Daniela del Castillo (Galgo más que muy bueno)


 

GALGO MÁS QUE MUY BUENO


“Arco, galgo muy bueno” decía el anuncio de la protectora de animales de Casarrubios.

“Más que muy bueno”, decía mi padre hace tan sólo dos días mientras me lo contaba, recordando cómo había llegado Arco a la familia.

 

Caprichosa es la Naturaleza que, llegó a mi vida siendo más joven que yo y casi sin darme cuenta, su vejez empezó a advertirme con dureza de esa difícil despedida.

Primero, sus pasos lentos, luego, esa mirada, todavía llena de amor, pero con un brillo distinto, más cansado. Sus días ya no eran los mismos, y los míos empezaban a hacerse más cortos.

 

Arco se fue, y con él una parte de mí. Echo de menos esa mirada serena con la que parecía que me sonreía, incluso, y no sin esfuerzo, en los últimos momentos.

Amigo fiel, compañero y confidente silencioso. Su amor incondicional, su lealtad y esa conexión especial que tanto nos unió, son tesoros que guardaré para siempre.

Le recordaré haciendo saltos imposibles para alcanzar mi mano. Corriendo, a veces Dios sabe dónde, y siempre sabiendo él dónde estaba yo. Saliendo a mi encuentro al llegar a casa. Haciéndose hueco en el sofá en el que ya no cabíamos más gente. Corriendo a mi lado cuando estábamos bien, tumbado a mi lado cuando no lo estábamos tanto.

Sus largos sueños enroscados en el cojín.

Sus suaves orejas y sus cariños.

Trotando despistado, buscando límites y caminos infinitos.

Y aun cuando no le daba nada, él seguía dándome todo.

Su paciencia, su delicadeza, su aguante, su fortaleza. Sus patitas temblorosas, no por frío, ni por miedo.

Ejemplo de generosidad, valentía y grandeza.

 

Compartimos miles de momentos. De llegadas sonrientes a casa. De esos días que parece que nada te los puede arreglar y entonces aparecía él mirándome con esos ojitos llenos de amor y cariño. Una lealtad que algunas veces es imposible de encontrar en personas.

Recuerdo las mañanas en las que, a pesar del frío, me obligaba a salir a caminar. Le veía correr por el parque, persiguiendo hojas secas y sombras. Me reía de su entusiasmo y me daba cuenta de que, en ese momento, la felicidad se encontraba en lo más simple: un paseo, un salto, un juego. Aprendí tanto de él.

 

Pero el tiempo, como siempre, tenía su propio plan. No quería pensar en ese momento, en el día en que sus pasos se volvieron más lentos y sus ojos, un poco más apagados. Aunque sabía que la vida es un ciclo, me negaba a aceptar que el nuestro llegaría a su fin. Le cuidé con cariño, intentando ofrecerle todo lo que podía para que se sintiera querido. Aun así, fue doloroso ver cómo se alejaba.

 

Estaba lejos de casa cuando recibí la llamada. Mi padre, con esa voz entrecortada, me avisó que Arco se había ido, que había tenido que dejarle descansar.

Me dolió la distancia, el saber que mientras yo estaba lejos, él enfrentaba sus últimos momentos sin mí. Ese adiós que no pude darle quedó como un vacío, una despedida pendiente que sólo podía resolver en silencio, en mi recuerdo. Pensar que no le había dado un último abrazo, que no había estado en el momento en que él más lo necesitaba, me rompió, y todavía hoy, cada vez que pienso en su ausencia, vuelve ese nudo, el de una despedida que siempre llevará esa herida abierta.

 

Compartir la vida con un ser tan puro y leal es un regalo cotidiano; aprendes a valorar los pequeños detalles.

Ellos nos enseñan a disfrutar de los momentos más simples, nos muestran la importancia de ser pacientes, de dar sin esperar nada a cambio, y de encontrar alegría en lo cotidiano. Están ahí en cada momento, acompañándonos cuando reímos y también cuando necesitamos consuelo, siempre fieles.

Sus rutinas se convierten en parte de las tuyas, sus pasos te acompañan y, sin darte cuenta, encuentras en ellos un refugio que a veces ni las personas pueden dar.

 

Quizá no pueda volver a verlo, pero siempre sentiré su presencia en esos detalles.

Él me enseñó la pureza de un amor sin condiciones, la alegría de lo simple, y la serenidad ante lo inevitable. Sé que nuestro tiempo juntos fue un regalo, y aunque ahora el dolor sea parte de ese recuerdo, cada momento compartido fue un paso en un camino que jamás olvidaremos.

 

 

 

Sé que algún día volveremos a vernos mi gran amigo, mientras tanto seguirás viviendo en mis pensamientos, en mis recuerdos y en mi corazón.

 

Gracias mi querido Arco, galgo más que muy bueno.

Sigue soñando con mundos de aventura. Que tu camino esté lleno de campos abiertos para correr y disfrutar, y que tu espíritu siga brillando en ese lugar donde las almas nobles y puras encuentran su descanso.

 

 

                                                   Daniela del Castillo, 1ºBachillerato A    (28/10/2024)

Comentarios