Irene Osle (Julio)




JULIO

Nos sentábamos en las piedras, como cada tarde después del colegio. Mis trenzas se aplastaban contra la piedra templada por el calor de la primavera el cual me calentaba la cara y también le sentía a el, tumbado a mi derecha, como siempre.
Allí hablábamos de todo y a la vez de nada, de nada y a la vez de todo, siempre, a todas horas, todo el tiempo, desde hacia entonces once años, los años que ambos acabábamos de cumplir. Habíamos jurado que seríamos amigos siempre.
Sabíamos de la existencia del uno y del otro desde que teníamos uso de razón, pero mucho antes de eso él ya era mi amigo y yo, ya era su amiga…o eso decían nuestros padres y algunas fotografías guardadas en sobres que tenían fecha de 1925,1926 y así hasta la fecha de hoy, 7 de abril de 1936.
Recuerdo aquel día a la perfección por la conversación que tuvimos:
-Papá ha prometido comprarme la muñeca de la tienda de Jose si saco buenas notas, tengo unas ganas Marcos, ni te lo imaginas- dije contenta.
-¿Para que quieres otra muñeca? Mi padre me prometió que me compraría el balón aquel que vimos en el escaparate, eso si que mola, no tus muñecas Marina, con ellas no podemos jugar juntos.
Y así comenzábamos nuestras discusiones, las típicas de niños de once años, dejando entrever nuestras diferencias en cuanto a gustos y en cuanto a ser chico y chica, pero esas diferencias jamás nos separaron y creíamos que jamás nos separarían.
Después de un rato tumbados al sol en nuestras piedras, juntos, emprendíamos el camino a casa, nuestras madres creían que nos quedábamos en la biblioteca haciendo la tarea o ayudando a la profesora, pero en el fondo, creo y sospecho que ellas también sabían que no era eso lo que hacíamos cada tarde.
El colegio ya había acabado, el ansiado verano estaba de paso y papá había prometido ir hoy a comprarme la muñeca, recordaría ese día durante toda mi vida, pero no por mi muñeca, ni si quiera por el calor que hacía…
Papá salió de casa para trabajar, como no, en las tierras que teníamos. Eran suficientes para nosotros y a mi padre le hacían feliz, le gustaba tenerlas.
Fui con Marcos al río con nuestros amigos y allí jugamos juntos sin preocuparnos por nada, era verano, eso era lo único que importaba.
Nos secamos en las piedras, escenario de nuestros grandes momentos, la emoción no cabía en nosotros, estábamos de vacaciones, hoy tendríamos nuevos juguetes y mañana sería otro día probablemente mucho mejor que aquel.
Pero al llegar a casa nada fue como lo esperado, mamá tenía cara de preocupación y papá no había llegado aun de la finca, yo no tenía ni idea de qué pasaba, simplemente quería mi muñeca, sonará egoísta, pero así somos todos cuando tenemos once años y no hemos caído en lo terrible que resulta madurar  ni somos capaces de ver en muchas ocasiones más allá de nuestras narices.
Marcos y yo juramos que no maduraríamos, que no nos haríamos mayores, pero pronto vi que a nosotros nadie nos preguntó qué era lo que queríamos.
Papá entró en casa jadeando, mencionó algo de un alzamiento de unos militares…en el colegio habíamos hablado de miligramos, mililitros, milímetros pero ¿militares? Y alzamiento-supongo que a alguien le habrá dado por cantar- pensé.
Gritaba sobre hacerse con las  armas, y de asaltar el cuartel general pero que había algunos que no se pondrían de su parte, “malditos republicanos, lo harán todo más complicado”, habló de guerra y de lo que conllevaría, mamá lloró y ambos discutieron fuerte.
Minutos después papá se había marchado y mamá habló de la gente que se marcharía del pueblo, que el miedo podría con ellos, que Marcos y sus padres huirían a otra parte, que todo cambiaría. No pude con su ultima frase y algo helado recorrió mi espalda, mañana íbamos a jugar al escondite, ¡no podía marcharse del pueblo!
Al despertar de la mañana siguiente, fui corriendo a casa de Marcos, solo quería hablar con él sobre la guerra, contarle lo de la noche anterior y supongo que olvidar la preocupación que mamá había hecho que sintiera…es lo que pasa con las madres, intentan no parecer preocupadas o tristes para no contagiarlo porque tienen ese don, el de transmitir cosas, pero cuando lo parecen, cuando no son capaces de ocultarlo, hacen que te preocupes de verdad.
Por primera vez en mi vida la distancia que separaba la casa de marcos se me hizo más eterna que nunca  y el miedo me superaba por momentos. Al llamar, nadie contestó; aun recuerdo el vacío que sentí, quería echarme a llorar.
Llamé mas fuerte, más y más, pero nada, ninguna respuesta. Había pasado, me había dejado sola y ya no nos volveríamos a ver.
Desde entonces cada día se hizo más y más duro, la guerra me hizo madurar demasiado pronto y el perderlo todo nos hizo a todos perder las ganas y la esperanza.
Perdimos a papá en diciembre de 1937, luchando por lo que el creía que era lo correcto, matando a amigos suyos, , por una ideología ¿de verdad merecía tanto la pena?
Mamá y yo no teníamos donde caernos muertas, pasábamos hambre, caíamos enfermas y estábamos solas en medio de todo el caos que reinaba en el país.
Cuatro años más tarde, todo había terminado ya, pero había un gran vacío en todo aquello que nos rodeaba no sé si era porque todos en nuestro interior estábamos vacíos de esperanza, de ganas, de felicidad, de alegría y de ganas de reír, y llenos de pérdidas o porque nuestra realidad tal y como había sido antes, ya no existía.
Yo ya era mayor y ya había roto las promesas que había hecho a Marcos, había madurado, había cambiado…las guerras son el peor invento del ser humano, son la forma mas cruel de autodestrucción que hemos creado, hacen daño, matan, hacen llorar y separan a gente.
Nunca he creído en el destino, ni en el hecho de que Marcos y yo nos encontraríamos porque eso era lo que tenía que pasar, aunque hubiera guerras de por medio. Sin embargo creo que igual algún día quepa la posibilidad remota de volver a las piedras y encontrarle allí, por pura y mera casualidad.

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