Rafael García (Nadie se merece este viaje)



Nadie se merece este viaje.

¿Qué es lo que cambia dentro de un tren? ¿Será el número de pasajeros? ¿Habrá más? ¿o menos?
Pasa el tiempo. Los segundos, minutos, las horas, los días y los años… y es que todo es tan diferente… se supone que vamos acatando el sueño, que vamos cubriendo los metros que ponemos a la distancia. La distancia y sus circunstancias. No confundir entre distancia y kilómetros. Puedes sentirte distante hacia alguien, pero también puedes acatar la distancia en alguien.
Pero, ¿qué es lo que cambia?, yo he cambiado un centenar de veces de posición, ¿sólo eso?
Mi compañera, a la que se le ha agotado la batería del móvil lleva varias puestas de sol sin pestañear. En el asiento treinta y dos, un hombre mayor cuenta que hace no mucho (antes de que todo esto sucediese) estuvo en China y compró un par de alfombras preciosas. En el veinticuatro una chica intenta disimular las lagrimas con el libro de Ken Follet (o igual no es precisamente por el libro). En el dieciséis el extranjero de Oxford con papel, mapa y lápiz sin punta en mano descansa. De pie dos ejecutivos hablan (no se muy bien sobre qué) mientras frena el conductor por si las ausencias laten. (¿Qué harán dichos ejecutivos en este sitio…?)
Todo duerme.
¿Qué es lo que cambia entonces?
El cincuenta y uno esta vacio, es aquí, en esta plaza, donde todos los que tenemos miedo, ponemos lo que nos asusta en cuarentena. Unos pensaremos en qué hacer cuando se pare este tren y dejar atrás este “coto de caza privado”.  Otros simplemente piensan de que manera gastarse todo el dinero del mes, y otros piensan en como llegar a fin de mes. Los actos, las acciones y las preocupaciones dejaron de importarle al mundo hace ya tiempo.
Y así es el mundo: Frío, callado y con la mirada perdida en los cristales rayados: solo los percibes cuando una luz cegadora incide directamente, hiriendo tu mirada y dándote cuenta de que las personas no son tan transparentes como parecen.  Pero al menos de esta manera podemos descifrar esas dudas cuando pasábamos la mano por el aparente, liso y traslúcido cristal. Por su parte las curvas de las vías nos hacen dar tumbos. Cuales lecciones de vida. Pero, ¿para qué? ¿No ha sido suficiente por ahora?. Al fin y al cabo, cuando llegamos a nuestro destino nos toca enfrentarnos a una nueva carretera. La cual; ganamos, o perdemos mucho más que tiempo…
Hablando de tiempo. Eso que pasa sin querer, como las luces anaranjadas que nos ofrecen los pasajes nocturnos; alumbran las caras de todos los pasajeros de este tren; como buscando una expresión diferente a la de los demás. Pero aquí todos estamos serios, con la mirada perdida y esperando no olvidar a darle al botón rojo para solicitar parada. Nuestro tiempo es triste. Y seguramente todos estemos pensando que ojalá hubiera un botón rojo para parar el corazón cuando más le duela latir. Pararlo para dejar que el mundo siga girando a su manera, pero esta vez sin mareos ni curvas de por medio.

Así pues: el mundo es un tren. Sucio, caro y no siempre con un sitio para nosotros. A veces puntual, otras no tanto. Pero casi siempre infalible, llegando a la parada que solicitamos.
Odio los trenes. Odio la tristeza y las curvas que me causan dolor de cabeza. Odio ir sentado en dirección contraria. No me neguéis que es mucho más lógico y sencillo ver pasar el propio pasado que intentar percibir qué es lo que me espera a  un kilómetro.

Al lado de la plaza cincuenta y uno, una señora lo custodia. El reloj lleva dos horas marcando las cinco y veinte. Y en el asiento seis. Y en el veinte. Y en el cuarenta y dos también ocurren cosas similares. El amor, que no cambia (no importa como esté el país en este momento), el amor sigue y sigue pegando manos con super-glu, cinturas con pegamento de barra y labios con post-its.
Yo estoy en el asiento cincuenta y cuatro. Llevo en el varios años. Y aún no ha pasado la primavera por aquí, ¿ha cambiado algo?
Estoy triste. No mucho. Me consuela al menos pensar que ni el tiempo ni la distancia podría con nosotros. Pero me entristece ver que has dejado de demostrarme que me quieres. (como hacías antes, como hace menos de un año). Que no puedo bajarme de aquí. Que no hay frenos para tales urgencias. No tengo dinero para volver hasta ti y decirte lo mucho, muchísimo, lo tantísimo que me siguen doliendo este tipo de nostalgias.

Rafael García López. 1ºB Nº6


Comentarios