EL OLVIDO
Empezaba el verano, parecía que todo iba a
ser como los años anteriores, estaría las primeras semanas en mi piso de Madrid
y a las tres o cuatro semanas mis padres cogerían vacaciones y nos iríamos a
pasar el resto del verano al pueblo. A mí me gustaba estar en el pueblo porque
podía estar con mis primos ya que todos viven allí y también podía ir por las
tardes a merendar a casa de mis abuelos. Aparte por las noches después de cenar
podía salir con mis amigos y quedarme mucho más tiempo ya que mis padres
también estaban por ahí con sus amigos.
Cuando llegamos al pueblo me resultó raro
que no fuésemos a casa de mis abuelos a dormir que es lo que hacíamos siempre,
ya que tenían una casa muy grande y cabíamos los siete. Sin embargo, tampoco le
di mucha importancia y no le pregunté a nadie que porque no dormíamos donde
siempre. Por las tardes solíamos ir a bañarnos a casa de mis abuelos que tenían
una piscina en el patio y nos juntábamos a merendar con toda la familia todas
las tardes. Me di cuenta de que a veces cuando llegábamos a bañarnos mi madre
no nos dejaba entrar en casa por que mi abuela estaba dando clases. Esto me
pareció bastante extraño y le pregunté que porque tenía que dar clases y solo
me dijo que para fortalecer la memoria.
También me di cuenta de que este extraño
año mis padres y mis tíos estaban más permisivos cuando estábamos con mi abuela
por ejemplo a diferencia de otros años cuando mi abuela me daba a escondidas
chocolate y mi madre se daba cuenta, ya no la regañaba ni la decía nada. Pero a
pesar de todo yo era pequeño y solo me alegré porque así podría comer más
chocolate lo cual me gustaba mucho. Al finalizar el verano como el resto de
años nos volvimos a Madrid, pero este año, se vinieron a vivir a Madrid mis
abuelos también que tenían una casa muy cerca de la mía. A esto mis padres solo
me dijeron que querían pasar una temporada en Madrid para aprovechar su casa
aquí.
Con el paso del tiempo mis abuelos
empezaron a venir a cenar a casa y mi abuela cada vez estaba más rara. Yo era
pequeño, pero la notaba distinta como mas distante y menos habladora que de
costumbre. A todo esto, también me di cuenta de que mi abuelo estaba cada vez
más triste pero nunca le pregunté lo que le pasaba. Pasaban los meses y mi
abuela había parado de hablar ya no decía ni hola cuando llegaba ni adiós
cuando se iba, cuando llegaba a cenar, mi madre la tenía que dar ella la comida
porque mi abuela no se movía. Mis padres y mis tíos decidieron meterles a los
dos en una residencia porque con el trabajo no tenían tiempo para estar todo el
día pendientes de ella. Mi abuelo estaba perfectamente de salud y le dijeron que,
si quería podía quedarse en el pueblo y no tener que estar en la residencia,
pero el no quiso dejarla allí dentro sola sus últimos años. Le dijeron que no
iba a cambiar nada el estar o no dentro y que a él no le servía de nada estar
allí, pero a pesar de todo se quiso quedar con ella.
Todos los findes de semana que íbamos al
pueblo nos pasábamos por la residencia para visitarles y estar con ellos un rato,
pero yo me sentía muy incómodo porque mi abuela ya no sabía hablar y mi abuelo
que nunca había sido muy hablador no daba mucho tema de conversación. Con el
paso del tiempo me fui dando cuenta de cómo su enfermedad se la destruía por
dentro, ya que las primeras semanas, cuando íbamos y nos veía, sonreía y se la
notaba mas contenta. Pero luego ya no pasaba lo mismo, era llegar allí y saber
que ella no te conocía, que para ella solo eras una persona más.
Me acuerdo cuando llegaba a la residencia y
olía a ese olor al que nunca me llegué a acostumbrar y la veía a ella sentada
en su silla sin pensar en nada, mirando a la pared de enfrente esperando a que
el tiempo pasase. Yo muchas veces intentaba hablar con ella para ver si
articulaba algún gesto y la contaba cosas de mi vida, pero llegó un momento en
el que ya ni me escuchaba. Parecía no estar presente. Pero esto no es lo que
más me dolía, porque no tiene punto de comparación con el hecho de ir a verla y
que ella no sepa quien eres, que te vea como a un extraño más, que no reconozca
tu cara. Se suele decir que con el tiempo te acostumbras a las cosas ya sean
buenas o malas, pero esto no es verdad, nadie se puede acostumbrar a una mirada
vacía de una persona querida.
En este momento te empiezas a plantear tus
actos, tus acciones. El no llamarla al llegar de un viaje o simplemente para
preguntarla que tal estaba o que tal su día diciendo que ya la llamarías
mañana. El llegara su casa y no darla un beso porque se te hace pesado el
saludarla todos los días. El no ir a visitarla porque pensabas que iba a estar
para siempre y quedarte en casa o salir a dar una vuelta con tus amigos. Y te
das cuenta que hay personas que se van antes de que llegue la muerte, que el
tiempo que tu creías que ibas a tener mañana para llamarla ya no sirve, porque
la llamas y te pregunta quién eres y la tienes que explicar que eres su nieto
que no se asuste.
El día menos esperado llegó la noticia que
tanto tiempo llevábamos esperando. Pero sin embargo no me sentí tan mal ese
día, solo era la gota que le faltaba al vaso para estar vacío y una gota no se
puede comparar a un vaso entero. Un vaso que se había ido vaciando poco a poco,
con el paso del tiempo y que nadie se había acordado de ir rellenándolo para
que nunca se acabase.
JORGE ESCALERA Nº8 1ºA 11/11/2021
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