José García-Quintián (Evasión o Victoria)

 



EVASIÓN O VICTORIA


Me llamo Nikolái Trusevych, y juego como guardameta para el Dinamo de Kiev, el equipo de mi ciudad natal. Bueno, más que jugar, en realidad, jugaba. Desde que los alemanes entraron en Ucrania, fueron ganando terreno hasta arrasar Kiev. Fui capturado un 11 de febrero de 1942 en mi propia ciudad, después de asegurarme de que mi mujer (la cual era judía) y mi hija pequeña estuviesen a salvo de aquellos energúmenos que se hacían llamar personas. Me llevaron a un campo de concentración en la ciudad de Lviv, donde por desgracia, me reencontré con algunos de mis compañeros de equipo y otros rivales contra los que ya había jugado en la liga de futbol soviética.

 

Recuerdo aquellos días como los peores de toda mi existencia. El hambre, las enfermedades, la incertidumbre de no saber si ibas a volver a casa…. Todo ello me comía por dentro, y lo mas frustrante era que no podía hacer nada para evitarlo. Gracias a Dios, un día, el general nazi a cargo del campo de concentración de Janowska, donde yo estaba, se apiadó de muchos de los hombres que estábamos allí, prometiéndonos dejarnos marchar si jurábamos fidelidad al régimen nazi y actuábamos como agentes encubiertos para filtrar información de la URSS al mismo dirigente. Muy a nuestro pesar, pero con la oportunidad de salvar nuestras vidas, muchos de nosotros aceptamos, y conseguimos salir de aquel infierno que duró 3 meses.

 

Lo primero que hice fue regresar al lugar donde se encontraban mi mujer y mi hija. Gracias a Dios, estaban bien. Después, tuve que volver a encontrar trabajo, dado que mi carrera como futbolista se podrías considerar terminada, teniendo en cuenta las circunstancias. Gracias a un viejo amigo, encontré trabajo en una panadería local del centro de Kiev, donde, para mi sorpresa, también trabajaban algunos de mis excompañeros de equipo. Entonces, el señor Kordik, mi jefe y dueño de aquella panadería, tuvo una idea, crear un nuevo equipo de futbol, el FC Start. El equipo estaba formado por algunos exfutbolistas de mi amado Dinamo de Kiev, y de nuestro eterno rival, el Lokomotiv de Kiev.

 

Para nuestra sorpresa, la idea de organizar partidos de fútbol para entretener y distraer a la población fue de agrado para los dirigentes nazis que controlaban Kiev, asique se empezaron a organizar partidos con equipos formados por dirigentes nazis, ciudadanos de Kiev, soldados búlgaros, etc. Nuestro equipo era imparable. Conmigo bajo palos y con mis compañeros de equipo marcando los goles todo eran victorias. Hasta que aquel día llegó.

 

Aquel 9 de agosto de 1942. Me levanté, y como de costumbre, salí de casa y puse rumbo a la panadería, donde fue una jornada de trabajo tranquilo, sin demasiados imprevistos. Volví a casa, comí con mi mujer y mi hija y me eché a la cama a descansar un poco. Al despertarme, cogí mis guantes, y me reuní con el equipo en la plaza donde se anunciaba nuestro rival para aquel día. Leí el cartel de la información del partido y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. FC Start-Flakelf. Era sabido por todos que el Flakelf era un equipo formado por miembros de la Luftwaffe, la fuerza aérea nazi. Pero eso no era lo peor. Todos en el equipo sabíamos que fue lo que les pasó a los últimos infelices que osaron ganarle el partido a aquel equipo. No volvieron a casa.

 

Aterrados, entramos al vestuario, donde un general nazi nos advirtió de las consecuencias de ganar el partido. Como capitán del equipo, era mi responsabilidad indicar a mis compañeros qué hacer. Mi orden fue clara. Vamos a ganar el partido. Por muy insignificante que fuese nuestro sacrificio, tenía claro que serviría para hacer ver a todo el mundo que los nazis no son invencibles, que podían ser derrotados. Antes de salir al campo, el mismo general que nos había amenazado, vino a decirnos que debíamos hacer el saludo nazi tras entrar al campo. Nosotros nos negamos, algo que empezó a enfurecer al general. Así pues, salimos al campo, y nos quedamos inmóviles ante la admiración del público.

 

El balón empezó a rodar en el estadio Zenit, y en los primeros minutos, pudimos darnos cuenta de la gran forma física en la que se encontraban los soldados alemanes. Incluso empezaron ellos golpeando primero, con un disparo cercano a la cepa del poste al que no pude llegar. Entonces pegué un grito de ánimo al equipo, teníamos que ganar. Tras ese primer gol, algo despertó dentro de nosotros, y conseguimos marcar 3 goles antes del descanso. Lo estábamos logrando. El público estallaba de emoción en las gradas. Fue entonces cuando el mismo dirigente nazi de antes volvió a entrar a nuestro vestuario, y muy enfadado, nos dijo que dejáramos de jugar tan bien, y que, si no cumplíamos con sus exigencias, nos detendrían.

 

Tras el descanso, nosotros seguimos a lo nuestro, jugando a nuestro fútbol sin pararnos a pensar lo que pasaría tras el partido. El marcador iba 5-3 a nuestro favor unos minutos antes del pitido final. Nuestro mejor futbolista, Alexei Klimenko, que jugaba de central, decidió empezar a conducir la pelota desde atrás, regateando a todo el equipo rival, incluido su portero, y para sorpresa de todos, y como muestra de superioridad y desprecio, Alexei mandó la pelota fuera a propósito estando la portería vacía y pudiendo marcar a placer. Esto fue la gota que colmó el vaso. El público estallaba de júbilo.

 

El árbitro señaló el final del partido, y entonces pasó. Un grupo de soldados de la Gestapo ingresó al campo, y empezando por mí, desde el portero hasta el delantero centro, todos fuimos detenidos y llevados de vuelta a aquel espantoso lugar. Esta vez, nos llevaron al de la ciudad de Syrets, cerca de Kiev. Pasaron varios meses en los que estuvimos realizando trabajos forzosos y siendo cruelmente torturados, mientras nos acusaban de ser espías soviéticos y traidores.

 

Pasados unos meses, mis compañeros fueron uno a uno desapareciendo del lugar donde estábamos concentrados, hasta que un día me tocó a mí. Aquel frío día de febrero, me separaron del grupo, y me obligaron a cavar un agujero en el suelo. Pasado un rato me di cuenta de lo que sucedía. Estaba cavando mi propia tumba. Acabé de cavar, y el soldado alemán me clavó 3 balas en el pecho. En mi camiseta de mi Dinamo de Kiev. En un ultimo suspiro antes de irme, grité: “El deporte nunca muere”.

 

José García-Quintián Ramonde 1ºB Nº7. 20 de marzo de 2025

 

 

 


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