Ana Díaz Tortuero (El tiempo que se quedo atrás)



EL TIEMPO QUE SE QUEDO ATRÁS


Por fin había regresado al barrio donde pasé toda mi infancia. Pasaron diez años y las cosas se habían quedado congeladas en el tiempo. Existían pequeñas modificaciones que me dejaban claro que hacía mucho que no vivía en aquel sitio. Algunas calles nuevas, casas abandonadas, gente con la que nunca me había cruzado paseando por los que eran mis lugares habituales y algún otro detalle que ahora se me escapa. Eso sí, el olor que abundaba en el aire, el olor de la montaña y de césped recién cortado que me traían a la mente tantos recuerdos, las imágenes que podía ver proyectadas de recuerdos que aún quedaban en mi memoria. Solo venía a pasar catorce días. Cincuenta  kilómetros recorrí desde Madrid, mi ciudad de residencia, para reencontrarme con mi pasado, en mi pueblo Becerril de la Sierra.
Donde pasee mi infancia cada verano, una de las etapas más felices de mi vida y no puedo evitar sentir cierto aire de nostalgia al recordar a personas que ya no están aquí y que el tiempo ha pasado tan rápido y que han cambiado las cosas, esa etapa en las que no existían responsabilidades, ni agobios ni prisas y el tiempo parecía ir más despacio que ahora. Mi etapa de niñez fue muy entrañable y rodeada de protección y cariño familiar, el juego reinaba en mi mundo infantil, recuerdo que me encantaba intentar hacer realidad todas las películas de Disney que veía y sacaba de ahí las princesas para darlas vida en mi, disfrazándome como algunas de ellas.
Aquellos tiempos ya habían quedado atrás, en los que montaba en bicicleta con mi hermana por las calles del pueblo sin ningún peligro, esos ratos de parchís en familia, y las tardes junto a mis amigos.
 En ese momento, estaba sentado en una mesa de madera muy larga junto con unos amigos. Recordando el paso de esos años de ausencia. Algunas historias ya las conocía porque había mantenido el contacto con algunos de ellos pero la verdad que es muy divertido escucharlas desde otros puntos de vista. Recuerdo que hacía mucho calor. Predominaba el verde de un jardín muy bien cuidado que castigaríamos más tarde con un partido improvisado de fútbol.
Pasaban las horas y cada vez iba llegando más gente. Empezaba a sospechar que el encuentro se alargaría hasta la noche. Lucía, una de mis viejas amigas, había reunido a un grupo de chicas para poner luces ya que estaba anocheciendo; Marcos, muy pendiente de la música desde siempre, se pasó la tarde entre los altavoces los cuales estaban enchufados a su iPod, y Carlos junto a Juan, encendían el fuego que iba a estar calentando pizzas hasta altas horas de la madrugada. 
Empezaba a caer el sol, éramos unos doce los que estábamos tirados en el suelo descansando del partido. Había muchas risas, siempre recordando anécdotas embarazosas. Desde el fondo del patio se escuchó un grito "¿En esta casa no hay fanta?

"No te preocupes, ahora voy!", grité yo.

Me puse de pié, caminé hacia la casa y al llegar a la puerta los sonidos del ambiente se habían apagado. No escuchaba voces, ni música. Veía a mis amigos a lo lejos. Pensé que era producto del cansancio. Abrí la puerta y al pasar la luz se apagó de repente. Ya no había atardecer. La casa estaba a oscuras y el interior no tenía relación con lo que había visto fuera. Parecía que estaba en un apartamento en medio de la ciudad. Había una ventana, a unos metros de donde yo estaba, por la que se colaba, entre las rendijas de la persiana, una la luz naranja  que parecía la luz de una farola. El ambiente era más frío. 

Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad reconocí inmediatamente aquel sitio. Mi apartamento en Madrid. Recorrí el salón muy lentamente en dirección a mi habitación. Escuchaba ronquidos. Descubrí que yo estaba acostado en mi cama. Pasé los dedos por mi mejilla y descubrí que existía.

Sabía que estaba soñando así que cerré los ojos aceptando la idea de que cuando los abriera vería el techo de mi habitación y apenas me acordaría de lo que estaba soñando, intente volver a dormirme y volver a mi sueño, pensando en ello, para intentar no olvidarme y centrado en la última situación que había vivido en el, pero era casi imposible, el insomnio se había apoderado de mi. Pasé casi cinco minutos a oscuras, en vacío, sin sonidos ni imágenes. El regreso al mundo de mi sueño se me estaba haciendo eterno. Abrí los ojos lentamente y descubrí que seguía en la misma situación. Mi cuerpo en la cama había cambiado un poco de posición pero allí seguía, siendo observado por si mismo en lo que parecía una pesadilla más que un sueño. 
 Tras varios minutos, Salí corriendo de aquella habitación, intentando hacer poco ruido pasé rápidamente por el salón y, al salir por la puerta. -"Vamos!!! ¿Qué pasa con la fanta?" reclamaba Juan desde muy lejos.
  Volví con mis amigos que estaban empezando a cenar, me senté junto a ellos y reviviendo y comentando momentos de la infancia, en ese pueblo en el que había pasado tantos momentos de mi vida y los cuales echo mucho de menos.

Comentarios