Ana Morales (El precio de la felicidad)





EL PRECIO DE LA FELICIDAD

Cuántas veces no nos hemos sorprendido al ver imágenes de niños felices en lugares con una gran pobreza, les vemos jugar con apenas un palo y una pelota de trapo, riéndose a carcajadas con sus amigos…
Estas imágenes nos hacen replantearnos nuestra escala de valores. ¿Cómo unos niños que no tienen prácticamente nada material, son capaces de ver el lado amable de la vida y disfrutarla? ¿No será que en las civilizaciones occidentales hemos perdido la capacidad de enseñar y transmitir la verdadera esencia de la vida, de la amistad, de la alegría y nos hemos perdido en la vertiginosa carrera de consumismo y adquisición de bienes, creándonos nosotros mismos unas necesidades y unas dependencias que realmente no son tales?
Hemos sido nosotros los que nos hemos puesto unos límites inalcanzables, y por eso nos cuesta encontrar la felicidad. Es imposible tenerlo todo, y como siempre encontramos nuevos teléfonos, zapatillas, coches… que llamen nuestra atención tenemos nuestro espíritu falsamente orientado en la lucha por adquirir aquel nuevo producto que realmente nos dará la felicidad, y manejando con dificultad la frustración que representa el no poder tenerlo.
Recuerdo un día viendo un programa en el cual entrevistaban a un cantante famoso, cuando el periodista le pregunto que cómo había sido su infancia, el cantante respondió:
He tenido una infancia feliz, tremendamente feliz, recuerdo jugar con mis amigos, jugar por las calles y recuerdo también el trabajo duro de mis padres porque éramos muy pobres, tanto que yo no tenía ni zapatos. Pero eso no me impedía ser feliz… tal vez como mis amigos tampoco tenían zapatos , no era consciente de ello y no sufría por no tenerlos, sino que simplemente disfrutaba con mis amigos.
Esto me hizo pensar cómo muchas veces, somos nosotros mismos los que nos marcamos unos deseos o metas que no son realmente necesarias para ser feliz, simplemente nos auto convencemos.
Nos olvidamos de que la felicidad está en la sencillez y pureza de los sentimientos.
Esta idea fue el eje de la campaña tan conocida del niño gritando emocionado al abrir un regalo “¡¡¡ un palo, un palo!!!”. Era un niño que tenia de todo, con un montón de regalos a su alrededor que enloquece de alegría con el más sencillo de los regalos.
Es impresionante como la sociedad occidental de hoy en día ha emprendido una carrera de consumismo descontrolada, hay que adquirir más y más, y los objetos son remplazables. Ya no vale con tener un teléfono, sino que tenemos la necesidad de tener el último modelo. Antiguamente cuando los objetos se estropeaban, se arreglaban… Numerosos eran los negocios que se dedicaban a la reparación de los diferentes objetos de la vida cotidiana, estas costumbres van cayendo cada vez más en desuso,  si un objeto se estropea se cambia por uno nuevo, uno “último modelo”.
Con esta peligrosa forma de enfocar la vida, corremos el riesgo de no solo tomar esta actitud con los objetos, sino con las personas que nos rodean, si una amistad se estropea, no luchamos lo suficiente por arreglarlo sino que saltamos a una nueva.
Al tiempo que crecen nuestras riquezas materiales, si no tenemos cuidado , podemos ir encogiendo nuestras capacidades para disfrutar de lo realmente importante y de las personas que nos rodean.
Pero esta forma de vida está promovida por las grandes empresas multinacionales, los grandes intereses económicos… cuanto más se consume, más dinero ganan, nos hacen creer que con dinero podremos comprar la felicidad, pero lo que sucede es que entramos a formar parte de una rueda de la que es difícil escapar, no siendo ese  el peor de los problemas, el peor de los problemas es no ser consciente de estar metido en ella, y no ser capaz de ver más allá de esta rueda.
Las marcas nos prometen felicidad a cambio de consumir su producto, estamos acostumbrados a ver como determinado refresco nos hará pasar unas vacaciones inolvidables junto a nuestros amigos,  como una simple colonia puede conseguir que encontremos pareja o como puede una crema llegar a rejuvenecernos  20 años. Y esto sin darnos cuenta va haciendo que tengamos esas necesidades, queremos esas vacaciones perfectas, desearíamos  tener 20 años menos, perder 10 kilos, o conducir el mejor de los coches…
En un estudio realizado con niños muy pequeños, se les enseñaban varias fotos de mujeres, todas ellas modelos, salvo una que era la foto de su madre. Se les hacía escoger a la mujer más guapa y todos sin dudarlo escogieron a su madre.
Ojala aunque vayamos madurando podamos conservar algo de “esa forma que tienen los niños de ver la vida”.

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