LA ÚLTIMA BATALLA
Hemos
conquistado Valencia, “por fin” le dije a mi señor, Rodrigo. El ambiente que se
respiraba entre los nuestros era espectacular,
besos, abrazos, gestos de júbilo y el sonido de los choques de las jarras
llenas de cerveza que no paraban de sonar a lo largo y ancho de toda la
taberna. Este sonido se hacía casi ensordecedor, lo que me hacía casi imposible
escuchar las palabras de mi señor. Eso no era problema, ya que su cara y sus
gesticulaciones contrastaban por completo con la de sus hombres, algo fallaba.
En
un momento de mayor calma en la taberna, me armé de valor y finalmente me dirigí
a mi señor y le acabé preguntando: “Permítame mi ignorancia, ¿está todo bien,
mi señor?” Debe ser que el sonido y los gritos volvieron en ese instante o tal
vez no me quiso escuchar o responder, ya que este ni se inmutó tras mi pregunta.
No me atreví a preguntarle nada más durante dos horas. Cuando todos nuestros
hombres ya estaban por irse y completamente borrachos en su mayoría, Rodrigo
decidió pronunciarse ante todos: “Nuestra conquista ha sido un éxito. Quiero
agradecer a todos los combatientes que han derramado sangre y sudor en este
complicado asedio, sin olvidarme de todo aquel que ha perdido la vida víctima
de guerra o de la peste. Tengo una mala notica que daros, esto ni mucho menos
ha finalizado.”
En
un simple instante de tiempo, las sonrisas que tenían los allí presentes se
desdibujaron por completo. Se escucharon murmullos acompañados de un claro tono
de decepción y miedo. "¡Silencio!” --Exclamó Rodrigo “Conformistas, las
tropas almorávides se están reagrupando en el sur de la ciudad y su acoso a nuestros
hombres es continúo. Justo antes de llegar aquí me ha llegado la información de
que el gobernador Yusuf ibn Tasufin
está planeando atacar. Si esa es su verdadera intención nosotros atacaremos
antes, con la máxima antelación posible. Mañana tendremos un día para
recuperarnos y atacaremos el siguiente día, al alba.”
Los hombres salieron de la caverna decepcionados y con
mucho miedo tras estas palabras. No me atreví a decir ni una palabra a mi
señor. Salí de la caverna como todos, y me dirigí directamente al lugar donde había
montado la tienda de campaña. El frío era tremebundo, en pleno octubre no se
escuchaba ni un animal, pero no fue por el frío la causa de mi insomnio aquella
noche. Por mi cabeza se pasaban muchísimos pensamientos pesimistas: ¿Qué
necesidad tenía mi señor de hacer otra guerra tan solo dos días después de una
que había dejado tantas secuelas? ¿Iba yo esta vez a participar o tan solo iba
a organizar las diferentes tácticas como las últimas veces? Me encontraba en
vilo, el reloj de arena común no era visible, por lo que no pude contemplar el
tiempo restante para el amanecer.
El día de descanso se me hizo eterno, nadie dijo ni
una palabra. No parecía un ambiente de victoria, al contrario, en nuestros
hombres se veían caras totalmente descompuestas como sabiendo que muchos de
allí no estarían vivos al día siguiente, y así sucedió.
Otra noche eterna, esta fue incluso peor ni el
cansancio me ayudó a poder conciliar el sueño.
Tras una larga espera, todavía de noche, se empezaron
a mover y levantar los primeros hombres. Parte del ejército ya se había situado
a veinte kilómetros de nuestra posición, listos para el ataque. Nuestra hora
había llegado. Una tropa de unos mil hombres salimos al alba.
Cuando llegamos, la otra parte de nuestros hombres ya
estaban en posición de ataque.
En medio de lo que parecía que fuera a ser una
masacre, una dosis de esperanza nos invadió a todos los allí presentes. En
efecto, atacar antes fue una buena idea por parte de Don Rodrigo, los
almorávides no se habían percatado de nuestra presencia, debieron pensar que
solo éramos unos simples soldados de Alfonso VI que estábamos de paso. El mismo
ejército sitiador de Valencia se disponía a atacar. En la primera tanda fueron unos
cuatrocientos hombres. Con éxito. Nos hicieron señas, los almavedíes que ya
tenían la moral baja habían huido tras nuestra amenaza. Nuestros hombres
vitoreaban y mostraban su respeto hacia Don Rodrigo que una vez más había
demostrado ser un genio de la estrategia. Nos dispusimos a entrar en la ciudad
de Cuarte, Rodrigo a la cabeza yo y un par de hombres lo escoltábamos. Mientras
todo el mundo estallaba de alegría, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo
tras mirar a una de las torres en la entrada de la ciudad. Unos diez arqueros
asomaban la cabeza y su arco. Como si la acción hubiese ocurrido de forma
ralentizada grité y me puse en frente de la figura de mi señor, con el fin de
protegerle, así hice, todos nuestros soldados se resguardaron incluido yo. Nos
habían tendido una trampa mientras los demás hombres
atacaban y penetraban en la ciudad corriendo yo me encargué de resguardarme con
mi señor bajo un pino centenario.
Con la adrenalina producida no era consciente de la
flecha que había penetrado de lleno en mi abdomen. A partir de ese momento se
me empezó a nublar la vista, era el fin. Mi señor me dio su bendición al ver
que ya nada podía salvarme. Sin saberlo, recité mis últimas palabras: “Señor,
¿ahora quién me recordará?”. No logré escuchar su respuesta. Por fin, me
desperté, ya no tenía el cuerpo ensangrentado, ni tres hombres estaban
intentando socorrerme. Me encontraba en el mismo lugar, pero vacío, sin cuerpos
humanos ni fortificaciones, tan solo la naturaleza y yo.
Ahí me di cuenta, solo los muertos vemos el final de
la guerra. Muchos dicen que los guerreros mueren en vano, yo pienso que siempre
que alguien que muere lo hace por algo.
Hugo García
Hernández. 1ºBachillerato B. 5 de noviembre 2024.
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