba a ver a mis padres, la última
vez que escucharía la dulce voz de mi querida mamá. Nunca me lo imaginé, nunca
se me pasó por la cabeza. Mi mamá dio su vida por nosotros, se entregó para que
pudiéramos sobrevivir. Siempre me imaginaba que un héroe o heroína iba a ser
una persona alta, fuerte, musculosa, pero me di cuenta que no hacía falta tener
todas esas características para serlo, bastaba con un simple gesto de entrega y
ayuda para convertirse en héroe. En ese momento, supe que mi mamá siempre habrá
sido y será mi Mujer Maravilla.
Ainhoa
Gonzalo 1ºA, octubre 2021
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