El
orgullo de uno mismo
Cuando
no tengo ganas de estudiar, me acuerdo de las historias que me cuenta mi tío abuelo Ángel. Una de ellas, la que más
me impresionó quizás por su final, la voy a relatar, merece la pena.
Ángel
era un niño que, como casi todos, pensaba más en salir y divertirse con sus
amigos que en estudiar. Su madre siempre le decía a Angelín (lo llamaban así
por ser asturiano, una forma cariñosa de llamar a los que se llaman Ángel);
digo que siempre le decía que tenía que madurar y empezar a tomarse en serio sus estudios. Pero
él pensaba que si no conseguía sacarlos adelante, siempre podría llevar las
empresas de su padre; una gasolinera, una empresa de alquiler de coches de
caballos…Eso no le contentaba del todo porque sabía que no era lo que sus
padres querían para su futuro. Pensaban que era una pena que un niño tan
inteligente no fuera a la universidad e hiciera…Derecho, sí, eso era lo que
ellos querían, exactamente Notarías, querían que su hijo estudiara para ser lo
que siempre dijo que quería llegar a ser, notario. Él se reía con su madre y le
prometía que llegaría a serlo, que no se preocupara. Pasaron los años y Ángel
se licenció en Derecho, por la Universidad de Oviedo. Le enseñó el título a sus
padres y éstos muy orgullosos de él, le recomendaron que se fuera a Madrid a
preparar las oposiciones de Notaría. Allí tenía unos tíos que le ofrecieron su
casa para que estuviera todo el tiempo que necesitase y así preparar su
Oposición. Pero Ángel no quería comprometer a sus tíos y decidió quedarse en su
casa, con sus padres, y en su entorno. Lo primero que hizo cuando tomó esa
decisión, fue buscar un lugar dónde estudiar, iban a ser unos años duros de
concentración total y no podía estudiar en cualquier sitio. Sobre todo
necesitaría tranquilidad y sus hermanas pequeñas no lo dejarían si estudiaba en
casa. Después de mucho pensar, le pidió a su adre una escoba, un barreño y
algunos productos de limpieza. Su madre, sorprendida, se lo dio sin preguntar y
vio cómo Ángel se dirigió al granero. Al cabo de un rato, pidió ayuda a su
padre para trasladar la mesa de estudio al granero de la casa, aquella mesa en
la que había estudiado toda la carrera de Derecho. Una vez que lo tenía todo
preparado, llamó a sus padres y les dijo que de ahí, del granero, saldría un
notario. Sus padres estaban orgullosos y emocionados de su compromiso y
recordaban los años anteriores en los que su hijo no pensaba en estudiar, sino
en divertirse. Así es como mi tío abuelo Ángel empezó sus estudios de Notaria.
Todos los chicos que preparaban esa durísima Oposición, venían a Madrid a las
muchas Academias que se dedicaban a este fin. Los preparadores les daban los
temas que tenía que estudiar y les hacían un seguimiento diario de las horas y conocimiento para el examen.
Ángel cogía libros de la biblioteca y apuntes que había recopilado durante sus
cinco años de carrera y redactó y preparó él sus propios temas. Día a día
dedicaba muchas horas al estudio, lo le importaba sacrificarse, tenía un
objetivo y lo iba a conseguir, se decía a si mismo.
Pasaron
dos años y se acercó el día del examen. Esta vez, sí que aceptó la invitación
de sus tíos para que estuviera dos semanas en su casa, en la c/ Diego de León,
para que pudiera acercarse a las Academias y ver el ambiente que se respiraba
entre los estudiantes, antes del día del examen. Su madre le recomendó que no
lo hiciera, solo se pondría más nervioso, pero lo hizo y fue a la Academia. A punto estuvo de tirar la
toalla e irse a Asturias a estudiar un año más. Los temas de los que hablaban
los estudiantes, nada tenían que ver con
lo que él había recopilado, preparado y estudiado en su granero. Entre los
estudiantes de la Academia, había uno que era el preferido, un tal Alejandro
Fartón que lo sabía todo, sacaría la plaza sin problema. A Ángel le daba miedo
hasta mirarle a la cara. Los nervios le hicieron desconfiar de si mismo, pero
llegó el día y se presentó al examen. Contestó todo según lo que había
estudiado esos dos años y ahora solo quedaba esperar. Pasaron las horas y mientras
sus compañeros de examen charlaban con el tal Alejandro, animándolo y
felicitándolo por su, seguramente, brillante examen, Ángel esperaba sentado en
un banco. De pronto, se abrió la puerta, y un bedel, con papeles en mano, salió
preguntando quién era Ángel Tárano Fernández. Todos los presentes se miraron
entre si, preguntándose quién sería ese chico, desde luego no había ido a la
Academia. Ángel, al oir su nombre, se levantó y se acercó al bedel. Éste le dio
la enhorabuena porque su examen había sido el mejor de todos, había conseguido
el número uno de la Oposición. Recibió las felicitaciones de todos y se fue a
llamar a sus padres para darles la gran noticia. Cuando éstos la recibieron se
abrazaron, su madre llorando de la emoción se fue al granero.
Firmado:
Álvaro Doval Bernaldo de Quirós
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