Daniela del Castillo (La riqueza de lo simple)

 


LA RIQUEZA DE LO SIMPLE

 

No sé si alguna vez has sentido que todo lo que tienes a tu alrededor pesa demasiado. No hablo del peso físico, sino de esa carga invisible que se va acumulando sin darnos cuenta. La presión de aparentar, de alcanzar siempre algo más grande, de llenar la vida de cosas como si eso pudiera darle sentido. Yo lo he sentido. Y lo peor es que durante mucho tiempo ni siquiera fui consciente de ello.

 

Nos enseñan desde pequeños que el éxito está en lo que acumulamos, en lo que mostramos a los demás. Nos dicen que tener más significa haber llegado más lejos. Que hay que aspirar a lo mejor, a lo más caro, a lo más exclusivo. Que una vida plena es aquella que se puede medir en cifras, en bienes, en reconocimientos. Y lo creemos. Nos pasamos años persiguiendo algo que nunca termina de ser suficiente, como si la felicidad fuera un lugar al que solo se llega con los bolsillos llenos.

 

Pero entonces, sin ningún aviso, empiezas a notar que hay gente que vive con la mitad de lo que tú tienes y parece el doble de feliz. Que hay personas que no tienen grandes títulos ni casas impresionantes, pero duermen en paz cada noche. Que hay quienes no necesitan demostrar nada porque su vida no se define por lo que poseen, sino por lo que son. Y ahí es cuando todo empieza a cambiar.

 

Ahí fue cuando me di cuenta de que lo que pesa no es la falta de cosas, sino la necesidad de tenerlas. Que cuanto más buscas llenar los vacíos con objetos, más grande se hace ese hueco. Que hay gente con relojes de miles de euros que nunca tienen tiempo, con casas enormes que nunca se sienten como un hogar, con armarios llenos y almas vacías.

 

Empecé a fijarme en los detalles. En los momentos que realmente me hacían sentir bien. Y no eran las compras, ni los premios, ni las veces que pude impresionar a alguien con lo que tenía. Eran los instantes más simples, los que no costaban nada: una conversación sincera, una risa compartida, el abrazo de alguien que está ahí sin importar nada más. Me di cuenta de que esas cosas, las que de verdad valen, no se pueden comprar. No se pueden coleccionar. No se pueden presumir.

 

Y entonces entendí que la vida no es lo que acumulas, sino lo que eres cuando te quedas sin nada. Que al final, lo único que importa es con qué llenas el alma, no las estanterías. Que la verdadera riqueza es saber que, si todo desapareciera mañana, aún te quedaría lo esencial: las personas que has querido, las huellas que has dejado en otros, el alivio de saber que nunca tuviste que fingir ser más de lo que realmente eras.

 

El problema nunca fue no tener suficiente, sino creer que siempre hacía falta más. Que nos han hecho creer que, si paramos, fracasamos. Que, si no seguimos sumando, nos quedamos atrás. Y en esa carrera absurda por llegar a no sé dónde, nos olvidamos de lo único que realmente importa: vivir.  

 

Pero cuando todo se calla, cuando te atreves a mirar más allá de lo material, descubres que la felicidad siempre estuvo en otro sitio.

 

No quiero una vida llena de cosas y vacía de sentido. No quiero pasar mis días persiguiendo lo que brilla mientras dejo escapar lo que realmente ilumina. No quiero que mi valor se mida por lo que tengo, sino por lo que dejo en los demás.

 

Porque al final del camino, cuando todo lo demás se haya ido, lo único que quedará será la forma en que vivimos, y yo quiero que la mía haya valido la pena.

 

 

                                                  Daniela del Castillo Reina. 1º Bachillerato A   Nº7

                                                                                   24/03/25

                                               


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