Cristina de Vera (Carta suicida)




Carta suicida

Permíteme presentarme, me llamo Frederick Tattum; para que te hagas una primera impresión de mi, soy bastante alto, tengo los ojos azules, el pelo negro, rasgos marcados, ambicioso, perseverante y vicioso a la hora de tratar con las adicciones.
Ahora que ya sabes cómo soy, me gustaría contarte una historia, una historia que espero que te sirva para algo seas quien seas; necesito contarla una última vez.
Para que te  pongas en situación, primero te contaré rápidamente mi aburrida infancia. Nací en Estados Unidos, más concretamente Nueva York en 1906. Crecí como cualquier neoyorquino, mis padres me apuntaron a un buen colegio, estudié y tuve los típicos problemas de adolescente que todo el mundo tiene aunque la verdad, debo admitir que fui un niño con problemas de violencia. Me hace gracia pensarlo sabiendo que todo termina así.
Resumiendo, ahora te contaré cómo empezó mi perdición.
Año 1924, acababa de cumplir 18 y con el dinero que me dieron mis padres decidí meterme en el mercado de valores, allí todo el mundo estaba ganando dinero y yo también estaba ansioso de ganar una fortuna. A los 9 meses había conseguido multiplicar el dinero de mi cumpleaños y poco a poco, amasar una pequeña fortuna.
Mi vida de ensueño estaba mucho más cerca de lo que me podría haber imaginado, un día, como otro cualquiera caminé hacia el trabajo por Wallstreet y en el cruce de la 5ª avenida con la 4ª un coche me golpeó mientras intentaba aparcar. La chica que se bajó sería mi futura mujer, lo supe nada más verla. Era preciosa, no podía dejar de fijarme en sus enormes ojos mientras me preguntaba si estaba bien. Empezamos a hablar y no sé como acabe invitándola a cenar, todo era de ensueño. Tras esa cena, la siguieron muchas más hasta que el 20 de Junio de 1926 me case con el amor de mi vida.
Por culpa del cine, el matrimonio siempre me había parecido que tenía una imagen monótona o aburrida como prefieras definirlo tú. Menos mal que en realidad no fue así, no se parecía en nada.
Nos compramos una buena casa en el Upper East Side, un poco caro pero, nada me parecía lo suficientemente bueno como para que de verdad la sirviera. Asistíamos a las mejores fiestas de Manhattan; cocteles, branches, fiestas solidarias… nos podías encontrar en cualquier evento con un mínimo de importancia “social” por llamarlo de alguna manera.
Como las fiestas, pronto llegaron las alegrías de la casa, el incorregible Henry y un año más tarde la pequeña Daniela. Mis hijos, nunca me olvidare de la primera palabra de Daniela, ni de los primeros pasos de Henry. Cada vez que les veía me sacan una sonrisa de la cara, todo era perfecto, tuve la oportunidad de darle a mi familia cualquier cosa que necesitaran o deseasen; no se puede pedir más.
Los años de felicidad no tardaron mucho en acabarse, llegó 1929 y con él, la crisis y mi ruina. La bolsa cayó llevándose por delante toda nuestra fortuna y sólo dejo deudas a medio pagar y miles de facturas que ya no iba a ser capaz de pagar.
Cada día que pasaba era un suplicio, nadie sabía cómo iban a ser las cosas y había habido gente que al ver la bolsa caer de una manera tan estrepitosa directamente se había suicidado, por aquel entonces no entendí esa reacción y me dediqué a beber mientras que las deudas cada vez eran mayores.
A los pocos meses, nos embargaron la casa, la casa en la que mi familia había vivido ya no era nuestra, no era capaz de concebir esa realidad. No me podía pasar eso a mí. Hubo que vender todos los regalos que en estos años les había hecho a mi mujer y a mis hijos. Era un padre que no podía cuidar a su familia, estaba desesperado y empecé a buscar una vía de escape para poder olvidarme de todo, el alcohol no me parecía lo suficientemente fuerte para ello.
Puede que  al leer esto puedas llegar a sentir pena por mí, pero te pido que no sientas eso, fui un estúpido que perdió sus posesiones y con ellas su orgullo, a sus amigos y con ellos su honradez, y por último, a su familia, con ella su razón para vivir.
Después de muchas peleas, enfados y más de una decepción, mi mujer me pidió el divorcio,  buscó un trabajo, se marchó con los niños y consiguió seguir con su vida dejándome a mí atrás. Esto me destrozó y aquella noche, en la que por primera vez me sentí completamente solo, sin nadie a mí alrededor, nadie que esperara en casa y me cuidase en mis peores momentos,  ni siquiera tenía ya las sonrisas de los pequeños. Esta noche, se confirmo por completo mi problema, mi problema con las drogas y aunque en ese momento no lo supiera, mi problema mental.
De esta manera, pase los primeros meses, lo siento por la expresión pero no encuentro otra manera más “floja” de describirlo; por la mañana necesitaba una copa de cualquier cosa para poder levantarme, el whisky era lo que mejor me despertaba. Después, a cada copa le seguía una pastilla o directamente cocaína. Admito que por aquel entonces me gustaba, hacia cualquier cosa por conseguir un poco más. Me echaron del piso por no pagar el alquiler, vendí todo lo que me quedaba para poder comer y sobrevivir a duras penas.
Hasta que llegó un día en el que ya no me vi capaz de seguir y empecé a hacer trapicheos, era fácil, vender droga, la gente que la compraba era igual que yo, adictos y ya sin nada que perder, una venta asegurada. Con cada cliente, conocías a uno nuevo y así sucesivamente. No sacaba mucho beneficio en si porque aparte de sobrevivir, todas las deudas de los últimos años habían quedado a mi nombre y mi orgullo me obligaba a pagar todo lo que debía, quería dejar la droga, volver a ser un hombre como se suele decir hecho y derecho pero nunca lo he conseguido.
Es verdad que los trapicheos me permitieron vivir un poco más, pero lo único que he conseguido ha sido aumentar mi adicción a la cocaína y a las pastillas y destruirme por dentro. No soy capaz de aguantar esta vida, no soy capaz de levantarme después de caer, no soy capaz de luchar el día a día. Pienso, recuerdo lo que conseguí y los que fueron los mejores años de mi vida. Pero luego veo cómo he terminado y ya no me tengo ningún respeto, no veo dónde está la persona que yo era antes ni le veo futuro a la persona que soy ahora.
Me gustaría pedirle perdón a mi mujer, nunca llegué a disculparme de lo que más me arrepiento en la vida, perderla. A mis hijos me gustaría decirles que les quiero, decirles que sean fuertes y que no dejen pasar la vida como su estúpido padre hizo. A mis padres, darles las gracias por todo lo que han hecho por mí.
Y a ti, pedirte que seas feliz, que disfrutes de la vida, algo que yo no supe valorar y algo que he perdido hace ya mucho tiempo.
Estas son las últimas palabras que el mundo oirá de mí, son las últimas que también podré decirle a nadie y aunque no sepa si mi historia ayudará a alguien en cualquier aspecto me gustaría darte un último consejo, cada sonrisa, cada beso, cada caricia, no olvides nada de lo que te pasa en el día a día, no pierdas las costumbres ni olvides la manías que caracterizan a cada persona porque al final, al final de todo, es lo que mejor se recuerda.
Mi último adiós y mis mejores deseos seas quien seas,
gracias por escuchar mi desdichada historia y
te deseo mucha suerte en la vida,
Frederick Tattum

Comentarios

  1. Si quieres leer más relatos de Cristina, la puedes seguir en su Blog www.deveraparadiscerezo.blogspot.com

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