Ana Serrada (Todo ocurrió un 8 de julio)



Todo ocurrió un 8 de julio…
Este día marcó mi vida y en parte la de mi familia, os preguntareis que por qué esto es así, si seguro que para cualquiera fue un día más sin ninguna relevancia aparente, pero para mí no lo fue… Comenzaré por el principio de esta historia.
Mi nombre es Cristina y en aquel día tan caluroso del verano de 1980 mi vida dio un gran giro. Yo tenía 10 años y era una niña muy risueña que le encantaba jugar con sus hermanos y amigos y que generalmente se portaba muy bien, aunque bueno un poco bicho sí que era en algún momento.
Este día en teoría sería un día más de nuestras vacaciones en familia. Nosotros veraneábamos en Fuenterrabía, un pueblecito con playa al norte de Guipúzcoa que hace frontera con Francia. Somos 4 hermanos: Juan el mayor, yo que soy la segunda y por detrás de mí estaban Guille y Teresa.
Nuestros padres nos despertaron temprano para ir a la playa, lo mejor de todo fue que nada más levantarme vi a mi madre haciendo bocadillos, eso era buena señal porque significaba que nos quedaríamos a comer allí y que vendrían también nuestros primos y más amigos de mis padres. Siendo pequeño cosas tan sencillas como estas te alegraban por completo pero a medida que uno se va haciendo mayor cada vez se va dando cuenta de más cosas y nos cuesta más contentarnos con lo que tenemos y vivimos.
El caso, que rápidamente nos pusimos el traje de baño, cogimos las toallas y las chanclas y allí que nos fuimos todos tan contentos. Llegando ya a la playa mi hermano Juan sacó el balón y junto con Guille y Teresa, nos pusimos los cuatro a jugar.
Una vez allí nos encontramos con nuestros primos que tenían más o menos las mismas edades que nosotros y con ellos siempre nos lo pasábamos en grande. Como podéis ver los días de playa no los cambiábamos por nada del mundo.
Después de tanto jugar y darnos unos cuantos chapuzones en el mar, llegó la hora de comer. Mamá sacó los bocadillos y nos los comimos a gran velocidad porque estábamos ya muy hambrientos. De postre tomamos todos unos helados del chiringuito, que estaban riquísimos.
Ya una vez hecha la digestión, mi tío Jesús, nos propuso a todos hacer una pequeña excursión. Todos tan felices dijimos claramente que sí. Así que lo recogimos todo y seguimos a mi tío.
Nos llevó por toda la playa, hasta el final, que eran casi 3 km andando, claro ahora lo pienso y ¡menuda matada¡ pero teniendo 10 años y tanta vitalidad no te parece que eso sea tanto.
Llegamos a unas rocas y con mucho cuidado fuimos subiendo uno a uno, bueno no todos, los más pequeños se quedaron abajo junto con sus madres.
Cuando llegamos hasta arriba, vimos unas cuevas oscuras que daban un poco de miedo, pero más allá había un hueco enorme por el cual se veía la playa entera, tenía unas vistas preciosas.
Nos hicimos muchas fotos haciendo el gamberro, esas son las fotos que cuando eres mayor y un día te encuentras te sacan una gran sonrisa, aunque yo sinceramente si en ese momento supiera lo que iba a pasarme no estaría tan feliz…
Juan me pegó una colleja y me enfadé mucho con él y ya no quería volverle a hablar en todo el día porque me había molestado mucho. Después de un rato merodeando por allí arriba decidimos bajar, porque nos estaban esperando.
Empezaron bajando Guille y mi primo Miguel, le siguieron mis primas mayores. Y después iba Juan, esta era mi gran oportunidad de devolverle la colleja que me había dado antes. Juan se dispuso a bajar y yo en ese mismo momento le intenté dar pero con tan mala suerte que pisé mal y…me caí desde lo alto de las rocas.
Lo siguiente que oí fue la voz de mi madre que decía: ¡Parece que está abriendo los ojos¡ Yo no entendía nada, no sabía dónde estaba, ni me acordaba de lo que me había pasado.
Segundos después mi madre me acarició y me pregunto que cómo estaba yo le contesté que bien pero en realidad me dolía todo el cuerpo. Ella me explicó todo lo que había sucedido y poco a poco fui recobrando la memoria.
Al rato vinieron mis primos a verme y me trajeron un pastel enorme. Seguidamente entró el médico en la habitación y nos dio los resultados de las pruebas que me habían hecho. Nos dijo que tenía varias fracturas por todo el cuerpo y que afortunadamente no me quede paralítica pero por muy poco…
Yo fui consciente en ese momento de que por una tontería casi me quedo con 10 años en una silla de ruedas para toda mi vida.
Me di cuenta de lo relativo que es todo y a partir de ahí empecé a valorar mucho más todo lo que tenía, pensé que si me hubiera quedado así para siempre no sé qué hubiera sido de mí. Por eso cambió este día tanto mi vida, porque aprendí a valorarlo todo hasta las cosas más simples, porque no sabes nunca lo que te puede ocurrir.
Pasados estos largos meses, me dieron el alta y volví a casa con mi familia, ahora era todo un tanto diferente, ya no me preocupaba por tonterías ni me enfadaba tanto con mis hermanos. Gracias a este desafortunado accidente mi vida cambió pero después de todo fue para bien.





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