Paula Sánchez (No era solo el frío)

 


NO ERA SOLO EL FRÍO


Me acuerdo perfectamente de ese día. Yo estaba en mi habitación de Inglaterra cuando mi móvil empezó a sonar y vi que era mi padre. Nada fuera de lo común, pero al contestar, su voz sonaba diferente. Parecía triste, pero también preocupado. Me contó que Caro llevaba varios días con las manos moradas y heridas que le dolían bastante. Además, tenía la cara y los ojos más hinchados de lo normal y, a veces, se ponía extremadamente pálida.

 

Me asusté bastante al principio, pero luego intenté tranquilizarme. Quizás estaba exagerando. Mi padre solía preocuparse mucho cuando nos pasaba algo. Tal vez era solo el frío de Inglaterra o el estrés de la nueva rutina. Pero por si acaso, decidí llamar a mi hermana.

 

Al principio, Caro intentó restarle importancia. Me dijo que sus manos se habían puesto moradas por el frío y que no le había prestado mucha atención. Sin embargo, con el paso de los días, empezó a notar algo raro: se le formaban heridas que le hacían mucho daño en los dedos. Al principio pensó que desaparecerían, pero con el tiempo, empeoraron. Fue entonces cuando empecé a preocuparme de verdad. Algo no estaba bien.

 

Llamaron a un médico para que le dijese lo que le estaba pasando, pero no fue capaz de decirnos qué tenía. Así que mi madre decidió llevarla unos días a Madrid para que fuese a ver a más médicos. Ya en Madrid, le diagnosticaron síndrome de Raynaud, le dijeron que su sangre no le llegaba bien a las extremidades, por lo que sus dedos se ponían blancos y morados, y a veces, cuando hacía mucho frío, le salían úlceras muy dolorosas. A pesar de que los médicos dijeron que no era grave, mi madre no se quedó tranquila y decidió seguir buscando más información mientras mi hermana seguía en Inglaterra.

 

Después de muchas visitas a diferentes médicos, ninguno daba respuestas claras, llevó las fotos de las manos de Caro a un reumatólogo infantil en La Paz. Cuando las vio no dudó ni un segundo. Le dijo que la llevara inmediatamente a hacerse pruebas, ya que las heridas y el color morado no eran normales.

 

Al día siguiente Caro estaba en Madrid. Los médicos le hicieron pruebas de todo tipo y, finalmente, le dieron un tratamiento inicial. Empezó a sentirse mejor, aunque el miedo seguía presente, porque no sabían qué estaba pasando realmente con su cuerpo.

 

Durante los siguientes meses, la preocupación continuó. Cada tres semanas, Caro volvía a España para hacerse más pruebas, y llegó un punto en el que nos empezamos a desesperar. Los médicos insistían en seguir investigando, porque lo que le pasaba no encajaba con un diagnóstico común. Pero entonces, después de meses de pruebas, finalmente apareció un biomarcador positivo en una de las analíticas. Fue entonces cuando nos dijeron por fin lo que le pasaba: Caro tenía esclerosis sistémica y dermatomiositis, dos enfermedades autoinmunes muy raras que solo padece una de cada tres millones de personas.

 

 Escuchar esos nombres al principio nos asustó un poco, ya que no teníamos mucha idea de lo que significaban, pero intuíamos que no era algo sencillo. El médico nos explicó que esas enfermedades, autoinmunes, significan que el sistema inmunológico, en lugar de proteger el cuerpo, empieza a atacar a sus propios órganos y tejidos. Y, para evitar que esto cause un daño irreversible, Caro necesitaba un tratamiento con inmunosupresores que redujera la actividad de su sistema inmune. En su caso, los órganos más afectados son el corazón, los pulmones, el aparato digestivo y la piel.

 

Luego, el médico siguió explicándonos más cosas, pero la verdad es que Caro y yo no entendimos mucho lo que dijo. Nos habló de términos médicos complicados y detalles que no entendimos bien; pero cuando llegamos a casa, mi madre nos reunió a las tres en su cuarto y nos lo explicó todo.

 

Dijo que desde ahora Caro iba a tener que ir al hospital un poco más a menudo. Que ahí le van a controlar el corazón, los pulmones, el aparato digestivo y otros órganos, porque si la enfermedad afecta a alguno de ellos, es vital detectarlo a tiempo para evitar daños irreversibles. Pero Caro es muy fuerte y después de que mi madre nos lo explicara todo con más calma y claridad, nos sentimos mucho más tranquilas.

 

Lo malo es que, al estar inmunodeprimida, cuando se pone enferma, le cuesta mucho más recuperarse. Un simple resfriado le dura tres veces más que a los demás. Por eso, ahora siempre tiene que llevar calentadores de manos en su bolso, y es que, en los días fríos, su cuerpo necesita el doble de cuidado. Además, se tiene que tomar varias pastillas todos los días, y en invierno, le inyectan bótox en las manos y los pies para mejorar su circulación y prevenir las úlceras.

 

Caro ya lo ha asumido, porque es parte de su vida, como respirar o comer y mi madre, incansable, sigue investigando y hablando con expertos. Está convencida de que algún día habrá un tratamiento que cure estas enfermedades.

 

Paula Sánchez, 1º BACH A, 1 de abril de 2025

 


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