Irene Gorrón (El chico de los vinilos)



El chico de los vinilos
—¡Sophia, Sophia, despierta, es tarde!
Se escuchó una voz femenina adentrándose en la habitación. La joven adolescente decidió revolverse en su cama, cubriéndose con las mantas por encima de su cabeza.
Sophia, por favor.
La chica hizo caso omiso. Su madre se acercó a ella y depositó un suave beso en su frente.
Eran mediados de los sesenta. Las calles de Inglaterra estaban cubiertas por una vasta niebla de aquel invierno.
Carol se encontraba en la cocina preparando el desayuno para su única hija. Sophia era una chica especial. Había sido diagnosticada desde pequeña con un trastorno generalizado del desarrollo no especificado. Es una especie de enfermedad que afecta el poder de socializarse correctamente con las personas, dificultando la habilidad de interactuar fácilmente con la gente. La persona más allegada a ella, su madre, era con quien más palabras intercambiaba, Sophia había sufrido varios ataques de pánico en la escuela cuando era pequeña. Desde entonces, sus padres junto con sus profesores decidieron que estudiaría en casa con una persona de confianza, sin exponerse a tanta gente a su alrededor que pudiera sofocarla.
Carol escuchó los pasos de su hija bajando las escaleras, la adolescente de 17 años entró en la cocina lentamente, colocándose un mechón rubio que caía por su frente detrás de su oreja.
Sophia, tengo un regalo para ti, pero solo te lo daré si tú haces otra cosa por mí.
La adolescente la miró atenta, mientras untaba mermelada de fresa en su tostada y daba un pequeño mordisco.
Hoy vas a acompañarme al centro comercial nuevo de la ciudad, y tranquila, no pasará nada, yo estaré contigo. Además, llevas mucho tiempo sin salir a la calle, ¿Verdad?
La joven asintió.
Tras desayunar, Sophia decidió subir a su habitación para prepararse; su madre ya la estaba esperando en la puerta con una sonrisa gigante en sus labios. Carol siempre guardaba la esperanza de que su hija se curara algún día.
Toma, tu regalo.
Carol entregó a Sophia un gorro gris de lana, le contestó con un sincero ‘gracias’ mientras se lo colocaba en la cabeza y subían al coche.
El trayecto fue tranquilo, copos de nieve adornaban el skyline de Londres, niños jugaban en las calles, gritaban y reían, algo que nunca hizo Sophia a esas edades.
Tras llegar al centro comercial, una música navideña interpretada por un conjunto de cuatro hombres sonaba por todos los pasillos y tiendas del recinto.
Sophia, voy a pasar a comprar comida para esta noche, ¿Quieres quedarte aquí?
La joven dio una vuelta sobre sí misma observando tiendas, hasta que vio una que captó su atención, era una tienda de música, de CD’s, adornada con vinilos de toda clase por las paredes y mesas repletas de estos con todos los géneros ordenados alfabéticamente.
Puedes entrar si quieres Sophia. —Anunció su madre.—En menos de quince minutos vendré a buscarte si quieres.
Diez minutos. — Contestó Sophia en voz baja.
Su madre sonrió, besó la mejilla de su hija y se alejó por los pasillos del almacén.
Sophia con pasos lentos se adentró en la tienda, se acercó al primer estante de CD’s, cogió el primero que llamó su atención y comenzó a observarlo detenidamente.
hola, ¿Puedo ayudarte en algo?
Sophia, asustada, echó un paso para atrás. El chico que le había preguntado se quedó perplejo debido a su reacción. Ella evitaba su mirada a toda costa; en cambio él la sonreía amablemente como hacía cualquier dependiente de tienda.
Él era un chico alto, de no más de 20 años, moreno con ojos azules, al igual que los de Sophia.
¿Cuál es tu nombre? —Preguntó el joven. —Yo me llamo Jake, encantado.
Sophia… —Contestó en voz baja la joven.
*3 Meses después*
En esos tres meses, la vida de Sophia había dado un giro inesperado, y todo fue por aquel dependiente llamado Jake. Desde que le conoció, la chica esperaba todas las semanas a que llegara el famoso sábado para poder visitar su tienda. Los dos jóvenes se habían hecho grandes amigos aunque Sophia siguiera sin hablar lo suficiente, pero tanto su madre como su psicóloga sabían que había algo en aquel ‘Chico de los vinilos’ que había hecho cambiar a Sophia. Ahora ella reía en voz baja, y llegaba a sonreir cada vez que escuchaba el nombre de Jake, cada día que le visitaba compraba un vinilo que escogía al azar solo para poder verle otra vez, Sophia se quedaba en el turno de la comida con él, y después él le acompañaba a casa, por lo que era obvio que los dos estaban enamorados el uno del otro.
Pero todo esto cambió un sábado.
Era un día lluvioso, mucha niebla y mal tiempo en general. Jake esperaba a Sophia como hacía habitualmente todos los sábados, pero ella no llegó, él pensó que Sophia no podría visitarle aquel día.
El sábado siguiente, pasó lo mismo, el siguiente sábado igual, y así sucedió cuatro sábados más.
Jake quería verla, por lo que al octavo sábado de espera, después de su turno de trabajo,  se encaminó hacia la casa de Sophia. Tenía miedo de escuchar el porqué de todo lo sucedido, entró por el jardín de su casa y llamó a la puerta.
Una mujer de unos 45 años abrió la puerta, tenía unas ojeras notables. Él conocía a la mujer, era la madre de Sophia, Carol.
Hola, buenas noches, Soy Jake.
La mujer rompió en llanto delante de él.
Lo mejor es que te vayas. —Sugirió Carol. — Sophia no… Sophia no quiere verte.
Jake ofendido ante ese comentario, que sabía perfectamente que era falso, consiguió escabullirse, y entró en la casa, Carol gritaba y lloraba detrás de él, pidiéndole que no fuera a la habitación de su hija.
Jake subió las escaleras lo más rápido posible y entró en la habitación con un letrero que ponía ‘Sophia’. Para su sorpresa, la habitación estaba intacta, toda recogida, su cama estaba hecha, pero con una caja de cartón sobre ella.
Carol dio una palmada en el hombro de Jake, el cual se giró y se quedó observando a la madre de la chica a la que él quería.
El sábado siguiente a tu cumpleaños, ella quería ir a visitarte, pero no lo consiguió. Un autobús no la dejó verte, pero tenía un regalo para ti. —La mujer sacó de la caja que se situaba sobre su cama un gorro de lana gris. — Ella me estuvo pidiendo ese gorro meses, pero terminó decidiendo regalártelo a ti, al igual que todo el contenido de esa caja, ábrela.
Jake, totalmente disgustado y deprimido, se fue acercando hacia la caja con pasos muertos, la abrió y para su sorpresa, la caja contenía todos los CD’s que Sophia le había comprado, pero con un mensaje en ellos:
‘’Muchas gracias por todo, chico de los vinilos’’
 IRENE GORRÓN MATEOS 4º de ESO A     Nº 10

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