El pueblo se siente amargado, no hay adjetivos para describir sus más
crudos sentimientos.
Se han derrumbado de golpe todos los valores éticos que sostenían sus vidas
y esfuerzos para seguir afrontando la realidad vital de sus familias, sobre
unos pilares gruesos pero mal cimentados y aglomerados.
Se van desvaneciendo sus valores de formar parte orgullosa de una comunidad
digna, honorable, solidaria y justa.
Suenan, con la mayor vergüenza ajena y dignidad propia, millones de
campanitas que delatan, sin pudor, a los pobres humillados, desahuciados de sus
trabajos y casas.
El pueblo llora en la intimidad y el silencio de su desamparo; no acierta a
comprender, porqué sus vidas se han desmoronado material y espiritualmente por
causas que en último extremo desconocen.
La rebeliones en masa no traen buenos recuerdos, tienen consecuencias
desagradables y son inciertas en su final.
El pueblo resiste en las trincheras del instinto de supervivencia, porque
intuye que esta tormenta, con muchas víctimas conocidas y en el anonimato,
pasará un día y nada será como antes de la borrasca.
Pero quedará grabada en su memoria colectiva, más allá de la material, otra
que tardará mucho tiempo en cicatrizar sus heridas, la miseria moral.
Ésta fija hondas raíces en los pueblos viejos y sabios para mantenerlos
alerta, ojo avizor desconfiado hacia el devenir de nuevos tiempos. El pueblo
está amargado y se siente humillado moralmente por la vergüenza ajena que
predican con descaro y cinismo de gansters, aquellos máximos representantes de
las instituciones de este país. Vergüenza ajena, sí, sentida ante el mundo, por
un pueblo digno de poseer los mejores dignatarios y que está soportando el yugo
de las mayores vejaciones que se recuerdan; no son faltas leves que se borran
con un discurso de perdón, son actos depravados y corruptos generalizados en
todos los organigramas políticos, que salpican también a muchas instituciones,
que se creían inmaculadas, de este país.
El pueblo calla pero no otorga; será
inflexible con las futuras generaciones de dirigentes, si para entonces algunos
actuales tienen agallas suficientes para limpiar sus propios corrales y los
ajenos, infestados de enjambres de moscardones que están denigrando la imagen
de un país, pero, sobre todo, de sus inocentes ciudadanos.
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