MI
DESTINO ETERNO, LAS NUBES
Cuatro de Noviembre de 1967, un sábado más en la
rutina de mis idas y venidas del aeropuerto de Madrid, llegaba con mi amigo
después de haber decidido intercambiar nuestros vuelos, ya que él tenía una
cuenta pendiente por las calles de Praga, mientras tanto, yo me iba a la
lluviosa Londres a petición suya.
Buenos días señores
pasajeros. El comandante y todos nosotros les damos las gracias por elegir este
vuelo de la compañía Iberia con destino Londres (Heathrow).
La duración estimada
del vuelo será de una hora y cincuenta minutos. Les rogamos guarden todo su
equipaje de mano en los compartimentos superiores o debajo del asiento
delantero, dejando despejados el pasillo y las salidas de emergencia.
Abróchense el cinturón de seguridad y les recordamos que no está permitido
fumar en el avión.
Gracias por su atención
y feliz vuelo.
Suspiro, cinturón,
adrenalina, y como no, la nostalgia de dejar a toda mi familia en mi ciudad. En
cada despegue me viene la imagen de mi querida y dulce esposa con los niños y
con su ingenuidad. “Papá, recuerda en
mirar al cielo y no te olvides de que esta, es tu casa” Tan pequeña, mi
dulce Ana y qué poder de hacer todo tan fácil.
-Capitán, ¿todo listo?
-Vamos a ello.
Ruedas a toda
velocidad, podía sentir (como en todos los vuelos) que la parte en la que yo
estaba se iba despegando del suelo que nos ata. Podía sentir, el miedo de todos
y cada uno de los pasajeros, hasta que por fin; llegamos a las nubes.
Iba todo con tanta
normalidad, que hasta asustaba… no había turbulencias, la azafata entraba con
la alegría de todos los vuelos para ofrecerme bebida y siempre con la sonrisa
puesta; como no, yo aceptaba y mi compañero también.
Nos estábamos
aproximando cada vez más al aeropuerto de Londres.
-Capitán, ¿qué sucede?
Lo había notado, no
paraban de sudar mis manos; no tenía control sobre el avión, el volante no me
obedecía ni a mí, ni a mi compañero.
-No lo sé, no tengo
comunicación con la torre de control, no sé qué está pasando, se nos va de las
manos.
-No puede ser, hay que
intentar hacer algo con el avión, ¡Tiene que haber alguna posibilidad! Quiero
volver a casa.
- Aquí, donde estamos
nos llega nuestra hora, ya no se puede hacer nada… no hay vuelta atrás. Gracias
por todo, querido compañero eterno de viaje.
Pensé que no iba a
llegar nunca, lo que el ser humano no es capaz de superar… aquí llega y que
ironía, hace segundos estaba tan alto y ahora tan abajo.
Se me queda ahora todo
tan corto, y tanto, que le tenía que haber dicho a mi mujer todo aquello que
nunca fui capaz de decir, como lo bonita que se pone cuando se enfada o como me
enamora cada día el color de sus ojos de todas la mañanas cuando el sol entra
por el lado este de la habitación. Qué bonita casualidad el haber coincidido
todos los veranos en el norte de Palencia, y qué bonito fue esperarte todo lo
que nos esperamos hasta que por fin decidimos empezar nuestra vida, que ahora
cariño, temo que se te quede en demasiado.
Me lamentaré
eternamente de haber cogido este avión, en vez de haber disfrutado mucho más de
todo nuestro amor, de nuestros niños… de todas las promesas que cumplimos y
todas aquellas que se han quedado en las nubes, que subieron tan alto que les
daba pereza bajar; como la pereza que tienen nuestros cuatro niños al
levantarse por la mañana que la recompensan con
la cara de alegría que se les pone cuando tú les preparas el desayuno
día sí, y día también.
Tengo tanto miedo de
que alguien destroce el corazón de la pequeña Ana, y que no le pueda decir que
yo seré de los pocos hombres que la quieran de verdad. Jamás, se me olvidará
cómo enseñé a jugar al fútbol a los pequeños terremotos Rafa y Jose, y qué
rabia me da no haber podido disfrutar ni celebrar como nadie, el primer gol de
mi pequeño Carlos, ni oírle decir “Papá” por primera vez.
Las ganas que tenía de
volver a estar cerca de mi familia, de poder descansar en paz, en mi ciudad
fueron a parar a la nada.
Después de nuestros últimos momentos juntos en los
que jamás pensaste que era capaz de oírte llorar, sintiéndote tan ridícula delante
de una caja de madera; me prometí cuidar de ti y como no, de nuestros niños.
Ésta era la última promesa que te hacía, pero la más sincera que he hecho en
toda mi vida, junto con la de amarte por siempre.
Aquí estoy, a tu lado,
mientras tomas la decisión más dura que has tomado en toda tu vida, mandar a
nuestros hijos lejos de ti sólo para darles el futuro que se merecen ya que
sabes que no eres capaz de prepararles el desayuno todas las mañanas junto con esos
hoyuelos tan tuyos.
Decidiste darte un
tiempo para ti misma, pero de lo que no te diste cuenta es que jamás estabas
sola, que yo estaba a tu lado cada noche y cada mañana. Te veía con tantas
ganas de quedarte en el paso de peatón de enfrente de casa, que conseguía que
el conductor siempre parase, porque tanto tú como yo, sabíamos que era lo mejor
para nuestros pequeños.
Todavía recuerdo, el
día que todos volvieron a casa, recuerdo cómo te levantaste llorando y como
saliste de tu habitación con una sonrisa de oreja a oreja para recibir con los
brazos abiertos a lo que era lo único que te hacía seguir hacia delante.
Llegaron todos, y qué preciosos estaban; si supieras las ganas que tenía de que
me vierais, de que supierais todo lo que os echo de menos día a día. Me faltáis
tanto aquí arriba…
Después de 47 años, no
llores más… que tus hijos han logrado absolutamente todo, gracias a ti.
¿Sabes? Mira qué bonita
que es la vida, que Belén nuestra nieta quiere volar tan alto como lo hice yo
una vez… sentirse la dueña de las nubes.
Tienes que ser feliz,
aunque no sepas que estoy a tu lado; el sol sigue saliendo todos los días por
el lado este de nuestra habitación y, en serio, sigues estando preciosa.
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