Nadie se merece este viaje.
¿Qué es lo
que cambia dentro de un tren? ¿Será el número de pasajeros? ¿Habrá más? ¿o
menos?
Pasa el
tiempo. Los segundos, minutos, las horas, los días y los años… y es que todo es
tan diferente… se supone que vamos acatando el sueño, que vamos cubriendo los
metros que ponemos a la distancia. La distancia y sus circunstancias. No
confundir entre distancia y kilómetros. Puedes sentirte distante hacia alguien,
pero también puedes acatar la distancia en alguien.
Pero, ¿qué
es lo que cambia?, yo he cambiado un centenar de veces de posición, ¿sólo eso?
Mi
compañera, a la que se le ha agotado la batería del móvil lleva varias puestas
de sol sin pestañear. En el asiento treinta y dos, un hombre mayor cuenta que
hace no mucho (antes de que todo esto sucediese) estuvo en China y compró un
par de alfombras preciosas. En el veinticuatro una chica intenta disimular las
lagrimas con el libro de Ken Follet (o igual no es precisamente por el libro).
En el dieciséis el extranjero de Oxford con papel, mapa y lápiz sin punta en
mano descansa. De pie dos ejecutivos hablan (no se muy bien sobre qué) mientras
frena el conductor por si las ausencias laten. (¿Qué harán dichos ejecutivos en
este sitio…?)
Todo duerme.
¿Qué es lo
que cambia entonces?
El cincuenta
y uno esta vacio, es aquí, en esta plaza, donde todos los que tenemos miedo,
ponemos lo que nos asusta en cuarentena. Unos pensaremos en qué hacer cuando se
pare este tren y dejar atrás este “coto de caza privado”. Otros simplemente piensan de que manera
gastarse todo el dinero del mes, y otros piensan en como llegar a fin de mes.
Los actos, las acciones y las preocupaciones dejaron de importarle al mundo
hace ya tiempo.
Y así es el
mundo: Frío, callado y con la mirada perdida en los cristales rayados: solo los
percibes cuando una luz cegadora incide directamente, hiriendo tu mirada y
dándote cuenta de que las personas no son tan transparentes como parecen. Pero al menos de esta manera podemos descifrar
esas dudas cuando pasábamos la mano por el aparente, liso y traslúcido cristal.
Por su parte las curvas de las vías nos hacen dar tumbos. Cuales lecciones de
vida. Pero, ¿para qué? ¿No ha sido suficiente por ahora?. Al fin y al cabo,
cuando llegamos a nuestro destino nos toca enfrentarnos a una nueva carretera.
La cual; ganamos, o perdemos mucho más que tiempo…
Hablando de
tiempo. Eso que pasa sin querer, como las luces anaranjadas que nos ofrecen los
pasajes nocturnos; alumbran las caras de todos los pasajeros de este tren; como
buscando una expresión diferente a la de los demás. Pero aquí todos estamos
serios, con la mirada perdida y esperando no olvidar a darle al botón rojo para
solicitar parada. Nuestro tiempo es triste. Y seguramente todos estemos
pensando que ojalá hubiera un botón rojo para parar el corazón cuando más le
duela latir. Pararlo para dejar que el mundo siga girando a su manera, pero
esta vez sin mareos ni curvas de por medio.
Así pues: el
mundo es un tren. Sucio, caro y no siempre con un sitio para nosotros. A veces
puntual, otras no tanto. Pero casi siempre infalible, llegando a la parada que
solicitamos.
Odio los
trenes. Odio la tristeza y las curvas que me causan dolor de cabeza. Odio ir
sentado en dirección contraria. No me neguéis que es mucho más lógico y
sencillo ver pasar el propio pasado que intentar percibir qué es lo que me
espera a un kilómetro.
Al lado de
la plaza cincuenta y uno, una señora lo custodia. El reloj lleva dos horas
marcando las cinco y veinte. Y en el asiento seis. Y en el veinte. Y en el
cuarenta y dos también ocurren cosas similares. El amor, que no cambia (no
importa como esté el país en este momento), el amor sigue y sigue pegando manos
con super-glu, cinturas con pegamento de barra y labios con post-its.
Yo estoy en
el asiento cincuenta y cuatro. Llevo en el varios años. Y aún no ha pasado la
primavera por aquí, ¿ha cambiado algo?
Estoy
triste. No mucho. Me consuela al menos pensar que ni el tiempo ni la distancia
podría con nosotros. Pero me entristece ver que has dejado de demostrarme que
me quieres. (como hacías antes, como hace menos de un año). Que no puedo
bajarme de aquí. Que no hay frenos para tales urgencias. No tengo dinero para
volver hasta ti y decirte lo mucho, muchísimo, lo tantísimo que me siguen
doliendo este tipo de nostalgias.
Rafael
García López. 1ºB Nº6
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