Ana Díaz Tortuero (Primer día de caza)





Primer día de caza

El primer domingo de octubre del año 2014 comenzaba en Asturias la temporada de caza. La anterior había resultado trágica. Habían muerto varios hombres. Se habían matado entre ellos. De ahí que en la mente de todos los cazadores hubiera un pensamiento común: extremar las precauciones y asegurarse bien antes de disparar.

Era su primera jornada de caza. Estaba nervioso y emocionado. Y también asustado. Su padre y antes el abuelo lo habían adiestrado para cuando llegara el gran momento. Y el gran momento ya estaba aquí. Esta noche apenas ha pegado ojo. Se ha desvelado temprano y ha esperado, temiendo, la llegada del nuevo día.
Los cazadores se pusieron en marcha al salir el alba. La caravana de todoterrenos de la cuadrilla se dirigió al coto. Esta vez iban a tiro fijo y nunca mejor dicho. Tenían información de muy buena fuente sobre la ubicación exacta de la manada de jabalíes. Hasta media docena de ejemplares adultos y varios jóvenes habían sido vistos en las inmediaciones de un bosque de castaños y abedules.
Alcanzado el paraje de destino se pusieron en lugares estratégicos. Algunos se situaron a lo largo de la pista forestal, al noroeste; otros, el resto, enfrente, en la otra ladera.

 Un estruendoso y discordante concierto de furiosos ladridos, gritos de viva voz y órdenes apresuradas, trasmitidas a través de los walkies, reventó  la tranquilidad de la fría y despejada mañana de principios de octubre.
Yo trataba de mantener la calma en medio del abrumador alboroto. Pero el corazón me latía a cien por hora y el nerviosismo del momento me impedía pensar con claridad. Me dejé llevar por mi instinto.

Los hombres aguardaban con las escopetas preparadas, el pulso acelerado y la respiración contenida. Se avistaron los primeros movimientos de los animales que fueron radiados. Con los perros firmemente sujetos por la correa, los monteros descendieron por la ladera para levantar las presas y forzarlas a dirigirse al otro lado del arroyo, a campo abierto.
Me separé de mis compañeros y me metí entre los árboles. En ese momento escuché un ruido muy cerca. Era un sonido inconfundible y se aproximaba rápidamente. Me acerque al lado del castaño más grueso del bosque, y me quedé muy quieto, esperando. Y entonces, lo vi.

Se trataba de un ejemplar joven, una cría. Él también estaba muy quieto y me miraba. En sus ojos había sorpresa y también miedo.
Durante un largo minuto, ninguno de los dos realizó el menor movimiento. Tenían todos los músculos en tensión. Parecían dos estatuas de piedra, con los cinco sentidos alerta al menor movimiento del contrario.

De repente, una voz se elevó por encima del ruido y dio la voz de alarma.
- ¡Qué van ahí!... ¡Qué van ahí!... ¡Venga, venga!... ¡Hay que sacarlos!

El grito reaccionar. Me giré y corrí monte arriba. El jabalí hizo lo mismo en dirección opuesta.

Entonces, la manada de jabalíes surgió en estampida de entre los árboles, cruzó el arroyo y salió al campo abierto. Los perros ladraban y corrían enloquecidos. Las voces, nerviosas y emocionadas, elevaron el tono. Sonaron varios disparos y su eco se multiplicó retumbando entre los montes.

Un berrido de agonía se escuchó. Algo grande y pesado se desplomó entre los abedules que bordeaban el arroyo y cayó sobre las aguas. Allí se quedó, entre espasmos y sangrando a chorros.  Se tiñó de rojo y la muerte llegó al bosque.
Aquella noche tampoco pude dormir. Mi primera jornada de caza había resultado horrible, mucho más espantosa que lo que pudiera haber imaginado en la peor de mis pesadillas.

Mi familia y yo estábamos de luto. Mi padre había caído abatido entre los abedules que bordeaban el arroyo. Dos certeros balazos le habían arrebatado la vida.
Mi madre y mis hermanos tampoco dormían. Estaban nerviosos y asustados. No se oía una palabra. No hacía falta más. Todos sabíamos lo que pasaba en ese momento por la cabeza de los demás. La dolorosa ausencia del cabeza de familia.
Yo lo había visto caer a lo lejos. Su grito de muerte aun resonaba en mis oídos y seguiría oyéndolo durante mucho tiempo. Después se habían llevado su cuerpo y no había vuelto a verlo. Y casi mejor así. Prefiero recordarlo tal como era, lleno de vida y fuerte. Yo recorría los montes en su compañía y él no se cansaba nunca.






Comentarios