Victoria González (La carta olvidada)

LA CARTA OLVIDADA

 

Jaime es un estudiante bastante desinteresado. Ha decidido estudiar derecho porque su abuelo lo hizo. Se llama Pedro, y es uno de los ídolos de Javier, porque siempre que va a comer a su casa le cuenta una historia cada vez más impresionante de la Guerra Civil. Pedro es el héroe de Jaime, quiere ser como él. 

 

En una de esas comidas familiares, el abuelo comenzó a enseñar fotos de cuando todos eran jóvenes. Salía Jaime recién nacido en las brazos de su madre, también fotos de la boda de sus padres, incluso fotos de la boda de sus abuelos. Aunque todas las fotos que salían su tía abuela, hermana de Pedro, Eugenia, su abuelo las pasaba notablemente más rápido. 

 

Jaime fue a la biblioteca a coger otro álbum de fotos. Siempre le había impresionado la gran colección de libros que cabía. Fue pasando su dedo por encima de todas aquellas portadas, hasta que uno le llamó la atención. Tenía una portada roja y el título estaba escrito con una caligrafía dorada y elegante. “La sombra del fuego” Un nombre interesante, pero aún más lo era la página marcada. Había una carta dirigida a Eugenia: 

 

“Querida Eugenia, 

Huya usted antes de que descubran su paradero, ha hecho una buena labor, por ello la buscan. “ 

 

Eso fue lo único que pudo leer ya que la tinta estaba difuminada. Su curiosidad le llevó a metérsela en el bolsillo y llevársela a casa para intentar averiguar más. ¿Quién le escribiría una carta a su tía abuela y por qué? 

¿Quién la buscaba? ¿Qué buena labor estaba haciendo? 

 

 

Por tanto, lo primero que hizo al pisar su casa fue dirigirse al ordenador. Inicialmente buscó el nombre Eugenia Castellano Gutiérrez. A primera vista no apetecía nada pero luego encontró que fue una de las víctimas de la guerra civil. Y buscando más a fondo, encontró una página web dedicada entera a ella. Se sintió muy intrigado  y empezó a leer, se quedó atónito. Eugenia había sido un apoyo fundamental para muchos en la guerra, se había encargado de dar comida y refugio a todo republicano que pasase por su zona. Además había ejercido de médico. Su casa la llamaban “La choza” , pero por la descripción sabía que se refería realmente a la casa de su abuelo. 


Después de haber leído todo eso, se quedó expectante frente al ordenador. Mil dudas atravesaban su mente en ese momento ¿Por qué nadie nunca le había contado esa historia? ¿Si tan fantástica era, por qué su abuelo no le había hablado de ella? 


La semana siguiente, cuando fue a casa de su abuelo, decidió que era la hora de preguntarle. Dudó bastante, tenía un mal presentimiento. Y tenía razón. Su abuelo reaccionó de una manera que nunca se hubiese imaginado. Se fue. Simplemente. No respondió ninguna de sus cuestiones, no se enfadó, no sonrió al recordar a su hermana, nada. Huyó. Huyó de la situación. Huyó de su realidad. 

 

Nos remontamos a noviembre de 1938. Eugenia y su marido, Pablo, estaban en el sofá. Por fin, habían esperado ese momento durante dos años de guerra. Pablo había sido disparado en la pierna por error, según creían, y había tenido que volver a casa, estaba inválido para seguir luchando. Pablo se sentía deshonrado mientas que Eugenia, en su interior, estaba feliz de poder abrazar de nuevo a su amado de nuevo. 

 

En ese momento Pedro entró en la casa, tenía cara de preocupación. Lo normal hubiese sido que quisiese hablar con su hermana, pero por el contrario le pidió que se retirase. Pablo, comido por la intriga no dudó en preguntarle qué sucedía. Pedro rompió a lágrimas y entre titubeos pudo decir que alguien había dado el chivatazo. Que sabían lo que esa casa era realmente y que iban a por ellos. Su disparo en la pierna no había sido por accidente, había sido un intento de asesinato. 

 

Todas estas palabras abrumaron a Pablo. Se sentía traicionado. Su buena voluntad no había sido recompensada sino desagradecida y desdichada. Le rondaban varias preguntas por la mente, pero la que no le dejaba dormir era quién lo había dicho y por qué. A pesar de todo, decidió que lo mejor era no alamar a Eugenia. Quizás no sucedía nada. 

 

Los días continuaron pasando, no ocurrió nada inusual. Bueno sí que sucedía algo que se salía de lo normal, pero ellos no se dieron cuenta. Las personas que pasaban a alimentarse no eran necesitados ni refugiados, eran militares disfrazados de paisanos. 

 

Una de estas veces que el matrimonio salió a dar de comer a unos policías disfrazado, Pablo, reconoció a uno de estos. Intentó avisar a su mujer, pero no podía levantar la voz, ni en ese momento ni nunca. Los dejó ir, pero temía que les estuviesen espiando. Así que escribió una carta y la dejó en el libro que estaba leyendo su mujer esperando que ella la leyese. Ese hubiese sido el final ideal, pero eso nunca pasa en la vida real. Pablo salió al día siguiente al trabajo, esperando que cuando llegase a casa su mujer no estuviese ahí. 

Y efectivamente no estaba en su casa, estaba por fuera de ella, con un disparo en la cabeza. Cuando se agachó para comprobar que no estaba soñando recibió uno también. 

 

90 años mas tarde esto sigue siendo todo un misterio. La verdad solo la sabe Pedro. Pero no se la dirá nunca a nadie. Su familia le considera un héroe no un traidor y eso seguirá así hasta el final de su existencia. 

Jaime no volvió a ver a su abuelo nunca más, nunca supo la verdad, pero un trozo de su vida se fue el último día que vio a su abuelo. 

Se culpa diariamente de haber encontrado esa estupida  carta olvidada. 

 

Victoria González 204-2025

 


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