EL
ÚLTIMO VUELO
21
de enero de 2019. Aquel día fue el último día en la ciudad que había sido mi
casa durante 4 años. 4 años de euforia, de alegría y de crecimiento personal. Y
por fin, lo había conseguido. Después de tantos años de esfuerzo, lo había
logrado. Por fin iba a jugar en la Premier League. Tras tanto trabajado y
dedicación, pasando por Burdeos, Orleans, Niort, Caen y, por último, mi querida
ciudad de Nantes, donde llegué a ser el segundo máximo goleador de la Ligue 1,
tan solo dos tantos por detrás del galáctico Kylian Mbappé.
Aquel
lunes me levanté tranquilo, emocionado. Ya era oficial, ya había firmado el
contrato con el Cardiff City. “Soy el jugador mas caro de la historia de club”
pensé con aires de grandeza. Ese lunes fue el último día que paseaba por las
frías y a la vez cálidas calles de Nantes. Llegué a la ciudad deportiva de mi
desde aquel día, exclub. Como siempre, saludé con una sonrisa a Pierre, el
hombre de recepción, y me dispuse a reunirme con mis excompañeros y amigos tras
el entrenamiento para comunicarles la noticia. Todos se alegraron por mi
flamante traspaso, pero en el fondo, sabía que les dolía mi marcha. También
hablé con el míster, quien se veía en aprietos tras mi marcha, pues era el
único delantero en plantilla del que podía disponer. Con gotas de agua brotando
de mis ojos, salí por ultima vez de la ciudad deportiva. Estaba llegando la
hora.
Fui
a comer con los pocos, pero muy fieles amigos que había hecho en Francia en
todos estos años. Una última despedida antes de marchar a otro país en busca de
mis sueños de niño. En busca de una nueva vida. Entonces pensé, ¿Y si me he
equivocado? ¿Y si no sale bien? Pero no era el momento de lamentarse. Ya
quedaba poco. Me puse a pensar en todos los buenos momentos en Nantes, como
aquel legendario hat-trick frente al Toulouse. En todos los entrenamientos
junto a mis compañeros. En todos los aficionados que me habían aplaudido y
coreado. También en los que me insultaron o pitaron por alguna actuación. En
sus sonrisas cuando convertía un gol. En la adrenalina de emerger del túnel de
vestuarios ante la multitud para jugar a mi amado deporte. Llegó la hora.
18:30. Había que poner rumbo al aeródromo donde me esperaba el avión privado
que me había proporcionado el Cardiff.
Llegué
a aquel lugar. No soy una persona muy exquisita, ni que necesite mucho, pero
con una simple mirada, me percaté del deplorable estado del avión en el que iba
a viajar. Saludé al piloto, un hombre de unos 60 años con cara de bonachón.
Cogí mis maletas y me despedí de mi amigo André, que me había acompañado hasta
el aeródromo. Nada mas subir, me dispuse a enviar un mensaje a mi familia y a
mis amigos para informarles de la situación. “Hola hermanitos, ¿cómo andan loquitos locos? Hermano, estoy
muerto. Estuve acá en Nantes, eeehhh... haciendo cosas y cosas y cosas y cosas
y cosas y cosas y no termina más no termina más no termina más no termina
más... Así que nada, muchachos. Estoy acá arriba del avión, que, parece que se
está por caer a pedazos. Y me estoy yendo para Cardiff loco que, mañana sí, ya
arrancamos. A la tarde arrancamos a entrenar muchachos, en el nuevo equipo, a
ver qué pasa... Así que ¿cómo andan ustedes hermanitos todo bien? Si en una
hora y media no tienen novedades mías... no sé si van a mandar a alguien a
buscarme porque no me van a encontrar pero, ya lo saben.”
Tras subir, ya me temía lo peor. Nervioso, me
abroché el cinturón, y el avión despegó. Mirando por la ventanilla, pude ver
todos mis sueños y recuerdos quedando atrás. Muchos años de mi vida en Francia,
para conseguir lo que había conseguido. Mientras sobrevolábamos el imponente y
extenso Canal de la Mancha, de camino a territorio galés, el motor del avión
comenzó a emitir unos extraños sonidos.
El piloto entonces formuló una frase que me produjo un escalofrío que me
recorrió todo el cuerpo. “Vamos a estrellarnos”. En ese momento comencé a
llorar. Tanto por lo que había luchado, para terminar así. Se me vinieron a la
cabeza todos los recuerdos acumulados durante mis escasos 29 años de vida.
Pensé en mi madre. En todos los momentos con ella de amor y cariño. Pensé en mi
padre. Quien me había transmitido la pasión de lo que mas me gustaba hacer en
el mundo. Y por supuesto pensé en mi amado fútbol, que me daba tantas alegrías
y de comer. En todas las veces que entraba en contacto con el esférico. En
todos los pases, acciones defensivas y remates a portería. En los goles y
sonrisas del público en la grada.
Entonces sucedió. El avión comenzó a
descender a la velocidad del relámpago. No había solución. Iba a morir.
Entonces, lo que era inevitable, sucedió. Nos estrellamos contra las inmensas
aguas del Canal de la Mancha. Miré mi brazo con mi tatuaje de la virgen, y
acepté mi destino. Tantas veces había volado para rematar un balón colgado al
rectángulo de castigo, pues era mi especialidad, y no sabia que esa era la
ultima vez que volaría, pero sin un objeto redondo que impactar con mi frente
para enviar a las frías redes de otro rectángulo de 7,32 metros de largo por
2,44 metros de largo. No localizaron mis restos hasta el 4 de febrero, donde
encontraron el avión bajo el mar y mi cuerpo sin vida, junto al del pobre
piloto que me acompañaba.
Según he oído, mucha gente lloró mi muerte. Al
parecer, un simple tipo ítalo-argentino había conmocionado al mundo del fútbol
con un suceso tan natural como la muerte. Y eso que siempre fui un niño tímido.
También he llegado a escuchar que el club por el que había firmado, el Cardiff
City, había perdido la categoría en esa temporada, y, tras esto exigió al
Nantes 120 millones de euros, alegando que, con mis servicios en el club, no
hubieran descendido. Espero que esto no sea mas que un rumor, pues lo ultimo
que quisiera sería generar mas problemas a mi querido Nantes.
Ahora por fin puedo descansar en paz,
reflexionando. Yo, Emiliano Raúl Sala Taffarel, nacido en Santa Fe, Argentina,
puedo afirmar que he sido muy feliz en cada momento, disfrutando de lo que más
me gusta. El fútbol.
José García-Quintián Ramonde. Primero de
bachillerato B. N7. 27 de octubre de 2024.
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