Belén Montabes (H)


















H

Me devuelve una mirada cansada, me fijo en cada uno de sus rasgos, conozco la forma exacta en la que han cambiado. Sé que hace tiempo que no es la misma, sé que, por mucho que finja que no, las marcas de su piel, las ojeras, el pelo sucio y raido que han estado ahí desde hace mucho tiempo, no lo han hecho desde siempre.
Yo sé que hace un año era una persona totalmente distinta, que jamás habría jugado con su vida como si de un simple entretenimiento se tratase. Nunca fue fuerte, demasiado centrada en lo que pensasen los demás antes de lo que pensase ella misma, si únicamente hubiese tenido un poco más de personalidad y no se hubiese dejado influenciar no estaríamos en este problema. El caso es que, fuerte o no, hubo un tiempo en el que podías percibir en ella el encanto de lo puro y dulce, el encanto de lo incorrupto. Ahora está marchita a pesar de su temprana edad, ha perdido su alma, su esencia. Mi esencia.
Retiro la mirada del espejo. Sus ojos, mis ojos, dejan de escrutarme. Miro a mi alrededor, recuerdo que hace unos meses la simple idea de encontrarme en esta situación me habría resultado absurda. En la habitación se percibe el característico olor de la putrefacción en estado puro, está llena de almas las cuales, como yo, han perdido el sentido de su vida. Extrañamente cuando miras sus rostros, apoyados sobre cualquier superficie, puedes ver en ellos una calma superior a cualquier otra. Personajes que parecen, la mayor parte del tiempo, sacados de una historia de terror, vagando sin sentido, buscando aquello que llegado un punto necesitan para vivir, personajes que harían cualquier cosa para conseguir lo que quieren, personajes para los que el fin sí justifica los medios. Yo soy uno de esos personajes, sacados de dios sabe qué imaginación retorcida. Dios. Hace tiempo que dejé de creer en Dios. Hace tiempo que dejé de creer en muchas cosas. Entre ellas, hace mucho tiempo que dejé de creer en mí misma.
Es la maldad en estado puro, un ticket de primera clase hacia tu autodestrucción, disfrazada de una amplia baraja de posibilidades.
La gente habla del poder de atracción de este mundo. Yo jamás entendí a qué se referían. Ahora mismo no soy más que un simple imán que se mueve según el otro polo decide que lo haga. ¿Por qué sigo con ello? He arruinado cualquier relación que he llegado a tener a lo largo de los años. Alguien una vez dijo que los seres humanos somos seres sociales, que necesitamos de la compañía de otros para funcionar, nos segregamos y funcionamos en comunidad. Me asusta esta afirmación ya que simboliza que he sido deshumanizada. No vivo para nadie ni con nadie, somos solamente ella y yo. La razón de mi felicidad y, posiblemente, de mi perdición.
Cuando sales a la calle la gente se aparta de tu lado, no me extraña. No somos más que marionetas de frenéticos ojos que buscan a cualquiera lo suficientemente ingenuo como para dejarse engañar.
Al principio esto era más fácil, te veías forzada a hacer cosas que en situaciones diferentes jamás habrías hecho con tal de conseguir el dinero que tanto necesitabas, pero la cosa es que la gente estaba dispuesta a dártelo ya que aún eras agradable de ver. El término de la apariencia ideal puede resultar absurdo, pero la sociedad tiene un patrón, eso está claro, y todos aquellos que nos alejamos de ese patrón somos parias. Aunque realmente si yo estuviese en su lugar tampoco querría relacionarme con esto en lo que me he convertido. El hedor, el halo decrépito que me rodea, la angustia que me consume. Temblores, náuseas, dolores, frío, espasmos. Es un bucle, una y otra vez y el único remedio consiste en ir de caza, buscar y encontrar. El único propósito de mi vida.
Es el efecto de la montaña rusa, al principio tienes la emoción de la aventura en la que te estás embarcando, más adelante llega la bajada, el mareo del descontrol, del ser consciente de tu libertad, de que en cualquier momento podría suceder cualquier cosa, eres feliz, chillas, ríes, disfrutas. El caso es cuando llega el final del trayecto y tú aún tienes el regusto de la libertad experimentada. Quieres más, por lo tanto consigues más, pero la segunda vez no resulta para nada tan satisfactoria como la primera. La diferencia es que, en el mundo de las atracciones de feria llega un punto en el que no puedes conseguir otra atracción que te haga experimentar lo que buscas, por lo tanto te resignas y sigues con tu vida. El problema de mi mundo es que esa posibilidad sí que existe, no hay una línea fija que delimite tus posibilidades, sabes que hay cierta dosis que no deberías superar pero al no ser igual para todos tiendes a jugar con ella. Es comparable a una situación en la que te encuentres frente a un león que supuestamente ha sido domesticado, molestándole hasta que llegado un punto la bestia supera a lo dócil y responde, fiero y cortante.
Hoy es un buen día, abro la caja de madera que escondo bajo el colchón. Al abrirla mis ojos se iluminan, henchida de orgullo observo la única parte de mi vida que aún mantengo con ordenada pulcritud, luego me llevo una mano al pecho y extraigo lo realmente importante, primera regla: nunca la dejes desprotegida, llévala encima de ti y a ser posible en algún sitio a donde tú y sólo tú tengas acceso. Miro a mi alrededor, están a una prudente distancia, todos observándome como hienas preparadas para atacar con el único fin de, aunque sea, conseguir los resquicios sobrantes de nuestra adicción. Sé que si me descuido ni siquiera mi vida será un obstáculo para que consigan lo que anhelan, es por eso que la vuelvo a guardar, cojo la caja y salgo en busca de un sitio tranquilo donde tomarme el respiro que tanto me merezco.
El suelo está frío y mojado, llueve, me encuentro en el único lugar resguardado que he conseguido encontrar que no esté atestado de miradas ansiosas. Abro la caja de nuevo y extraigo mis utensilios, cojo la doblada cuchara y pongo el material en la parte honda, acto seguido aplico calor, cuando consigo el resultado esperado la absorbo con la jeringa, ato la rasgada tela alrededor de mi brazo, a la altura del bíceps, y doy varios toques para así conseguir que florezca esa red de líneas azules que se esconden bajo mi piel. Finalmente, con un suspiro, introduzco el aguijón y presiono, sintiendo como lentamente mi corazón, al bombear, impulsa felicidad por las carreteras de mi cuerpo. Los temblores, náuseas y demás han desaparecido, ahora mismo podría morir, no me importaría, mi mayor aflicción sería no volver a sentir esto jamás.
 Es curioso cómo lo único que me ata a la vida sea, posiblemente, aquello que finalmente me desligue de ella.

Comentarios