LA CAÍDA DE UNA ESTRELLA
“Señor necesitamos que se vaya”. Las voces retumban. Veo
doble. Todos hablan a la vez. Creo que sí me pasé de la dosis. Me agarran los
brazos. No quiero que me toquen. Me intento zafar de sus manos, me retuerzo en
el aire y caigo al suelo. “Está bien?”, “No me puede importar menos, como no le
saquéis ya de recepción nos va a dejar fatal”. Que malaje. Me incorporo para
replicar, pero me mareo y vuelvo a caer al suelo. “Acompáñeme por favor” dice
una vocecita dulce atada a una cara que reconozco. “Así es vamos al ascensor”.
Me quiere llevar a mi habitación. No, no, no quiero estar ahí, solo. Me giro y retuerzo,
pero alguien me agarra de los hombros y me lleva al ascensor y quedo atrapado
con la voz dulce y la cara amable. Subimos y subimos.
Una voz canta monótonamente “piso tres”. Una pequeña mano
me guía hasta mi habitación, número 10. “Trate de descansar, encuéntrese
mejor”. Se cierra la puerta y esa cara desaparece. Me giro. Esta ahí la dosis
de mañana, o lo que queda de ella. Esta bien colocada, como yo. De repente
escucho voces. Me acerco a la puerta. “¿Ya esta controlado?” “No lo digas así
es una persona como tú y yo” “Ya, una persona con complejo de superioridad que
está aquí fastidiándonos la noche porque es un adicto” “Estás asumiendo toda su
personalidad por el simple hecho de que es un adicto, ¡en serio vas a pasar por
ahí?” “Pues sí, ¿no ves cómo nos está tratando?” “No es el mismo y se nota, no
me digas que te ha tratado igual esta mañana en el desayuno porque sé que no.”
“Puede, pero en este estado muestra su verdadera persona, estaríamos todos
mucho mejor si nos dejase en paz y se pirase a otra parte” “Es alguien que está
sufriendo y no sabe cómo remediarlo, ¿no te da ni un poco de pena?” “Me da pena
no poder estar debajo de camarero que me pagan más, así que te dejo con el
drogui, cuídale tu tanta pena que te da.” Después un suspiro y pasos
alejándose.
Veo rojo. Como se atreve. Tiene razón. No, no la tiene,
estoy bien. Claro que no estoy bien que dices. Cállate. ¡Cállate ya! La rabia
me consume y veo la televisión que tengo al lado y lo siguiente que siento es
un dolor en mis nudillos. La televisión cae destrozada. Ya he empezado, no
puedo parar. Lo siguiente es la droga que ya me causa repulsión. Me doy asco.
Sigo con los estantes. Tiro todo al suelo, no vale nada. No lo soporto. Todo
este lujo para nada. Dejo las estanterías desnudas. Luego la cama. Arranco
sabanas, desgarro fundas y desplumo almohadas, pero no es suficiente. Tiro el
colchón y no lo desgarro porque no me da la fuerza. Me rindo y saco los
cajones, desparramo sus contenidos. Entro al baño. Suelto un puño a la mampara.
Otro. Otro más. No me sirve no es suficiente. Me giro y veo mi reflejo.
Es como un cubo de agua fría. Veo borroso, pero ni con
toda la claridad del mundo reconocería al hombre que me devuelve la mirada. No
lo soporto, no lo puedo ver más. Sin pensarlo, por instinto, pego un puñetazo
al espejo. Duele, arde. Noto cristales en mi piel, metidos en mis nudillos y
huelo sangre. Mi sangre en el espejo, en el suelo, en la cama. Salgo del baño y
veo mi móvil en el suelo entre el destrozo. La pantalla se ilumina y bajo la
hora, 17:20, veo una cara sonriente que no reconozco, pero me trae lagrimas a
ojos que ya directamente no ven. Me giro y ando para disiparlas y acabo en el
balcón. El aire frio me revienta como un camión y de repente se me aclara la
vista y veo la ciudad, Buenos Aires. Comienzo a pensar en toda la gente que está
por aquí, como todos tienen su vida. Como viven. Ese está yendo a casa, a su
mujer, o tal vez a recoger a su hijo.
Mi mujer. Mi hijo. ¿Qué pensarían de mi si me viesen
ahora mismo? Me doy vergüenza. Tenía razón la voz de fuera. No me merezco nada. Si me tirase ahora mismo a nadie le afectaría.
De hecho, sí. Estarían todos mejor sin mí, soy una carga, un incordio. He
arruinado su noche por esta droga. Si la dejase seria más feliz, o eso me dice
el psicólogo. No puedo, nunca podre soy débil e inútil. Si saltase ahora, me lo
agradecerían. De repente esa idea comienza a dar vueltas en mi cabeza, como
tentándome. Con el viento en la cara pienso en todos mis seres queridos, pero
la droga me habla y es más fuerte, me insta a hacerlo, duda de mi capacidad, de
mi fuerza de voluntad. “No te atreves. Eres un cobarde y un egoísta. Quieres
seguir vivo y seguir tomando, te da igual cuantos sufran por tu culpa.” Trato
de dejar de escuchar, pero la voz me persigue, me retumba en la cabeza.
Tal vez me tire, tal vez resbalé intentando salir de ese
balcón, el final sería en mismo. Caí y morí en el patio de ese hotel. El 17 de
octubre de 2024 a las 17:30 el mundo perdió a Liam Payne.
Elena López 1º Bachillerato B
31/10/2024
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