Beatriz Fernández (Hacia un rumbo cierto)




Hacia un rumbo cierto.

Desde que era pequeña le estaban contando historias de cosas que no conocía. Siempre que sus padres le narraban experiencias de las de antes, se les ponía cara melancólica y a su madre, en más de una ocasión, se le saltaban las lágrimas. Su padre la abrazaba, la atraía hacía su pecho intentando consolarla.
Le contaban historias de corrientes de agua que bajaban por la montañas a un ritmo trepidante, donde se podía pescar, te podías bañar en sus pozas, podías acampar en su vereda de hierbas verdes y frescas, y hacer hogueras por la noche asando los peces conseguidos durante el día.
Mientras ella intentaba asimilar estas cosas, pensaba que se trataba de fantasías de mayores o de películas que habían visto durante su infancia. Soñaba con ellas,  pero le dolían los pies, estaba cansada de andar todo el día y estar escondiéndose durante las noches.
Eran un grupo más bien pequeño que desde siempre vagaban por sitios fríos y desangelados. No es que hubiera una organización muy definida del grupo, pero siempre se hacía lo que su padre decía, tenían confianza en él. O quizás es que nadie más se atreviera a tomar decisiones.  Parecía que todos estaban demasiado tristes o demasiado cansados.
Cuando su hermana pequeña vivía, su madre tenía otro semblante pero, desde que desapareció por respirar fuera de la máscara, su madre siempre estaba abatida, sin ganas de seguir, y sin las sonrisas y juegos que a ella tanto la gustaban.
Entre sus ropas destrozadas y su mochila cien veces cosida, escondía una revista que encontró por casualidad y de las que no le dejaban leer. En ella se hablaba de un mundo diferente, de gente sonriendo, anuncios de restaurantes, tecnología, de sitios de vacaciones, de deportes jugados entre equipos de diferentes ciudades y cuando la leía, creía recordar que ella también había conocido esos mundos. La leía cuando no la veía nadie. Le gustaba soñar que eso podría volver a existir y no quería que le quitaran su fábrica de sueños.
En otra ocasión le contaban como eran las montañas, como era la playa, con mares limpios, barcos de vela, lugares de recreo. También le contaban historias de extraños seres que vivían en los océanos, unos de gran tonelaje que saltaban en la superficie y salpicaban enormes cantidades de agua, otros que vivían en grupo, sobre el hielo y tenían una forma muy graciosa de andar pero eran grandes nadadores.
También le contaban como eran las ciudades, ordenadas, limpias, seguras, con grandes y pequeños comercios, con comida disponible. La gente se levantaba a trabajar, los niños iban al colegio y durante los fines de semana no había nada mejor que disfrutar de vacaciones en familia, haciendo excursiones o asistiendo a algún espectáculo.
Pero ella se volvía a sentir cansada y dolorida. Por la noche se acordó de su hermana, de la sonrisa perdida de su madre, de los esfuerzos de su padre por salir adelante hacia ningún sitio. Y entonces volvía a ver su revista. La empezaba por el revés para volver a leer esos artículos tan premonitorios.  Leía que estábamos ensuciando el aire y los mares, como la contaminación dominaba la atmósfera, la primeras peleas por el agua, los niños y mayores muriéndose de hambre, la lucha por el trigo, la desaparición de los polos, como los ricos esclavizaban a los pobres, la falta de alimentos, y finalmente las malditas máquinas de guerra que todo lo arrasaban, todo lo destrozaban. Ahora solo quedaban unos pocos. La humanidad se ha suicidado.







Beatriz Fernández Izquierdo 1ºA

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