H
Me
devuelve una mirada cansada, me fijo en cada uno de sus rasgos, conozco la forma
exacta en la que han cambiado. Sé que hace tiempo que no es la misma, sé que,
por mucho que finja que no, las marcas de su piel, las ojeras, el pelo sucio y
raido que han estado ahí desde hace mucho tiempo, no lo han hecho desde
siempre.
Yo
sé que hace un año era una persona totalmente distinta, que jamás habría jugado
con su vida como si de un simple entretenimiento se tratase. Nunca fue fuerte,
demasiado centrada en lo que pensasen los demás antes de lo que pensase ella
misma, si únicamente hubiese tenido un poco más de personalidad y no se hubiese
dejado influenciar no estaríamos en este problema. El caso es que, fuerte o no,
hubo un tiempo en el que podías percibir en ella el encanto de lo puro y dulce,
el encanto de lo incorrupto. Ahora está marchita a pesar de su temprana edad, ha
perdido su alma, su esencia. Mi esencia.
Retiro
la mirada del espejo. Sus ojos, mis ojos, dejan de escrutarme. Miro a mi
alrededor, recuerdo que hace unos meses la simple idea de encontrarme en esta
situación me habría resultado absurda. En la habitación se percibe el
característico olor de la putrefacción en estado puro, está llena de almas las
cuales, como yo, han perdido el sentido de su vida. Extrañamente cuando miras
sus rostros, apoyados sobre cualquier superficie, puedes ver en ellos una calma
superior a cualquier otra. Personajes que parecen, la mayor parte del tiempo,
sacados de una historia de terror, vagando sin sentido, buscando aquello que
llegado un punto necesitan para vivir, personajes que harían cualquier cosa
para conseguir lo que quieren, personajes para los que el fin sí justifica los
medios. Yo soy uno de esos personajes, sacados de dios sabe qué imaginación
retorcida. Dios. Hace tiempo que dejé de creer en Dios. Hace tiempo que dejé de
creer en muchas cosas. Entre ellas, hace mucho tiempo que dejé de creer en mí
misma.
Es
la maldad en estado puro, un ticket de primera clase hacia tu autodestrucción,
disfrazada de una amplia baraja de posibilidades.
La
gente habla del poder de atracción de este mundo. Yo jamás entendí a qué se
referían. Ahora mismo no soy más que un simple imán que se mueve según el otro
polo decide que lo haga. ¿Por qué sigo con ello? He arruinado cualquier relación
que he llegado a tener a lo largo de los años. Alguien una vez dijo que los
seres humanos somos seres sociales, que necesitamos de la compañía de otros
para funcionar, nos segregamos y funcionamos en comunidad. Me asusta esta
afirmación ya que simboliza que he sido deshumanizada. No vivo para nadie ni
con nadie, somos solamente ella y yo. La razón de mi felicidad y, posiblemente,
de mi perdición.
Cuando
sales a la calle la gente se aparta de tu lado, no me extraña. No somos más que
marionetas de frenéticos ojos que buscan a cualquiera lo suficientemente
ingenuo como para dejarse engañar.
Al
principio esto era más fácil, te veías forzada a hacer cosas que en situaciones
diferentes jamás habrías hecho con tal de conseguir el dinero que tanto
necesitabas, pero la cosa es que la gente estaba dispuesta a dártelo ya que aún
eras agradable de ver. El término de la apariencia ideal puede resultar
absurdo, pero la sociedad tiene un patrón, eso está claro, y todos aquellos que
nos alejamos de ese patrón somos parias. Aunque realmente si yo estuviese en su
lugar tampoco querría relacionarme con esto en lo que me he convertido. El
hedor, el halo decrépito que me rodea, la angustia que me consume. Temblores,
náuseas, dolores, frío, espasmos. Es un bucle, una y otra vez y el único
remedio consiste en ir de caza, buscar y encontrar. El único propósito de mi
vida.
Es
el efecto de la montaña rusa, al principio tienes la emoción de la aventura en
la que te estás embarcando, más adelante llega la bajada, el mareo del
descontrol, del ser consciente de tu libertad, de que en cualquier momento podría
suceder cualquier cosa, eres feliz, chillas, ríes, disfrutas. El caso es cuando
llega el final del trayecto y tú aún tienes el regusto de la libertad experimentada.
Quieres más, por lo tanto consigues más, pero la segunda vez no resulta para
nada tan satisfactoria como la primera. La diferencia es que, en el mundo de
las atracciones de feria llega un punto en el que no puedes conseguir otra
atracción que te haga experimentar lo que buscas, por lo tanto te resignas y
sigues con tu vida. El problema de mi mundo es que esa posibilidad sí que
existe, no hay una línea fija que delimite tus posibilidades, sabes que hay
cierta dosis que no deberías superar pero al no ser igual para todos tiendes a
jugar con ella. Es comparable a una situación en la que te encuentres frente a
un león que supuestamente ha sido domesticado, molestándole hasta que llegado
un punto la bestia supera a lo dócil y responde, fiero y cortante.
Hoy
es un buen día, abro la caja de madera que escondo bajo el colchón. Al abrirla
mis ojos se iluminan, henchida de orgullo observo la única parte de mi vida que
aún mantengo con ordenada pulcritud, luego me llevo una mano al pecho y
extraigo lo realmente importante, primera regla: nunca la dejes desprotegida,
llévala encima de ti y a ser posible en algún sitio a donde tú y sólo tú tengas
acceso. Miro a mi alrededor, están a una prudente distancia, todos observándome
como hienas preparadas para atacar con el único fin de, aunque sea, conseguir
los resquicios sobrantes de nuestra adicción. Sé que si me descuido ni siquiera
mi vida será un obstáculo para que consigan lo que anhelan, es por eso que la
vuelvo a guardar, cojo la caja y salgo en busca de un sitio tranquilo donde
tomarme el respiro que tanto me merezco.
El
suelo está frío y mojado, llueve, me encuentro en el único lugar resguardado
que he conseguido encontrar que no esté atestado de miradas ansiosas. Abro la
caja de nuevo y extraigo mis utensilios, cojo la doblada cuchara y pongo el
material en la parte honda, acto seguido aplico calor, cuando consigo el
resultado esperado la absorbo con la jeringa, ato la rasgada tela alrededor de
mi brazo, a la altura del bíceps, y doy varios toques para así conseguir que
florezca esa red de líneas azules que se esconden bajo mi piel. Finalmente, con
un suspiro, introduzco el aguijón y presiono, sintiendo como lentamente mi
corazón, al bombear, impulsa felicidad por las carreteras de mi cuerpo. Los
temblores, náuseas y demás han desaparecido, ahora mismo podría morir, no me
importaría, mi mayor aflicción sería no volver a sentir esto jamás.
Es curioso cómo lo único que me ata a la vida
sea, posiblemente, aquello que finalmente me desligue de ella.
Comentarios
Publicar un comentario