Hugo García (La última batalla)


 

LA ÚLTIMA BATALLA


Hemos conquistado Valencia, “por fin” le dije a mi señor, Rodrigo. El ambiente que se respiraba entre los nuestros era espectacular, besos, abrazos, gestos de júbilo y el sonido de los choques de las jarras llenas de cerveza que no paraban de sonar a lo largo y ancho de toda la taberna. Este sonido se hacía casi ensordecedor, lo que me hacía casi imposible escuchar las palabras de mi señor. Eso no era problema, ya que su cara y sus gesticulaciones contrastaban por completo con la de sus hombres, algo fallaba.

 

En un momento de mayor calma en la taberna, me armé de valor y finalmente me dirigí a mi señor y le acabé preguntando: “Permítame mi ignorancia, ¿está todo bien, mi señor?” Debe ser que el sonido y los gritos volvieron en ese instante o tal vez no me quiso escuchar o responder, ya que este ni se inmutó tras mi pregunta. No me atreví a preguntarle nada más durante dos horas. Cuando todos nuestros hombres ya estaban por irse y completamente borrachos en su mayoría, Rodrigo decidió pronunciarse ante todos: “Nuestra conquista ha sido un éxito. Quiero agradecer a todos los combatientes que han derramado sangre y sudor en este complicado asedio, sin olvidarme de todo aquel que ha perdido la vida víctima de guerra o de la peste. Tengo una mala notica que daros, esto ni mucho menos ha finalizado.”

 

En un simple instante de tiempo, las sonrisas que tenían los allí presentes se desdibujaron por completo. Se escucharon murmullos acompañados de un claro tono de decepción y miedo. "¡Silencio!” --Exclamó Rodrigo “Conformistas, las tropas almorávides se están reagrupando en el sur de la ciudad y su acoso a nuestros hombres es continúo. Justo antes de llegar aquí me ha llegado la información de que el gobernador Yusuf ibn Tasufin está planeando atacar. Si esa es su verdadera intención nosotros atacaremos antes, con la máxima antelación posible. Mañana tendremos un día para recuperarnos y atacaremos el siguiente día, al alba.”

 

 

Los hombres salieron de la caverna decepcionados y con mucho miedo tras estas palabras. No me atreví a decir ni una palabra a mi señor. Salí de la caverna como todos, y me dirigí directamente al lugar donde había montado la tienda de campaña. El frío era tremebundo, en pleno octubre no se escuchaba ni un animal, pero no fue por el frío la causa de mi insomnio aquella noche. Por mi cabeza se pasaban muchísimos pensamientos pesimistas: ¿Qué necesidad tenía mi señor de hacer otra guerra tan solo dos días después de una que había dejado tantas secuelas? ¿Iba yo esta vez a participar o tan solo iba a organizar las diferentes tácticas como las últimas veces? Me encontraba en vilo, el reloj de arena común no era visible, por lo que no pude contemplar el tiempo restante para el amanecer.

 

El día de descanso se me hizo eterno, nadie dijo ni una palabra. No parecía un ambiente de victoria, al contrario, en nuestros hombres se veían caras totalmente descompuestas como sabiendo que muchos de allí no estarían vivos al día siguiente, y así sucedió.

 

 

Otra noche eterna, esta fue incluso peor ni el cansancio me ayudó a poder conciliar el sueño.

Tras una larga espera, todavía de noche, se empezaron a mover y levantar los primeros hombres. Parte del ejército ya se había situado a veinte kilómetros de nuestra posición, listos para el ataque. Nuestra hora había llegado. Una tropa de unos mil hombres salimos al alba.

Cuando llegamos, la otra parte de nuestros hombres ya estaban en posición de ataque.

 

En medio de lo que parecía que fuera a ser una masacre, una dosis de esperanza nos invadió a todos los allí presentes. En efecto, atacar antes fue una buena idea por parte de Don Rodrigo, los almorávides no se habían percatado de nuestra presencia, debieron pensar que solo éramos unos simples soldados de Alfonso VI que estábamos de paso. El mismo ejército sitiador de Valencia se disponía a atacar. En la primera tanda fueron unos cuatrocientos hombres. Con éxito. Nos hicieron señas, los almavedíes que ya tenían la moral baja habían huido tras nuestra amenaza. Nuestros hombres vitoreaban y mostraban su respeto hacia Don Rodrigo que una vez más había demostrado ser un genio de la estrategia. Nos dispusimos a entrar en la ciudad de Cuarte, Rodrigo a la cabeza yo y un par de hombres lo escoltábamos. Mientras todo el mundo estallaba de alegría, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo tras mirar a una de las torres en la entrada de la ciudad. Unos diez arqueros asomaban la cabeza y su arco. Como si la acción hubiese ocurrido de forma ralentizada grité y me puse en frente de la figura de mi señor, con el fin de protegerle, así hice, todos nuestros soldados se resguardaron incluido yo. Nos habían tendido una trampa mientras los demás hombres atacaban y penetraban en la ciudad corriendo yo me encargué de resguardarme con mi señor bajo un pino centenario.

 

Con la adrenalina producida no era consciente de la flecha que había penetrado de lleno en mi abdomen. A partir de ese momento se me empezó a nublar la vista, era el fin. Mi señor me dio su bendición al ver que ya nada podía salvarme. Sin saberlo, recité mis últimas palabras: “Señor, ¿ahora quién me recordará?”. No logré escuchar su respuesta. Por fin, me desperté, ya no tenía el cuerpo ensangrentado, ni tres hombres estaban intentando socorrerme. Me encontraba en el mismo lugar, pero vacío, sin cuerpos humanos ni fortificaciones, tan solo la naturaleza y yo.

 

Ahí me di cuenta, solo los muertos vemos el final de la guerra. Muchos dicen que los guerreros mueren en vano, yo pienso que siempre que alguien que muere lo hace por algo.

 

  

 

Hugo García Hernández. 1ºBachillerato B. 5 de noviembre 2024.

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