Elena Lopez (La caida de una estrella)


 

LA CAÍDA DE UNA ESTRELLA

“Señor necesitamos que se vaya”. Las voces retumban. Veo doble. Todos hablan a la vez. Creo que sí me pasé de la dosis. Me agarran los brazos. No quiero que me toquen. Me intento zafar de sus manos, me retuerzo en el aire y caigo al suelo. “Está bien?”, “No me puede importar menos, como no le saquéis ya de recepción nos va a dejar fatal”. Que malaje. Me incorporo para replicar, pero me mareo y vuelvo a caer al suelo. “Acompáñeme por favor” dice una vocecita dulce atada a una cara que reconozco. “Así es vamos al ascensor”. Me quiere llevar a mi habitación. No, no, no quiero estar ahí, solo. Me giro y retuerzo, pero alguien me agarra de los hombros y me lleva al ascensor y quedo atrapado con la voz dulce y la cara amable. Subimos y subimos.

 

Una voz canta monótonamente “piso tres”. Una pequeña mano me guía hasta mi habitación, número 10. “Trate de descansar, encuéntrese mejor”. Se cierra la puerta y esa cara desaparece. Me giro. Esta ahí la dosis de mañana, o lo que queda de ella. Esta bien colocada, como yo. De repente escucho voces. Me acerco a la puerta. “¿Ya esta controlado?” “No lo digas así es una persona como tú y yo” “Ya, una persona con complejo de superioridad que está aquí fastidiándonos la noche porque es un adicto” “Estás asumiendo toda su personalidad por el simple hecho de que es un adicto, ¡en serio vas a pasar por ahí?” “Pues sí, ¿no ves cómo nos está tratando?” “No es el mismo y se nota, no me digas que te ha tratado igual esta mañana en el desayuno porque sé que no.” “Puede, pero en este estado muestra su verdadera persona, estaríamos todos mucho mejor si nos dejase en paz y se pirase a otra parte” “Es alguien que está sufriendo y no sabe cómo remediarlo, ¿no te da ni un poco de pena?” “Me da pena no poder estar debajo de camarero que me pagan más, así que te dejo con el drogui, cuídale tu tanta pena que te da.” Después un suspiro y pasos alejándose.

 

Veo rojo. Como se atreve. Tiene razón. No, no la tiene, estoy bien. Claro que no estoy bien que dices. Cállate. ¡Cállate ya! La rabia me consume y veo la televisión que tengo al lado y lo siguiente que siento es un dolor en mis nudillos. La televisión cae destrozada. Ya he empezado, no puedo parar. Lo siguiente es la droga que ya me causa repulsión. Me doy asco. Sigo con los estantes. Tiro todo al suelo, no vale nada. No lo soporto. Todo este lujo para nada. Dejo las estanterías desnudas. Luego la cama. Arranco sabanas, desgarro fundas y desplumo almohadas, pero no es suficiente. Tiro el colchón y no lo desgarro porque no me da la fuerza. Me rindo y saco los cajones, desparramo sus contenidos. Entro al baño. Suelto un puño a la mampara. Otro. Otro más. No me sirve no es suficiente. Me giro y veo mi reflejo.

 

 

Es como un cubo de agua fría. Veo borroso, pero ni con toda la claridad del mundo reconocería al hombre que me devuelve la mirada. No lo soporto, no lo puedo ver más. Sin pensarlo, por instinto, pego un puñetazo al espejo. Duele, arde. Noto cristales en mi piel, metidos en mis nudillos y huelo sangre. Mi sangre en el espejo, en el suelo, en la cama. Salgo del baño y veo mi móvil en el suelo entre el destrozo. La pantalla se ilumina y bajo la hora, 17:20, veo una cara sonriente que no reconozco, pero me trae lagrimas a ojos que ya directamente no ven. Me giro y ando para disiparlas y acabo en el balcón. El aire frio me revienta como un camión y de repente se me aclara la vista y veo la ciudad, Buenos Aires. Comienzo a pensar en toda la gente que está por aquí, como todos tienen su vida. Como viven. Ese está yendo a casa, a su mujer, o tal vez a recoger a su hijo.

 

Mi mujer. Mi hijo. ¿Qué pensarían de mi si me viesen ahora mismo? Me doy vergüenza. Tenía razón la voz de fuera.  No me merezco nada.  Si me tirase ahora mismo a nadie le afectaría. De hecho, sí. Estarían todos mejor sin mí, soy una carga, un incordio. He arruinado su noche por esta droga. Si la dejase seria más feliz, o eso me dice el psicólogo. No puedo, nunca podre soy débil e inútil. Si saltase ahora, me lo agradecerían. De repente esa idea comienza a dar vueltas en mi cabeza, como tentándome. Con el viento en la cara pienso en todos mis seres queridos, pero la droga me habla y es más fuerte, me insta a hacerlo, duda de mi capacidad, de mi fuerza de voluntad. “No te atreves. Eres un cobarde y un egoísta. Quieres seguir vivo y seguir tomando, te da igual cuantos sufran por tu culpa.” Trato de dejar de escuchar, pero la voz me persigue, me retumba en la cabeza.

 

Tal vez me tire, tal vez resbalé intentando salir de ese balcón, el final sería en mismo. Caí y morí en el patio de ese hotel. El 17 de octubre de 2024 a las 17:30 el mundo perdió a Liam Payne.

 

Elena López 1º Bachillerato B 31/10/2024

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