EL
PRECIO DE LA FELICIDAD
Cuántas
veces no nos hemos sorprendido al ver imágenes de niños felices en lugares con
una gran pobreza, les vemos jugar con apenas un palo y una pelota de trapo,
riéndose a carcajadas con sus amigos…
Estas
imágenes nos hacen replantearnos nuestra escala de valores. ¿Cómo unos niños
que no tienen prácticamente nada material, son capaces de ver el lado amable de
la vida y disfrutarla? ¿No será que en las civilizaciones occidentales hemos
perdido la capacidad de enseñar y transmitir la verdadera esencia de la vida,
de la amistad, de la alegría y nos hemos perdido en la vertiginosa carrera de
consumismo y adquisición de bienes, creándonos nosotros mismos unas necesidades
y unas dependencias que realmente no son tales?
Hemos
sido nosotros los que nos hemos puesto unos límites inalcanzables, y por eso
nos cuesta encontrar la felicidad. Es imposible tenerlo todo, y como siempre
encontramos nuevos teléfonos, zapatillas, coches… que llamen nuestra atención
tenemos nuestro espíritu falsamente orientado en la lucha por adquirir aquel
nuevo producto que realmente nos dará la felicidad, y manejando con dificultad
la frustración que representa el no poder tenerlo.
Recuerdo
un día viendo un programa en el cual entrevistaban a un cantante famoso, cuando
el periodista le pregunto que cómo había sido su infancia, el cantante respondió:
He
tenido una infancia feliz, tremendamente feliz, recuerdo jugar con mis amigos,
jugar por las calles y recuerdo también el trabajo duro de mis padres porque éramos
muy pobres, tanto que yo no tenía ni zapatos. Pero eso no me impedía ser feliz…
tal vez como mis amigos tampoco tenían zapatos , no era consciente de ello y no
sufría por no tenerlos, sino que simplemente disfrutaba con mis amigos.
Esto
me hizo pensar cómo muchas veces, somos nosotros mismos los que nos marcamos
unos deseos o metas que no son realmente necesarias para ser feliz, simplemente
nos auto convencemos.
Nos
olvidamos de que la felicidad está en la sencillez y pureza de los
sentimientos.
Esta
idea fue el eje de la campaña tan conocida del niño gritando emocionado al
abrir un regalo “¡¡¡ un palo, un palo!!!”. Era un niño que tenia de todo, con
un montón de regalos a su alrededor que enloquece de alegría con el más
sencillo de los regalos.
Es
impresionante como la sociedad occidental de hoy en día ha emprendido una
carrera de consumismo descontrolada, hay que adquirir más y más, y los objetos
son remplazables. Ya no vale con tener un teléfono, sino que tenemos la
necesidad de tener el último modelo. Antiguamente cuando los objetos se
estropeaban, se arreglaban… Numerosos eran los negocios que se dedicaban a la
reparación de los diferentes objetos de la vida cotidiana, estas costumbres van
cayendo cada vez más en desuso, si un objeto
se estropea se cambia por uno nuevo, uno “último modelo”.
Con
esta peligrosa forma de enfocar la vida, corremos el riesgo de no solo tomar
esta actitud con los objetos, sino con las personas que nos rodean, si una
amistad se estropea, no luchamos lo suficiente por arreglarlo sino que saltamos
a una nueva.
Al
tiempo que crecen nuestras riquezas materiales, si no tenemos cuidado , podemos
ir encogiendo nuestras capacidades para disfrutar de lo realmente importante y
de las personas que nos rodean.
Pero
esta forma de vida está promovida por las grandes empresas multinacionales, los
grandes intereses económicos… cuanto más se consume, más dinero ganan, nos
hacen creer que con dinero podremos comprar la felicidad, pero lo que sucede es
que entramos a formar parte de una rueda de la que es difícil escapar, no
siendo ese el peor de los problemas, el
peor de los problemas es no ser consciente de estar metido en ella, y no ser
capaz de ver más allá de esta rueda.
Las
marcas nos prometen felicidad a cambio de consumir su producto, estamos
acostumbrados a ver como determinado refresco nos hará pasar unas vacaciones
inolvidables junto a nuestros amigos, como una simple colonia puede conseguir que
encontremos pareja o como puede una crema llegar a rejuvenecernos 20 años. Y esto sin darnos cuenta va haciendo
que tengamos esas necesidades, queremos esas vacaciones perfectas, desearíamos tener 20 años menos, perder 10 kilos, o
conducir el mejor de los coches…
En
un estudio realizado con niños muy pequeños, se les enseñaban varias fotos de
mujeres, todas ellas modelos, salvo una que era la foto de su madre. Se les hacía
escoger a la mujer más guapa y todos sin dudarlo escogieron a su madre.
Ojala
aunque vayamos madurando podamos conservar algo de “esa forma que tienen los
niños de ver la vida”.
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