90 Segundos
Un minuto y medio,
noventa segundos, no es prácticamente nada, es un periodo de tiempo
insignificante que probablemente ocuparás aproximadamente leyendo esto.
Para mucha gente
noventa segundos no significan absolutamente nada, pero, ¿tú qué harías si
tuvieras solamente ese tiempo para demostrar prácticamente todo? ¿Si te jugases
tanto que te llega a asustar? Pues existen momentos en la vida de ciertas
personas en las que en un minuto y medio, noventa segundos, han hecho historia,
ya sea para bien, alcanzando la gloria, o creando un recuerdo que prefieren
olvidar.
Esos segundos de los
que estoy hablando no vienen solos por supuesto, y para nada de casualidad. Es
algo meditado, para lo que te has preparado, física y mentalmente pero para lo
que nunca, a la hora de iniciarlos, te sentirás completamente segura de poder
demostrar que puedes hacerlo.
Todo empieza con los 30
segundos que tardas aproximadamente en ponerte las punteras, y después de estar
cerca de dos horas repitiendo incansablemente lo que llevas haciendo durante
meses, empiezan a asaltar las dudas, una sola idea está en tu cabeza, clavarlo,
sacarlo perfecto, porque sabes que puedes, porque ya lo has hecho, y porque
solo de esta manera lograras tu objetivo, que es disfrutarlo, y sobretodo hacer
que disfruten contigo.
Este montón de cosas se
anclan a tu pensamiento y no dejan de crearte una inseguridad que empiezan a
notar tus piernas, que ya no parecen las mismas que eran al entrar al pabellón,
por momentos crees que ni siquiera van a ser capaces de soportar tu peso, y si
no son capaces de aguantar eso, ni de lejos van a conseguir aguantar las
miradas de todas las gradas ni por supuesto de las jueces, que en escasos
minutos van a caer como una lluvia de nervios y presión sobre ti. Pero eso no
importa, tú te pones tu maillot, te secas el sudor, coges tu aparato y sales
del vestuario.
Ahora empieza
verdaderamente la cuenta atrás, te queda el tiempo justo para hacer dos
enteros, noventa segundos, noventa segundos… Los nervios de tu entrenadora por
fin ven la luz, esa mujer que hasta el momento había parecido el trozo más frio
de hielo, el pilar más robusto, o la muralla más infranqueable ahora parecía la
llama más viva, el cristal más frágil y todo el muro que podía separaros se
había venido abajo, y todo esto por culpa de una voz que a medida que pronuncia
tu nombre anunciando que te debes preparar para salir, más quiebra la tuya, y
más eleva la de tu entrenadora.
La tensión alcanza su
punto más alto, ya has parado, y la música del ejercicio anterior al tuyo ha
empezado a sonar, aun no es tu momento, es el de esa chica. Te ves incapaz y lo
único que quieres hacer es correr, correr muy lejos, hasta un lugar donde esos
90 segundos no te pisen los talones, donde ya no se huela la gomina, donde no
te tengas que secarte las manos para evitar que se te caiga lo que debía ser
una prolongación de tu cuerpo, donde no brilles, donde no destaques, donde no
te miren.
Pero huir ya es algo
imposible, las palabras de tu entrenadora te han atrapado… ‘’Céntrate, que tu
puedes, hazlo como solo tú sabes hacerlo, disfrútalo, cierra las dificultades,
bloquea, ponte dura, las puntas, las rodillas, el brazo libre, la pierna de
base, los relevés, levanta la barbilla, lúcete, los riesgos, clávalos, si te
sobra música ya sabes no acabes, haz tiempo, pero no te tiene que sobrar porque
no vas a ir acelerada, se que estas cansada, pero no aflojes, dura hasta el
final, los momentos de cansancio son los que provocan las lesiones, cabeza
fría, no pienses en nada, pero ten presente todo, olvídate de ellos, y sobre
todo de ellas, ahora eres tú, y solo tú, no pienses siquiera en mi, emocióname,
emociónate, emociona, sonríe, expresa, y sobretodo disfruta, disfruta como
nunca que esto es lo que quieres y por lo que has peleado y sacrificado tanto,
que se note, déjate la piel, que solo son noventa segundos… Quiero la piel de
gallina’’
Con el cierre de la
frase cierra la chica su ejercicio, ha acabado su música y empieza tu momento,
dicen tu nombre y sales, con la cabeza muy alta y un paso muy seguro, intentando
transmitir una confianza que llegue a la superioridad, incluso que roce el
descaro. Te paras, quinta posición, miras el tapiz, durante un minuto y medio
no vas a salir de ese 13x13, pero no te hace falta más, paso firme y andas
hasta tu posición inicial, te secas el sudor de las manos y te colocas, y en
ese momento pasa algo increíble, que solo las que tenemos la suerte de haberlo
vivido podemos entenderlo.
Existe un periodo de
tiempo entre que te colocas y suena el pitido que indica el inicio de la música,
en el que el tiempo se detiene por completo, los nervios son tantos que se te
olvida todo, hasta cómo te llamas, pero no importa porque le estas cediendo tu
nombre y apellidos al tiempo, a esos noventa segundos, los estás haciendo
propios, les estas dando dueño, y no hay sensación más increíble que la de
tener como pertenencia el tiempo, y por supuesto la expectación de la gente, y
piensas, ‘’Me están dando su tiempo a cambio entreguémosles emoción’’.
Y suena el pitido, ya
empieza, primer elemento, segundo, enlazas, rodamiento, el salto, pasos
rítmicos, elemento, onda… Y sale, ves que todo está saliendo como debería, y el
momento decisivo, el primer riego, si sale todo va rodado, solo tienes que
bloquear, no perder el contacto visual con tu aparato y rezar porque ningún
reflejo impida que lo recojas… Perfecto, el aparato vuelve a tus manos, ya solo
te puedes crecer, y subes, y subes, tu compañeras gritan, lo sabes porque tu
harías lo mismo en su lugar, pero tú solo escuchas la música, que digo de
escuchar, la sientes, y lo mejor, todas las personas a las que no conoces
absolutamente de nada que están enfrente tuya sentadas mirándote también la
están sintiendo, y eso se debe a que no solo tu cuerpo esta contrayendo a la
perfección todos los músculos que debe para poder ejecutar todo lo que está
escrito en ficha, porque al fin y al cabo eso es algo absolutamente mecánico,
llevas haciéndolo mucho tiempo para que en ese momento no tengas que pensarlo,
sino que estás expresando todo lo que dice el alma, con tu cuerpo, sin utilizar
palabras, sin gritarlo.
Y acabas, no ves porque
vas llorar, y prácticamente no respiras porque has llevado a tu cuerpo al
límite, saludas y corres a abrazarte a tu entrenadora, a la que le has puesto
los pelos de punta, como ella te había pedido. Entonces te das cuenta de que
todo ha merecido la pena, de que ahí dentro, y durante noventa segundos has
sido tú misma y no ha importado nadie más, y de que pueden existir deportes
reyes, pero ninguno como este para sentirte la reina, aunque sea de tus noventa
segundos.
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