GALGO
MÁS QUE MUY BUENO
“Arco, galgo muy bueno” decía el
anuncio de la protectora de animales de Casarrubios.
“Más que muy bueno”, decía mi padre
hace tan sólo dos días mientras me lo contaba, recordando cómo había llegado
Arco a la familia.
Caprichosa es la Naturaleza que,
llegó a mi vida siendo más joven que yo y casi sin darme cuenta, su vejez
empezó a advertirme con dureza de esa difícil despedida.
Primero, sus pasos lentos, luego,
esa mirada, todavía llena de amor, pero con un brillo distinto, más cansado. Sus
días ya no eran los mismos, y los míos empezaban a hacerse más cortos.
Arco se fue, y con él una parte de
mí. Echo de menos esa mirada serena con la que parecía que me sonreía, incluso,
y no sin esfuerzo, en los últimos momentos.
Amigo fiel, compañero y confidente silencioso.
Su amor incondicional, su lealtad y esa conexión especial que tanto nos unió,
son tesoros que guardaré para siempre.
Le recordaré haciendo saltos
imposibles para alcanzar mi mano. Corriendo, a veces Dios sabe dónde, y siempre
sabiendo él dónde estaba yo. Saliendo a mi encuentro al llegar a casa. Haciéndose
hueco en el sofá en el que ya no cabíamos más gente. Corriendo a mi lado cuando
estábamos bien, tumbado a mi lado cuando no lo estábamos tanto.
Sus largos sueños enroscados en el
cojín.
Sus suaves orejas y sus cariños.
Trotando despistado, buscando
límites y caminos infinitos.
Y aun cuando no le daba nada, él
seguía dándome todo.
Su paciencia, su delicadeza, su
aguante, su fortaleza. Sus patitas temblorosas, no por frío, ni por miedo.
Ejemplo de generosidad, valentía y
grandeza.
Compartimos miles de momentos. De
llegadas sonrientes a casa. De esos días que parece que nada te los puede
arreglar y entonces aparecía él mirándome con esos ojitos llenos de amor y
cariño. Una lealtad que algunas veces es imposible de encontrar en personas.
Recuerdo las mañanas en las que, a
pesar del frío, me obligaba a salir a caminar. Le veía correr por el parque,
persiguiendo hojas secas y sombras. Me reía de su entusiasmo y me daba cuenta
de que, en ese momento, la felicidad se encontraba en lo más simple: un paseo,
un salto, un juego. Aprendí tanto de él.
Pero el tiempo, como siempre, tenía
su propio plan. No quería pensar en ese momento, en el día en que sus pasos se
volvieron más lentos y sus ojos, un poco más apagados. Aunque sabía que la vida
es un ciclo, me negaba a aceptar que el nuestro llegaría a su fin. Le cuidé con
cariño, intentando ofrecerle todo lo que podía para que se sintiera querido. Aun
así, fue doloroso ver cómo se alejaba.
Estaba lejos de casa cuando recibí
la llamada. Mi padre, con esa voz entrecortada, me avisó que Arco se había ido,
que había tenido que dejarle descansar.
Me dolió la distancia, el saber que
mientras yo estaba lejos, él enfrentaba sus últimos momentos sin mí. Ese adiós
que no pude darle quedó como un vacío, una despedida pendiente que sólo podía
resolver en silencio, en mi recuerdo. Pensar que no le había dado un último
abrazo, que no había estado en el momento en que él más lo necesitaba, me
rompió, y todavía hoy, cada vez que pienso en su ausencia, vuelve ese nudo, el
de una despedida que siempre llevará esa herida abierta.
Compartir la vida con un ser tan
puro y leal es un regalo cotidiano; aprendes a valorar los pequeños detalles.
Ellos nos enseñan a disfrutar de
los momentos más simples, nos muestran la importancia de ser pacientes, de dar
sin esperar nada a cambio, y de encontrar alegría en lo cotidiano. Están ahí en
cada momento, acompañándonos cuando reímos y también cuando necesitamos
consuelo, siempre fieles.
Sus rutinas se convierten en parte
de las tuyas, sus pasos te acompañan y, sin darte cuenta, encuentras en ellos
un refugio que a veces ni las personas pueden dar.
Quizá no pueda volver a verlo, pero
siempre sentiré su presencia en esos detalles.
Él me enseñó la pureza de un amor
sin condiciones, la alegría de lo simple, y la serenidad ante lo inevitable. Sé
que nuestro tiempo juntos fue un regalo, y aunque ahora el dolor sea parte de
ese recuerdo, cada momento compartido fue un paso en un camino que jamás
olvidaremos.
Sé que algún día volveremos a
vernos mi gran amigo, mientras tanto seguirás viviendo en mis pensamientos, en
mis recuerdos y en mi corazón.
Gracias mi querido Arco, galgo
más que muy bueno.
Sigue soñando con mundos de
aventura. Que tu camino esté lleno de campos abiertos para correr y disfrutar,
y que tu espíritu siga brillando en ese lugar donde las almas nobles y puras
encuentran su descanso.
Daniela del Castillo, 1ºBachillerato A (28/10/2024)
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