EL DÍA QUE EL SILENCIO TEMBLO EN BARCELONA
Era un día cualquiera, uno
de esos viernes de junio en los que el calor empieza a inundarse por las
ventanas y los niños sueñan con las vacaciones que se acercan. Era 19 de junio
de 1987. El Hipercor de la Avenida Meridiana en Barcelona estaba lleno de vida. Familias, trabajadores, gente
haciendo la compra, padres con sus hijos. Todo parecía normal, como cualquier
otro día de compras. Nadie podía imaginar que en pocos minutos el mundo
cambiaría para siempre.
A las 16:08 de la tarde,
una explosión brutal sacudió el edificio. Un coche bomba, cargado con 30 kilos
de amonal, gasolina y escamas de jabón para hacer más destructivo el fuego,
estalló en el aparcamiento subterráneo. El ruido fue ensordecedor. Las llamas
se extendieron como monstruos hambrientos y el humo lo cubrió todo. En cuestión
de segundos, el caos sustituyó a la rutina. Gritos, cristales rotos, cuerpos
tendidos en el suelo. Algunos salieron corriendo. Otros ya no pudieron hacerlo.
Murieron en total 21 personas. Entre ellas, había
niños, madres, empleados, personas que solo estaban allí por casualidad. Más de
40 resultaron heridas. El atentado fue obra de ETA, un grupo terrorista que
decía luchar por la independencia del país vasco, pero que solo dejaba dolor,
miedo y rabia a su paso.
Lo más duro no fue solo el
número de víctimas, sino la forma cruel en que se cometió. Se supo que la
policía había ya había recibido avisos de bomba, pero los protocolos no se
activaron a tiempo. Algunas personas habían sido evacuadas, pero muchas otras
fueron invitadas a volver dentro porque supuestamente “no pasaba nada”. Esa
mezcla de error, y creencia de falsa alarma solo empeoro lo que se convertiria
en tragedia.
Para los familiares de las
víctimas, aquel día se quedó grabado en su memoria. Muchos cuentan que el
tiempo se detuvo, que sus vidas quedaron marcadas antes y después del 19 de
junio. Padres que nunca volvieron a ver a sus hijos. Parejas y matrimonios que
no volverian a ver a su ser querido. Niños que crecieron sin madre o sin padre.
La ciudad entera estaba Revuelta y conmocionada a la vez por lo ocurrido .
Barcelona, tan acostumbrada al bullicio, al sol, al mar y a la alegría, ese dia
la ciudad entera estuvo en silencio y apagada
.
Pero también hubo gestos
de humanidad. Personas anónimas que ayudaron a sacar heridos, vecinos que
ofrecieron su casa a quienes no podían volver, médicos que trabajaron sin
descanso. Porque cuando el odio golpea, a veces también despierta la
solidaridad más sincera.
Aquel atentado fue uno de
los más sangrientos cometidos por ETA. Y aunque pasen los años, no puede ni
debe olvidarse. Porque recordar es una forma de justicia. Porque las víctimas
merecen no ser silenciadas por el paso del tiempo.
Hoy, en la entrada del
antiguo Hipercor, hay una placa con los nombres de los que murieron. Algunos
pasan y la miran con respeto. Otros apenas se detienen. Pero cada nombre que
está allí grabado representa una historia de horror, una vida que no debió
terminar así.
Desde aquel día, Barcelona
no volvió a ser exactamente la misma. Y aunque el terrorismo de ETA terminó
muchos años después, el dolor que dejó sigue presente en los corazones de
quienes vivieron aquel infierno. Recordarlo no es abrir la herida: es para
conciar a la gente y tengamos presents a
esas victimas para que no caigan en el olvido .
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