Marta Prado (Día blanco)



Día blanco
Suena el despertador del móvil, 8 de la mañana. Abres los ojos a duras penas pues no te gusta nada madrugar excepto cuando estás en ese lugar. Hace frío, solo te gusta el frío cuando estás allí, podrías decir convencida aun sin haber visitado todos los lugares, que este es tu sitio preferido; el lugar donde nunca falla nada, el lugar donde llevas esperando un largo año para ir, el lugar donde tu padre te levantaba gritando porque él es el primero que quiere levantarse corriendo e irse rápidamente a ese sitio tan especial.
Te vistes, pero no como un día normal, te pones muchas capas de ropa, te pones tus nike y os subís tu hermana, tu madre, tu padre y tú al coche. Ese día siempre estás bastante nerviosa ya que es el primero desde hace un año y según vas subiendo en el coche con esas curvas matadoras se te hace un nudo en el estómago, un nudo que aunque parezca desagradable es de las mejores sensaciones que has podido tener nunca.
Ya habéis llegado, aparcáis el coche; este momento es el que casi todo el mundo que practica este deporte odia, hay que ponerse esas pesadas e incómodas botas de esquí; a decir verdad la vestimenta que tienes que llevar no es muy agradable pero merece la pena. Coges los esquís, te los pones en el hombro derecho y comienzas la marcha hasta la llamada gua gua, una especie de autobús antiguo en el cual tienes que hacer equilibrios para meterte en él con todos los cachivaches, tardas unos seis minutos hasta llegar al llamado “huevo”, el peor lugar para las personas con vértigo, ahí es donde sientes la cumbre de tu temporal pánico, se acerca el momento de ponerte los esquís y hacer la primera bajada, pista verde, pero primera bajada.
El huevo no para, sales como puedes, aunque parece que siempre te vas a caer siempre sales. Y ahí estas tú junto a tu familia, ellos aparentan tranquilidad, tu estas atacada, sientes que es la primera vez que te pones unos esquís en toda tu vida. Clavas los palos en la nieve, pones los esquís de canto para que no se vayan sin ti, clac clac, puestos; te pones los guantes, las gafas de sol y ahí está, frente a ti una pista que seguramente al quinto día te parezca un juego de niños pero ahora la ves como un gran monstruo, te apetece enfrentarte a él pero no sabes si vas a triunfar, aunque en el fondo sabes que siempre le vas a ganar tú. Un “venga va” en voz bajita te hace salir cuesta abajo, ya está hecho , cada segundo que pasa estás más y más segura de ti misma; esa brisa fría rozándote la cara, todo lleno de gente. Te da igual todo, es como si estuvieses sola, sólo escuchas el sonido de los esquís deslizándose sobre la nieve.
Primera parada, primer telesilla, comentas con tu familia lo bien que está la nieve, durita pero sin resultar resbaladiza, perfecta para estar allí hasta las cinco de la tarde.
Otro momento, subir y bajar del telesilla, para ti, un suplicio. Te subes y de repente estás como en un lugar completamente irreal, ídilico. Puedes observar desde lo alto, tu paraíso, todas las montañas nevadas, gente atrevida yéndose por fuera de pista, otra más precavida con un profesor por una pista verde, otros haciendo snowboard, mas en la nieve que de pie, veinteañeros, sesentones…
Ahora te toca a ti que te miren otros desde lo alto, bajas del telesilla, por muchas años que pasen tu seguirás necesitando a tu padre para que te de ese empujoncito que te falta para poder bajar bien.
Ahora si que si, ha llegado lo mejor, una bajada de verdad, ahora ya ni te lo piensas la vas bajando pensando en tus cosas, cantando una canción por dentro, o simplemente hay veces que no piensas nada, sólo piensas en bajarla como sabes y proponerte cada bajada hacerla mejor. Unas bajadas mas inclinadas, otras menos, unas con la nieve mejor, peor… Así hasta las 4 de la tarde, haces una parada para tomarte algo en un puestecillo pero nada más. Horas y horas esquiando, siempre aparentemente haciendo lo mismo, subes en el telesilla, bajas, subes, bajas, y aunque desde fuera parezca siempre lo mismo no hay dos bajadas iguales, todo es diferente.
Se acercan las 4 de la tarde, mientras tanto, tú te diriges hacia el “huevo”, primer día de esquí hecho, te subes en el huevo agotada pero con una buena sensación, una sensación que querrías sentir más veces al año; llega el mejor momento que se puede experimentar, llegas donde has dejado el coche. Belcro desabrochado, primera, segunda y tercera hebilla desabrochadas también, te quitas ese armatoste con el que llevas horas, que gusto. Te pones tus zapatillas y parece que tienes el pie de un niño pequeño, te subes al coche, llegas al hotel, te das una ducha, te vas a tomar un buen chuletón para poder complementar ese gran día y aun sabiendo que mañana te vas a levantar con agujetas por todo el cuerpo, te duermes con ganas de subir a pistas al día siguiente pero esta vez más tranquila.
Sin duda ha sido, es, y será de los mejores días del año, primer día de esquí en Baqueira.



MARTA PRADO CALVO 1ºA BACHILLERATO

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