EVASIÓN
O VICTORIA
Me llamo Nikolái
Trusevych, y juego como guardameta para el Dinamo de Kiev, el equipo de mi
ciudad natal. Bueno, más que jugar, en realidad, jugaba. Desde que los alemanes
entraron en Ucrania, fueron ganando terreno hasta arrasar Kiev. Fui capturado
un 11 de febrero de 1942 en mi propia ciudad, después de asegurarme de que mi
mujer (la cual era judía) y mi hija pequeña estuviesen a salvo de aquellos
energúmenos que se hacían llamar personas. Me llevaron a un campo de
concentración en la ciudad de Lviv, donde por desgracia, me reencontré con
algunos de mis compañeros de equipo y otros rivales contra los que ya había
jugado en la liga de futbol soviética.
Recuerdo aquellos días
como los peores de toda mi existencia. El hambre, las enfermedades, la
incertidumbre de no saber si ibas a volver a casa…. Todo ello me comía por
dentro, y lo mas frustrante era que no podía hacer nada para evitarlo. Gracias
a Dios, un día, el general nazi a cargo del campo de concentración de Janowska,
donde yo estaba, se apiadó de muchos de los hombres que estábamos allí,
prometiéndonos dejarnos marchar si jurábamos fidelidad al régimen nazi y actuábamos
como agentes encubiertos para filtrar información de la URSS al mismo
dirigente. Muy a nuestro pesar, pero con la oportunidad de salvar nuestras
vidas, muchos de nosotros aceptamos, y conseguimos salir de aquel infierno que
duró 3 meses.
Lo primero que hice fue
regresar al lugar donde se encontraban mi mujer y mi hija. Gracias a Dios,
estaban bien. Después, tuve que volver a encontrar trabajo, dado que mi carrera
como futbolista se podrías considerar terminada, teniendo en cuenta las circunstancias.
Gracias a un viejo amigo, encontré trabajo en una panadería local del centro de
Kiev, donde, para mi sorpresa, también trabajaban algunos de mis excompañeros
de equipo. Entonces, el señor Kordik, mi jefe y dueño de aquella panadería,
tuvo una idea, crear un nuevo equipo de futbol, el FC Start. El equipo estaba
formado por algunos exfutbolistas de mi amado Dinamo de Kiev, y de nuestro
eterno rival, el Lokomotiv de Kiev.
Para nuestra sorpresa, la
idea de organizar partidos de fútbol para entretener y distraer a la población
fue de agrado para los dirigentes nazis que controlaban Kiev, asique se
empezaron a organizar partidos con equipos formados por dirigentes nazis,
ciudadanos de Kiev, soldados búlgaros, etc. Nuestro equipo era imparable.
Conmigo bajo palos y con mis compañeros de equipo marcando los goles todo eran
victorias. Hasta que aquel día llegó.
Aquel 9 de agosto de 1942.
Me levanté, y como de costumbre, salí de casa y puse rumbo a la panadería,
donde fue una jornada de trabajo tranquilo, sin demasiados imprevistos. Volví a
casa, comí con mi mujer y mi hija y me eché a la cama a descansar un poco. Al
despertarme, cogí mis guantes, y me reuní con el equipo en la plaza donde se
anunciaba nuestro rival para aquel día. Leí el cartel de la información del
partido y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. FC Start-Flakelf. Era sabido
por todos que el Flakelf era un equipo formado por miembros de la Luftwaffe, la
fuerza aérea nazi. Pero eso no era lo peor. Todos en el equipo sabíamos que fue
lo que les pasó a los últimos infelices que osaron ganarle el partido a aquel
equipo. No volvieron a casa.
Aterrados, entramos al
vestuario, donde un general nazi nos advirtió de las consecuencias de ganar el
partido. Como capitán del equipo, era mi responsabilidad indicar a mis
compañeros qué hacer. Mi orden fue clara. Vamos a ganar el partido. Por muy
insignificante que fuese nuestro sacrificio, tenía claro que serviría para
hacer ver a todo el mundo que los nazis no son invencibles, que podían ser
derrotados. Antes de salir al campo, el mismo general que nos había amenazado,
vino a decirnos que debíamos hacer el saludo nazi tras entrar al campo.
Nosotros nos negamos, algo que empezó a enfurecer al general. Así pues, salimos
al campo, y nos quedamos inmóviles ante la admiración del público.
El balón empezó a rodar
en el estadio Zenit, y en los primeros minutos, pudimos darnos cuenta de la
gran forma física en la que se encontraban los soldados alemanes. Incluso
empezaron ellos golpeando primero, con un disparo cercano a la cepa del poste
al que no pude llegar. Entonces pegué un grito de ánimo al equipo, teníamos que
ganar. Tras ese primer gol, algo despertó dentro de nosotros, y conseguimos
marcar 3 goles antes del descanso. Lo estábamos logrando. El público estallaba
de emoción en las gradas. Fue entonces cuando el mismo dirigente nazi de antes
volvió a entrar a nuestro vestuario, y muy enfadado, nos dijo que dejáramos de
jugar tan bien, y que, si no cumplíamos con sus exigencias, nos detendrían.
Tras el descanso,
nosotros seguimos a lo nuestro, jugando a nuestro fútbol sin pararnos a pensar
lo que pasaría tras el partido. El marcador iba 5-3 a nuestro favor unos
minutos antes del pitido final. Nuestro mejor futbolista, Alexei Klimenko, que
jugaba de central, decidió empezar a conducir la pelota desde atrás, regateando
a todo el equipo rival, incluido su portero, y para sorpresa de todos, y como
muestra de superioridad y desprecio, Alexei mandó la pelota fuera a propósito
estando la portería vacía y pudiendo marcar a placer. Esto fue la gota que
colmó el vaso. El público estallaba de júbilo.
El árbitro señaló el
final del partido, y entonces pasó. Un grupo de soldados de la Gestapo ingresó
al campo, y empezando por mí, desde el portero hasta el delantero centro, todos
fuimos detenidos y llevados de vuelta a aquel espantoso lugar. Esta vez, nos
llevaron al de la ciudad de Syrets, cerca de Kiev. Pasaron varios meses en los
que estuvimos realizando trabajos forzosos y siendo cruelmente torturados,
mientras nos acusaban de ser espías soviéticos y traidores.
Pasados unos meses, mis
compañeros fueron uno a uno desapareciendo del lugar donde estábamos
concentrados, hasta que un día me tocó a mí. Aquel frío día de febrero, me
separaron del grupo, y me obligaron a cavar un agujero en el suelo. Pasado un
rato me di cuenta de lo que sucedía. Estaba cavando mi propia tumba. Acabé de
cavar, y el soldado alemán me clavó 3 balas en el pecho. En mi camiseta de mi
Dinamo de Kiev. En un ultimo suspiro antes de irme, grité: “El deporte nunca
muere”.
José
García-Quintián Ramonde 1ºB Nº7. 20 de marzo de 2025
Comentarios
Publicar un comentario