Marta Gómez (La última jugada)


 


LA ÚLTIMA JUGADA

Me desperté emocionado, acababa de cumplir los 16 y llevaba esperando ese día meses. No pensaba en nada de lo que hacía, iba corriendo por casa, deseando llegar. Salí a la calle, era un sábado y hacía mucho frío, pero no lo suficiente como para volver a por un abrigo. Me habían pedido que llegara unos quince minutos antes de empezar, a las 10, pero yo estaba ahí a las 9. Abrí las puertas y vi el pabellón vacío, automáticamente, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo.

 

Sobre las 9:30, las jugadoras de ambos equipos llegaron para calentar antes del partido, ninguna de ellas parecía estar tan nerviosa como yo, aunque cualquiera diría que solo estaba exagerando. Era un partido de liga entre colegios como cualquier otro. El balonmano era un deporte que me fascinaba, pero, tras mi lesión, decidí que arbitrar sería la única manera de mantenerme unido a él. Este partido sería mi primer contacto con el deporte desde hacía meses. Unos minutos antes de que el partido comenzara, llegaron las familias. A cada lado de las gradas, unos colores. Quedaba un minuto para marcar el inicio del partido, cada jugadora en su lugar, los entrenadores tensos y las gradas en silencio. En ese momento decidí mirar arriba, justo en el centro de los asientos, mi abuelo.

 

La semana pasada mencioné el partido durante la comida de los domingos en casa de los abuelos, no le quise dar importancia, ya que me daba vergüenza que supieran lo importante que era esto para mí. Cuando lo dije, lo último que me esperaba era que viniese alguien, pero conociendo al abuelo, debía haberlo sabido. Sabiendo que me estaba viendo y apoyando, se me fueron los nervios.

 

Miré el reloj y pité el inicio del partido, en ese momento no pensé en nada más que en las normas del juego. Cuando pité la primera falta, oí algo desde la grada. No lo escuché bien. Miré a mi abuelo y me estaba haciendo señas para hacerme saber que lo estaba haciendo bien. A lo largo del partido, escuché más de un insulto y amenaza proveniente de la misma voz desde la grada, pero al saber que el abuelo estaba ahí, no me preocupé demasiado. Tras una primera parte intensa, marqué el inicio del descanso. El abuelo bajó a hablar conmigo, le pregunté sobre los gritos de las gradas, me dijo que no pasaba nada, que él iba a estar ahí. Antes de subir me animó para la segunda parte y me prometió que después del partido iríamos a comer a mi restaurante favorito.

 

Llegó la hora de reanudar el partido. Después de unos minutos, volví a oír insultos dirigidos a mí, pero decidí no escuchar nada y concentrarme únicamente en el juego. Me extrañó ver a una jugadora parar y dirigir su mirada hacia la grada, así que decidí hacer lo mismo. Todo el público se encontraba de pie, mirando hacia un mismo lugar. Intenté buscar a mi abuelo entre la multitud, pero no le vi. Comencé a caminar hacia las gradas para descubrir que estaba ocurriendo. Cuando llegué no me podía creer lo que estaba viendo, era mi abuelo tirado en medio de las gradas, con la cabeza ensangrentada.

 

De lo que pasó después de eso no me acuerdo, solo sé lo que me han contado. Llegó una ambulancia a por él y vinieron mis padres a por mí. Lo último que recuerdo fue levantarme al día siguiente, pensando que todo había sido una pesadilla y que en unas horas estaría comiendo en casa de los abuelos, como todas las semanas. No me di cuenta de que todo era real hasta que vi que había dormido con la ropa de árbitro del día anterior.

 

El abuelo se cansó de oír los insultos, entonces fue a hablar con aquel hombre. Me contaron que no le levantó la voz ni le puso una mano encima en ningún momento, pero el hombre estaba furioso y comenzó a gritar al abuelo. Cuando él le pidió que se calmara, el hombre le empujó con fuerza, haciéndole caer y provocando la tragedia.

 

Han pasado más de dos meses de ese día, la última vez que pude hablar con él. Desde entonces, no he dejado de creer que despertaría, que todas esas visitas al hospital, sin poder ni si quiera cruzar una mirada; no serían en vano. Pero hoy es diferente, no me estoy vistiendo para ir al hospital, ni para ir a casa de la abuela a darle ánimos. Hoy me estoy preparando para despedirme.

 

 

Marta Gómez Rodríguez, 1ºA Bachillerato

Marzo 2025

 

 

 

 

 


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