Nuria Lleonart Castro (Un acto de egoismo)



UN ACTO DE EGOÍSMO


Quiero contaros una historia de superación personal de la que, en parte, también he sido protagonista. Es la historia de mi madre.

“Cuando aprobé la oposición me preguntó el presidente del Tribunal por qué se me había ocurrido opositar. Le contesté que había sido un acto de egoísmo. Le sorprendió tanto mi respuesta que enseguida me pidió que se lo explicara. Le dije que se trataba de reivindicar mi propia vida. Me sentía como una marioneta de cinco hilos, mis cuatro hijos y mi marido, todo el día respondiendo a la voz de mamá o Moni, esto o lo otro, atendiendo a uno u otro cada día y cada noche. Necesitaba mi espacio, mi tiempo, poner un límite que ellos tuvieran que respetar: “Mamá está estudiando”. Demostrarme a mí misma que era una persona válida, capaz, posicionándome dentro de mi familia y de la sociedad. Te lo explico”.


“Nací en Lugo y era la tercera de seis hermanos. Me fui a Madrid para estudiar ingeniería industrial, mi padre es ingeniero, pero solo duré seis meses. Estudiaba muchísimo y en el primer parcial lo más que saqué fue un 2.5 en álgebra. Lo dejé. Cuando volví a mi casa, mi madre me dijo que ellos sabían que esa carrera no era para mí, pero de eso me tenía que dar cuenta yo misma, yo tenía que encontrar mis propios límites”.

“Encontrar nuestros propios límites”. Esta frase me recuerda a aquella escena de la película de Will Smith, En busca de la felicidad. “Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. Ni siquiera yo, ¿vale? Si tienes un sueño, tienes que protegerlo”.

“No sabía qué hacer. Empecé Derecho solo porque una amiga me lo dijo. Y no te lo vas a creer, también suspendí los primeros exámenes. Tenía mi autoestima por los suelos, me sentía absolutamente inútil. Conocí a tu padre por aquellas fechas, me ayudó mucho, me enseñó a estudiar, a subrayar, y sobre todo, que había que repasar, lo que él llamaba “las vueltas”, al menos tres antes del examen. Y el cambio fu radical, hasta saqué mi primer matrícula de honor en Derecho Romano”.

Si os dais cuenta, mi madre no sabía estudiar. Creo que las técnicas de estudio son una de las cosas fundamentales que debemos aprender en el colegio. Quizá no recordemos todas las capitales del mundo…, pero si aprendemos a estudiar, y a comprender lo que estudiamos, tendremos mucho camino ganado.

“Me casé a los 21 años, estaba cursando tercero de Derecho en la Universidad Complutense. En cuarto de carrera tuve mi primer hijo, dejé de estudiar un mes antes de dar a luz y no volví a coger un libro hasta diez años después. Nacieron las mellizas, de modo que antes de cumplir los 25 tenía tres hijos y a los 32 a ti, mi tesoro. Entre tanto, fuimos cambiando de residencia de un sitio a otro: Hoyos, Baena, Granada, Madrid, Rute, Málaga, donde tú naciste, y Cádiz. Finalmente Madrid otra vez.

Me gustaba mi papel de madre y ama de casa, no supuso para mí ningún sacrificio  dejar la carrera ni se creó en mí ningún dilema, la cosa era clara: quería dedicarme 100% al cuidado de mi familia. Se trataba de invertir mi tiempo en mi mayor patrimonio: mis hijos.

Tenerte a ti fue, de todas los embarazos, el más consciente y deseado. Simplemente porque quise. Cuando tenías un año, nos trasladamos a vivir a Cádiz. El cambio de vida respecto a Málaga fue brutal: no conocía a nadie y era empezar de cero otra vez, además en una ciudad mucho más pequeña, estaba deprimida. A lo que añadimos que al echarte a andar reclamabas tanta atención, que me sentí desbordada. Llevaba ya diez años dedicada exclusivamente a vosotros, cuando de repente sentí que contigo volvía a empezar  de cero. Papá me sugirió ponerme a estudiar. Fue mi tabla de salvación. Empecé poco a poco, tenía que terminar primero la carrera así que me matriculé en la UNED. El primer año, hice dos asignaturas nada más. Recuerdo que me puse un pequeño horario de estudio e iba a la biblioteca. Me sentí bien, que por primera vez en muchos años hacía algo por mí y para mí, y que perduraba, no como la cama que se hace y se deshace cada día. Cuando llegaba a casa, tenía que hacer los deberes con tus hermanos, la cena, preparar las cosas del día siguiente, organizar una casa en definitiva. Y todo lo hacía contigo en brazos; me echabas de menos y cuando llegaba, te subías a mis brazos y ya no había manera de que te soltase. Pero yo me sentía mucho mejor conmigo misma y ello repercutió en el bienestar de todos, aprovechaba mucho más el tiempo que pasaba con vosotros, lo disfrutaba más, lo deseaba más”.

Es esa frase que hoy es tan típica: “no es cuestión de cantidad sino de calidad”. Pero después de haberlo vivido en primera persona, estoy convencida de que es cierto: el tiempo que mi madre me dedicaba era  un “tiempo de calidad”.  Yo nunca sentí falta de atención, es más, ahora lo agradezco porque me ha hecho ser una persona muy independiente.

“Pero aun así, el sentimiento de culpa me invadía, pienso que a casi todas las mujeres, especialmente cuando te dejaba con la canguro que no te gustaba mucho o cuando con dos añitos te matriculé en la guardería, cuando ninguno de tus hermanos había ido. Ese año hice las cuatro asignaturas que me quedaban. Para evitar ese sentimiento de que no estaba haciendo contigo lo que hice con los mayores, que te dedicaba menos tiempo, hacía juegos malabares. No falté ningún día para llevarte ni para recogerte a la una cuando salías. Pero recuerdo que cuando estaba con los parciales de febrero, cogiste la varicela: tuve que dejarte en casa con la asistenta para poder estudiar y examinarme. Qué dolor de corazón…

Y al terminar la carrera, ya me había acostumbrado a tener mi parcela, ese tiempo para mí que me hacía sentir tan bien, que estaba incorporada al mundo.
Tenía 36 años, cuatro hijos, cero experiencia laboral, una carrera hecha en 17 años, no hablaba idiomas, no sabía cuánto tiempo me iba a quedar en Cádiz. Veía difícil poder incorporarme al mundo laboral. Con este currículum, ¿quién me iba a contratar? Además era entonces una persona especialmente tímida, y con cero relaciones sociales.

Pensé en opositar, ya tenía el ritmo de estudio, el hábito, no tendría que enfrentarme al público sino que sería una batalla entre los temas y yo, y claro, todas las obligaciones que conlleva una familia numerosa. Pensé en judicatura, pero papá dijo que ya que me ponía, mejor notarías, además tenía en casa todo el material, él también estaba opositando. Tardé siete años en aprobar. Empecé estudiando lo que podía, hasta que canté el primer tema. Entonces vi que se me daba bien, creí en mí misma, me animé, pensé que quizá sí fuera posible,  que esa idea romántica,  pese a la edad y las circunstancias,  podría ser alcanzable. Puse entonces toda la carne en el asador, terminé estudiando diez horas o más cada día. Repasaba los artículos del Código civil mientras volvía de llevarte al colegio, mientras hacía la compra o ponía la lavadora, en la sala de espera del pediatra, haciendo la cena…. Pero era mucha la motivación. El esfuerzo fue descomunal, pero no solo mío, fue de todos, porque un opositor en casa condiciona la vida de toda la familia. Pero pienso que los que más lo notaron quizá fueron tus hermanos, porque supuso un cambio, pero tú estabas acostumbrada a verme estudiar desde que naciste prácticamente. ¡¡Y al final estudiábamos juntas!!”

Pienso que la conciliación de la vida familiar y laboral es uno de los grandes retos que la sociedad asume hoy en día. La incorporación de las mujeres al mundo laboral no ha supuesto dejación de las tareas domésticas, sino en muchos casos, trabajar doble, en casa y fuera de casa y sin descanso de fines de semana. Es fundamental la educación que recibimos en este aspecto en nuestras familias, entender que la casa es de todos, hombres y mujeres, padres e hijos, que entre todos, hay que asumir las tareas: no se trata de ayudar, ya que eso supone que pensamos que es el otro la persona responsable, sino  de responsabilizarse cada uno de sus propias tareas, de manera que el reparto sea equitativo. Así todos tendremos las mismas posibilidades de desarrollo profesional, sin tener que ser una superwoman o un superman.

“Muchas veces me preguntan cómo pude hacerlo y contesto que no lo sé, ¡que no me acuerdo! Es como el parto, cuando das a luz se te olvida todo el dolor. Solo sé que ahora miro hacia atrás y me siento orgullosa”.

Y aunque mi madre no lo ha mencionado, yo os lo digo, lo hizo y lo hizo bien, fue la número uno de su promoción. Y yo también me siento orgullosa.

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