Antonio Valero (Etréum)





ETRÉUM
            Esta es una de esas historias que comienzan con la misma escena con la que acaban. En ésta, un hombre se encuentra sentado sobre un sofá, con el brazo tendido sosteniendo una pistola. La diferencia reside en que el hombre del principio está muerto, el hombre del final está vivo.
            El proyectil salió disparado de la boca del ser inerte, emergiendo del mundo de sombras al que había sido condenada. A su paso hacia la máquina de muerte atrajo hacia sí el color bermejo, limpiando de muerte la estancia. La sangre volvió a su lugar de origen, volvía a la boca de la persona fallecida, insuflando vida a lo que nunca debió haber vivido. Los ríos de sangre corrían hacia arriba; como si Newton no significara nada para ellos, como si en momentos cruciales de la historia la trascendencia del suceso permitiera que la gravedad no tuviera poder allí.
            Carecía de toda lógica, pero a medida que la sangre volvía al lugar del que provenía, los ojos del hombre iban adquiriendo consciencia, tras una eternidad de ojos vidriosos podía ver con claridad que apretar el gatillo había sido la mejor decisión que había tomado en vida.
            La bala avanzaba imparable hacia la máquina de muerte, que estaba apoyada en el labio inferior del hombre, ligeramente introducida en la boca, y por fin la bala entró en el cañón del arma, donde se produjo la fusión perfecta entra la bala y su casquillo en el momento exacto en el que la pólvora explotaba, provocando un sonido de escasa duración pero gran potencia. Desde luego, el último sonido que oiría nuestro personaje. O quizá el primero…
            El proyectil ya había atravesado el cañón, pasado por la recámara y bajado al cargador, donde esperaría paciente a morder y arrancar la vida de cualquier desgraciado.
            La nuez en su garganta se movió, de abajo a arriba, de arriba abajo. Señal inequívoca de que tragaba saliva. Sus ojos seguían cerrados. No había arrepentimiento en él. A pesar de que portaba una enorme carga sobre los hombros. La razón de que fuera a acabar con su vida no era la búsqueda de redención, ni siquiera el deseo de acabar con ella. Lo que le arrastraba a hacer lo que iba a hacer era que había perdido, simple y llanamente. Había perdido la guerra que él mismo había decidido comenzar. 
            Esta no es la historia de los últimos momentos de una persona, porque, en cierto modo, llevaba mucho tiempo muerta. Había causado demasiadas víctimas, la muerte de inocentes, cosa que en vez de horrorizarlo, le enorgullecía.

¿Qué efectos tiene en una persona provocar la muerte de otras? Podríamos introducir el término de deshumanización. Pero este concepto ni se acerca a lo que significa que una persona mate a otra. Los seres humanos somos la única especie con escala moral, y no por ser mejores o peores somos más humanos.  Desde el mayor de los santos hasta el más vil de los diablos, todos humanos. 
Es por eso que matar a seres de la misma especie por interés es una acción puramente humana. En el resto de animales nunca encontraremos odio, envidia o venganza.
Nuestro personaje tenía una mente fría y calculadora, en cambio, su corazón no era frío, simplemente estaba podrido. Pero con la decisión que había tomado conseguiría enfriarlo también.
Aunque no lo parezca, lo que aquí había sucedido era la muerte de un escritor,  un escritor de un único libro que trataba sobre la guerra del escritor. Su error principal fue trasladar esa guerra al mundo real, con consecuencias mundiales. Con ella trató de matar una idea, la libertad, pero olvidó uno de los pilares fundamentales de la vida, las ideas son indestructibles, y al intentar matar la idea solo consiguió que fuera él el que muriera. 
Escritor maldito, maldito escritor.
Autodidacta y lector empedernido. Amante de los animales. Aunque parece que del resto de animales, puesto que no amaba al ser humano. ¿Cómo puede existir el racismo en la mente de un lector? O lo que es más escalofriante, ¿cómo puede existir el racismo en la mente de nadie?
            La bandera roja en cuyo centro blanco se encontraba la negra cruz gamada estaba colgada en la pared enfrente del cuerpo del hombre. Símbolo ancestral, de culturas y religiones milenarias que ahora estaba manchado. El significado de la esvástica estaba completamente mancillado. Ahora solo representaba odio, muerte y el derramamiento de sangre de inocentes.
            Al fin abrió los ojos. Ya no había rastros de sangres. Se sacó la pistola de la boca y bajó el brazo, pegado al cuerpo. La pesadilla de millones de judíos acababa de comenzar. Adolf Hitler estaba vivo.
            Si las agujas del tiempo giraran en sentido inverso, si recorriéramos caminos hacia atrás, sin mirar por dónde pisamos, condenados a no vivir el futuro pero a morir en el pasado, ¿viviríamos en un mundo mejor, uno peor, o quizá en el mismo mundo pero con personas que no saben por dónde caminan? Caminamos a ciegas incluso cuando tenemos los ojos abiertos, las personas se han olvidado de las cosas que no se perciben por los ojos. La humanidad necesita ver más allá.

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