Cristina de Vera (Mi último suspiro)





Mi último suspiro
Estoy cansado, me levanto del cómodo sofá y me dirijo hacia la cama. La miro y ella está tumbada, la despierto sin querer con el movimiento de la cama, se gira y me sonríe. Como cada noche durante más de 50 año, le doy un beso, la digo que la quiero y me quedo un rato mirándola mientras que ella lentamente se volviendo a quedar dormida.
Al ratito ella ya está dormida y a mí se me cierran los ojos. Cada vez me siento más a gusto, cada vez me pesa menos todo y no sé porqué pero poco a poco pequeños recuerdos se me van pasando por la cabeza.
Recuerdo Francia, sus calles, sus casas, la gente, mis amigos y sobre todo mi familia, les echo de menos.  Viví muchos momentos felices con ellos, compartiendo historias la abuela Paca, peleándome con mis hermanos e incluso pescando con el abuelo Florencio. Al recordar estas experiencias de mi infancia no puedo disimular una sonrisa.
Recuerdo que en Valladolid, después de mudarnos ayudaba a mi padre con su trabajo. Después del colegio, con la carreta y con la burra, que por cierto, ¡qué mal genio tenía! Alguna vez llegó a morderme. Dábamos un largo paseo mientras hablábamos de miles de cosas y ya en la capital comprábamos miles de cosas, telas, herramientas… cualquier cosa que después mi padre pudiera vender en el pueblo en el que vivíamos o incluso los que lo rodeaban.
Aparte de mi infancia, también me vienen a la cabeza malos momentos. La guerra. Admito que hubo momentos buenos, muy buenos pero no fue una época muy fácil.
Recuerdo verdaderas atrocidades, de envidias, rencores, detenciones e incluso fusilamientos. Las cárceles estaban llenas de prisioneros amanecían con una bala en la nuca, también hubo miles de desaparecidos, alguien venia, te ofrecía salir a dar un paseo y ya nadie volvía a saber nada de ti. Me acuerdo también del toque de queda, tenias que cumplirlo si o si ya que si no lo hacías podrías morir por los tiroteos que hacían desde las azoteas. Malditos tiroteos, siempre que se oía algún disparo mi hermana corría en busca de mi madre, se abrazaba a ella no paraba de llorar hasta quedarse dormida, lo que más rabia me daba de esto es que no podía hacer nada para ayudar a mi hermana pequeña.
El frente de batalla quedaba muy cerca de casa y tuvimos que refugiarnos en el sótano del restaurante en el que trabajaba mi tio, ¡Qué inteligente y apañado era! Aquí trabaje por primera vez en mi vida de lavaplatos, me pagaban 150 pesetas, ahora no es nada pero en ese momento, me pareció un montón. Entonces, a la semana de estar aquí refugiados, mis hermanos, mis tios y primos fueron evacuados de Madrid por culpa de los bombardeos y la aviación. Me alegré porque sabía que iban a estar bien y que no les iba a pasar nada, pero no sabía cuándo iba a volver a verles.
Parecía que la guerra no iba a tener final, recuerdo todas las veces que tuve que refugiarme por un par de horas en el metro de Banco de España, primero se oían las sirenas y de repente veías a toda la gente que estaba a tu alrededor corriendo desesperada en busca de un lugar donde estar seguros; aun tengo imágenes de los muertos, los heridos, el llanto de algún niño e incluso los gritos de dolor de alguna mujer que acababa de perder al marido.
Quitando estos pensamientos de mi cabeza, rápidamente me acordé de la “mili”,  nos llamaban “la quinta del chupete” éramos todos unos niños grandes, pero al fin y al cabo niños. Tuve suerte de que no me destinasen para luchar, si no que me tuvieron en la sección de transmisiones y más tarde en la retaguardia.
 Hacíamos marchas a pié, algunas de 10 kilómetros, supuestamente para endurecernos… 64 años después sigo sin verle la gracia. Duré poco en la retaguardia, un organismo internacional, llamado “La No Intervención” liderado por Francia e Inglaterra me salvó de ir a luchar, esta organización se encargo de que en ambas zonas, la republicana como la nacional, se retirara a todos los extranjeros de los frentes de batalla y con ellos al haber nacido en Francia, me llevaron  con ellos.
Por fin terminó la guerra y pude saber de mis padres y de mis hermanos, habían vuelto a Madrid, estaban arreglando lo poco que quedaba de nuestra casa y mientras, yo seguía sin poder volver, por decirlo así, encerrado en Francia.
5 años después conseguí volver, un grupo de españoles que habían huido de España durante la guerra y yo tardamos 1 semana en bordear todos los puestos militares que había entre la frontera francesa y la española pero lo conseguimos, por fin podría volver a ver a mi familia. Pero rápidamente, al no haber terminado la mili alegando este hecho, me encerraron. Estuve encerrado un mes teniendo visitas de mi madre todos los días, gracias a ella y a un Coronel que mi madre había cuidado cuando era pequeño consiguieron sacarme y que el castigo fuera menor.
Busqué trabajo, poco a poco fui ascendiendo, hice un par de oposiciones y por fin a mis 36 años conseguí tener empleo y sueldo fijo. Este año, la conocí a ella, tomamos café, jugamos a las cartas, fuimos al cine y terminé enamorándome perdidamente de ella, todo lo que me contaba, me entusiasmaba, me alegraba el día cuando sabía que más tarde, después de trabajar la vería. No sé exactamente cómo paso, pero lo único que sé es que un año más tarde, llego uno de los días más felices de vida, nos estábamos casando, y aquí empezó una nueva vida.
Una vida a su lado, intentando hacerla lo más feliz que podía y así, después de conseguir piso y de que los años fuesen pasando, llegaron los mejores 10 momentos de mi vida, cada momento que les vi por primera vez la cara a mis  5 hijos y más tarde a mis 5 nietos. Todos ellos, han sido mis 11 únicas y más importantes razones para disfrutar de la vida, sonreír todos y cada uno de los días y por fin, regalarles junto con mis recuerdos, mi último suspiro.

Fin

Comentarios