HISTORIA DE UN ADIÓS
Y otro día que empieza
pero que no sabes si acabará antes de lo debido. Los rayos de sol entran a
través de las mantas “preparadas” para la ocasión. Es un día soleado, como
todos los demás y, como todos los días a esa hora, entra la enfermera con un
vaso de agua y la primera pastilla. Bebo el agua despacio, pensativo, es un día
crítico en el desarrollo de la enfermedad. De pronto, la enfermera me habla en
un inglés perfecto, aunque ella es de Alemania, y me pregunta:
-¿Qué
tal estás hoy?
Yo, con el poco inglés
que estudié en la escuela, respondo a su pregunta:
-Bien, mejor que ayer.
Ella simplemente sonríe,
recoge el vaso y se despide, pero volverá en una hora con la siguiente
pastilla.
Esa hora da para mucho,
así que me levanto, y doy gracias porque al fin puedo hacerlo.
Paseo un poco por la
habitación para estirar las piernas mientras pienso en qué será lo primero que
haré cuando consiga superar el ÉBOLA.
Minutos después oí ruidos,
así que me asomé para ver qué pasaba fuera, corrí la cortina y miré a un lado y
a otro. Al principio no vi nada, pero el ruido continuó, así que seguí a la
espera. Poco después apareció una camilla y cuando vi quien iba en ella me
llevé un gran disgusto, me empezaron a brotar lágrimas de los ojos pero no
llegó a más. En la camilla estaba Mafú, mi amigo desde que éramos pequeños; él
también estaba infectado y le esperaban unos días duros. Quise acercarme a él
pero me lo impidieron, no querían que la enfermedad se transmitiese más rápido
de lo que ya se transmite, así que solo pude guiñarle un ojo deseándole buena
suerte, sabía que la iba a necesitar, y él me devolvió una sonrisa tímida. Esos
días anteriores llegué a pensar que solo los que intentan recuperarse con alegría
y siendo positivos son los que se curan, sabía que Mafú era esa clase de
personas, así que esperaba con todo mi corazón que saliese bien de aquel duro
momento.
Seguí mirando hacia
fuera, simplemente para observar el exterior del campamento, la naturaleza. Algunos
de los que estábamos allí ya habíamos empezado a llamarlo “libertad”.
En esas estaba cuando
vi pasar a uno de los doctores que habían llevado a Mafú a su “habitación”, le
pregunté qué tal estaba, el médico me respondió que muy grave ya que tenía los
síntomas desde hacía semanas y no había podido llegar al hospital antes, pues
había tenido que recorrer a pie 200 km desde su pueblo hasta el hospital más
cercano en Liberia. Me puse triste, como es lógico, y le pedí al médico que me trajese
noticias cuando pudiese. Este asintió y me preguntó mi nombre. Yo le respondí:
Mohamed, y se fue con una sonrisa un poco forzada.
Cuando estaba entrando
de nuevo, llegó la enfermera, solo sonrió, dejó la pastilla y se fue. Quedé un
poco sorprendido porque normalmente se llevaba el vaso después de beber. Poco
después volvió con algo en la mano que después vi que era un periódico, cogió
el vaso que estaba en el suelo y me dijo:
-Debes estar informado
de lo que está pasando fuera, mañana acaba tu estancia aquí.
No sé si se me
dibujaría una sonrisa en la cara pero la alegría que sentí fue insuperable,
casi sin voz, debido a la emoción respondí:
-Gracias por todo,
tiene que ser muy duro dejar tu país y venir a África a cuidar a personas
enfermas de un virus que no se conoce y fácil de transmitir.
-De nada, me encanta ayudar a las personas.
Se despidió con una
sonrisa y pensé que podía ser una de las últimas veces que la viese.
Cogí el periódico que
había dejado a mi lado, estaba nuevo, y pensé que debía de haberlo cogido
especialmente para mí. También me di cuenta de que no era la primera vez que se
tomaba tantas molestias conmigo. Empecé a leer, “TERESA ROMERO SUPERA EL ÉBOLA”
decía el primer titular, y empecé a pensar que salía en el periódico por ser de
un país del primer mundo como es España, en África millones de personas han
muerto y otras tantas han pasado el ébola pero ninguna de ellas apareció en el
periódico; no quería enfadarme así que dejé el periódico, era un momento
demasiado bonito para estropearlo pensando en otra cosa.
Me levanté para ver si
tenía noticias de Mafú fui a buscarle a él o al médico, de camino me encontré
con mucha gente enferma (bebés, niños, jóvenes, etc.) y solo pude pensar en qué
habría pasado si estuviésemos en un país desarrollado.
Por fin di con el
médico, estaba con otro paciente, esperé fuera hasta que salió. Lo hizo después
de un rato, más del que yo esperaba, tenía cara de estrés, así quise ser breve.
-¿Qué tal está mi
amigo?
Él, un poco descolocado
me preguntó:
-¿Quién es usted?
-Soy Mohamed
-¡Oh sí, sí, sí ya sé
quién es!
Su cara cambió
radicalmente antes de darme la noticia.
-Lo siento, su amigo ha
muerto, no hemos podido hacer nada, lo siento de verdad.
En ese momento se me
vino el mundo encima, le di las gracias y me fui a mi habitación.
Me senté en el colchón
y empecé a llorar. Todavía seguía llorando cuando llegó la enfermera, pero esta
vez tenía algo distinto y era algo tan obvio que no tardé más de un segundo en
darme cuenta: no tenía el traje para no contaminarse, ahora podía no llevarlo,
yo ya no estaba enfermo. Era más guapa de lo que parecía bajo el traje de
protección, se sentó a mi lado y empezamos a hablar. Después de un rato me
dijo:
-Bueno, yo venía a
despedirme.
Me quedé muy
sorprendido, no esperaba esa noticia y menos en ese momento, así de repente.
Solo pude responder:
-Me alegro, gracias por
todo lo que has hecho por mí.
-Bueno, en realidad
venía a decirte que si venías conmigo.
Si no esperaba la
primera noticia menos aún esta, estaba tan sorprendido que no pude responder
nada, pero ella sí lo hizo.
-No tienes que
decidirlo ahora el avión sale mañana, sabes que tenemos una buena relación pero
todo depende de ti. Ella salió antes de que pudiese responder nada.
Estuve pensando esto
más tiempo del que yo imaginé, lo pensé tanto que ya era de noche cuando por
fin había tomado la decisión. Intenté dormir pero con pocas esperanzas, el día
siguiente era un gran día y la verdad no me importaba no dormir.
…
No había amanecido aún
cuando me desperté, era temprano y no había nadie despierto. En pocas horas yo
no estaría ahí, estaría de viaje a Dortmund, y tenía que decírselo a mi futura
compañera de avión. Fui a su habitación, ella también estaba despierta haciendo
su maleta, fue cuando me di cuenta de que no había preparado la mía, sonrió al
verme y sin yo decirle nada me dijo:
-Prepárate que salimos
de aquí en dos horas y tenemos una para coger el avión.
Asentí y salí de la
habitación y fui hacia la mía a hacer mi maleta, con las pocas cosas que tenía.
Metí primero la poca ropa que tenía aunque sabía que no necesitaría la nunca
más y también cogí algo que nadie más que yo consideraría importante: el
periódico del día anterior. Iba a salir de la habitación cuando me acordé de que
se me olvidaba algo, volví para recoger mi colgante, mi colgante de la suerte,
ese que me había ayudado a salir de ese terrible momento de mi vida; aunque
pensándolo en positivo, y yo siempre pienso en positivo, al fin y al cabo no
había sido tan terrible, si había sido difícil, pero no terrible, en ese tiempo
había conocido a una persona maravillosa que me iba a llevar con ella a una
vida mejor y con la que pasaría el resto de mi vida.
Fui a su habitación y,
cómo no, me recibió con una sonrisa, la más bonita que había visto nunca, y me
dijo:
-Al final salimos un
poco antes, ¿quieres despedirte de alguien?
Yo asentí con la
cabeza, no quería despedirme de nadie en concreto, Mafú ya no estaba para
escuchar mi adiós; sino de todo, de todos, de cada persona enferma, cada
médico, cada habitación, cada olor, cada sensación vivida allí y en otros
lugares cercanos, pero sobre todo quería despedirme de África y sabía que eso
no era posible, así que, mirando hacia arriba y con un susurro, dije: ADIÓS.
Ramón Prada
Ramos
1º Bachillerato
B
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