Carlos Chacón (Una historia muy dulce)

 


 

UNA HISTORIA MUY DULCE

 

 

 

Esta historia tiene lugar en Guadalajara, la ciudad donde nació mi abuelo Luis, el padre de mi madre. Con veinte años, nada más terminar la Universidad, mi abuelo se fue a vivir a Málaga donde se casó con mi abuela. Desde entonces vive allí. Aunque a él le encanta la ciudad de Málaga, él se siente alcarreño y sigue, como no podía ser de otra manera, al Club Deportivo Guadalajara, pues le gusta el fútbol tanto como a mí. Presume del Palacio del Infantado, de la Concatedral de Santa María, del Parque de la Concordia y de pueblos como Sigüenza y Pastrana, así como de las preciosas rutas del Parque Natural de Tejera Negra y del Alto Tajo. Pero de lo que más presume mi abuelo es de la famosa miel de la Alcarria y de los famosos bizcochos borrachos y de las trenzas y cocas de hojaldre de la antigua pastelería Hernando de la calle Miguel Fluiters, muy cerquita del Palacio del Infantado donde mis bisabuelos vivían.  De eso da fe mi madre que al igual que mi abuelo recuerdan todas aquellas mañanas en las que mi abuelo, nada más levantarse iba a la pastelería a comprar el desayuno mientras que mi madre lo observaba como subía la calle Mayor, entraba en la pastelería y volvía de regreso con una gran bandeja de cocas, trenzas y cruasanes recién hechos para mi abuela. Lo miraba desde el mirador de rejas verdes de la casa de mis bisabuelos que estaba justo enfrente del Infantado.

 

Justo antes de Navidad, un sábado por la mañana mis hermanos y yo fuimos con mis padres a recoger varias cosas que mis padres guardaban en la casa de mis bisabuelos que pocos días antes mi abuelo junto con sus primos habían llegado al acuerdo de venderla. Aprovechamos el día para dar un paseo por Guadalajara recorriendo todos aquellos lugares que mi madre durante su infancia y parte de la adolescencia pasó durante gran parte de sus vacaciones de verano. Me sorprendió la cara de mi madre al ver con tristeza la pastelería que durante más de un siglo fue una de las más prestigiosas de la ciudad y que desde el 18 de noviembre de 2018 tuvo que echar el cierre por no poder competir con las industrias de pasteles y bollería industrial.

 

En el coche, de regreso a Madrid, mi madre nos contó la historia de esta tradicional y familiar pastelería, cuyos dueños fueron muy amigos de mi tatarabuelo y de mi bisabuelo, dueños de la famosa imprenta Gutenberg situada enfrente del Palacio del Infantado, en el bajo del edificio de la casa donde nació mi abuelo y donde mi madre pasó parte de sus vacaciones de verano.

 

Curiosamente, los dueños de la pastelería no eran de Guadalajara. Eran de un pueblecito de Zaragoza llamado Alhama de Aragón. Llegaron a Guadalajara en 1880 abriendo una taberna en la Calle Mayor. No fue hasta 1901, cuando la familia decidió cambiar de actividad e iniciar el negocio de la pastelería, reformando el local e instalando un obrador de leña donde empezó a elaborar además de variados dulces artesanos y de gran calidad, los famosos bizcochos borrachos, unos bizcochos empapados en un licor suave, compuesto según se cree por agua, ron y miel, pues los ingredientes y la receta de los bizcochos siempre fueron y siguen siendo un secreto que nunca ha sido desvelado por la familia. En muy poco tiempo, los bizcochos borrachos se convirtieron en símbolo de Guadalajara y su fama se extendió rápidamente. La pastelería era visita obligada de todos los turistas que pasaban por el Palacio del Infantado. Todos se acercaban a comprar los famosos bizcochos borrachos junto con  la miel de la Alcarria. Además de los bizcochos, la familia complementó sus ventas con una exquisita bollería, destacando las famosas trenzas y cocas de hojaldre. En 1964, uno de los nietos amplió el negocio sustituyendo el obrador de leña por un horno eléctrico y en 1996 los biznietos siguieron ampliando el negocio, abriendo una nave en el polígono del Henares donde instalaron un moderno obrador y abriendo dos tiendas nuevas: Santa Clara y la Flor y Nata.

 

Pero todo cambió con la llegada de la bollería y pastelería industrial. Los precios de la pastelería artesanal no podían competir con los precios más bajos y económicos de la pastelería industrial. En poco tiempo, empezaron a aparecer los problemas económicos. La pastelería artesanal necesita de más personas que la industrial, lo que hace que el coste de mano de obra sea más elevado. Además, la subida de la luz y de las materias primas y la disminución de la demanda de estos productos en contra de los industriales, conllevó el cierre una tras otra, de todas las pastelerías de la calle Mayor de Guadalajara:  La Menorquina, después Villalba, Moya, y Campoamor. La pastelería Hernando intentó subsistir algunos años más, pero las pérdidas del negocio familiar fueron aumentando cada vez más hasta que, en noviembre de 2018, Luis y Rubén, los dueños en ese momento, decidieron tomar la decisión de cerrar el negocio.

 

Hoy en día sólo sobrevive una única pastelería en el Paseo de las Cruces que vende los bizcochos borrachos, la pastelería Hernando 17 que, aunque tiene el mismo nombre pertenece a otro dueño, un hombre casi a punto de jubilarse, pero con la idea de ceder su negocio a su sobrina Sandra Andarias, ganadora del concurso Petits Fours. La heredera del negocio pretende además de seguir vendiendo el tradicional bizcocho borracho, introducir cambios que le permita competir con la bollería industrial. 

 

Cuando mi madre terminó de contarnos la historia, se quedó un rato callada y parecía como si estuviera triste. Le preguntamos si le pasaba algo. Enseguida aprovechó esta pregunta para enlazar la historia de la pastelería con uno de sus tantos “discursos” a que nos tiene acostumbrados a mis hermanos y a mí. Empezó hablándonos de cómo había cambiado la sociedad desde su infancia hasta nuestros días: de pequeña, ella iba con un cántaro a comprar la leche recién ordeñada de las vacas, acompañaba a mi abuela a comprar al mercado y a las tiendas del barrio la fruta, la verdura, la carne y el pescado. Los dueños de los puestos conocían los gustos de todos los vecinos del barrio e intentaban satisfacer todos sus gustos y necesidades. Además, las tiendas eran el lugar donde los vecinos coincidían y hablaban y charlaban durante un tiempo. Todo era cercano. Ahora todo es distinto. La mayoría de las personas compran en las grandes superficies comerciales y franquicias e incluso cada vez más se compra por internet. Aunque los precios pueden ser más bajos, el trato hacia las personas es menos cercano. Nos dijo que era una pena que todas esas costumbres y tradiciones se hubieran ido perdido con la llegada de los centros comerciales.

 

Cuando terminó mis hermanos y yo la entendimos perfectamente, pues cuando visitamos alguna ciudad o pueblo lo primero que preguntamos a mis padres nada más aparcar es la comida o dulce típico de ese lugar. Hay, por tanto, que mantener entre todos las costumbres y tradiciones, empezando por las familiares.

 

Carlos Chacón Febrero 2024

 

 

 

 


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