Jacobo Montalban (Hora de la ducha)


 

HORA DE LA DUCHA


Era una tarde de primavera en una pequeña aldea polaca en 1940. El viento corría y la aromática esencia de las flores de la pradera llevaba. Mis amigos y yo jugábamos, esperando a que nuestras madres nos llamasen para ir a cenar. Nuestros padres disfrutaban charlando y viéndonos pasarlo bien. Y con ellos estaba él, mi padre. Era un hombre de sabiduría y amor, y cada tarde compartíamos historias sobre el pasado y sobre los héroes de nuestro pueblo.

 

Esa noche durante la cena, un fuerte golpe en la puerta nos hizo levantarnos a todos del asiento. Eran los nazis, y venían a por nosotros. Entraron en el comedor apuntándonos con sus fusiles. Mi madre me cogió en brazos y me tapo la cara. Mi padre nos dijo que nos fuésemos a la habitación, pero los nazis dijeron que también venían a por mí. Fuimos llevados a un camión de carga donde nos encontramos con vecinos del pueblo.

 

En el camión todos íbamos callados y yo me estaba empezando a poner nervioso. Le preguntaba a mi padre si todo iba a ir bien y el me respondía que no me preocupase que siempre iba a estar conmigo pasase lo que pasase. Eso me hacía estar más tranquilo, pero me volvía a ver a mi padre y no tenía buena cara. Tras ello acabe durmiéndome. Tras varias horas terminamos llegando al destino final. Bajamos del camión, nadie hablaba. Un par de solados nos llevaron en fila hacia una puerta. Nos iban azotando e insultándonos mientras caminábamos. Yo iba refugiado entre las piernas de mi padre. Llegamos a la puerta y en ese momento vi el infierno en persona.

 

Un paisaje desolador repleto de alambre de espino y figuras demacradas. Los hombres y las mujeres eran tratados como animales. Podía ver sus miradas de desesperación. Era como entrar en otro mundo totalmente diferente.

 

Entramos y a mi padre y a mi nos asignaron un ropaje, un número y una habitación. Era un traje que parecía un pijama de rayas, un poco feo en mi opinión. Llegamos a la habitación asignada y nos encontramos con algunos conocidos. En la habitación se mascaba la tragedia. Llegamos a nuestras camas y nos tumbamos a descansar.

 

Al día siguiente mi padre me dijo que me escondiese entre las sábanas mientras él iba a hacer unos trabajos. No se muy bien que tenía que hacer en aquel sitio, pero bueno, yo le hice caso y me quedé escondido todo el día. Pasé mucha hambre hasta que encontré un trozo de pan escondido entre la ropa de otro señor. Tras mucha espera mi padre llegó con los otros. Estaba lleno de barro y muy cansado así que nos fuimos a dormir.

 

Pasaron así otros tres días más. Lo mismo de siempre y cada vez teníamos más hambre y estábamos más débiles. Los días se hacían eternos. Cuando llegaba mi padre de trabajar me daba un abrazo y rompía a llorar mientras me decía que todo iba a salir bien y que pronto veríamos a mamá y a todos nuestros amigos.

 

Esa misma noche entro un soldado en la habitación y nos dio de cenar. Cenamos todos juntos como ya de costumbre. Estábamos toda la habitación en silencio, se respiraba un ambiente tenso. Tras la cena otro soldado entró y nos dijo que era hora de ducharnos.

 

Todo el mundo entró en pánico, puesto que sabían lo que nos esperaba. Todos menos yo. Me giré a ver a mi padre, que me miraba con lágrimas en los ojos. Me cogió la cara y me abrazó mientras me decía te quiero. El soldado nos dirigió hasta la zona de las duchas.

 

Nadie quería entrar. Los soldados tuvieron que meter a la fuerza a los primeros. Llegamos a los baños y empezamos a prepararnos para la ducha. No hablaba nadie. Todo el mundo estaba cabizbajo. Mi padre me miró y me dijo que me quitase la ropa y que me preparase. Nunca había visto a mi padre así. Tan desolado. Con la mirada perdida, como si el mundo se fuera a acabar.

 

Nos dirigimos a las duchas. Todo el mundo se puso debajo de ella y yo me puse al lado de mi padre que me dijo: “Te amo hijo, no lo olvides nunca”. Le abracé. Empezó a salir gas de la ducha y… ahí junto a mi padre vi pasar por delante todos nuestros recuerdos, nuestras vivencias, me acordé de mi madre y de todos los momentos que habíamos pasado. Y allí, en aquel infierno, aquel mar de dudas, donde nadie salía vivo, me dormí y no volví a despertar.

 

Jacobo Montalbán Ibáñez 1ºB 10/2024


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