CUESTIÓN
DE DESTINO
Una anécdota, de principio a fin, eso es lo que
quiero relatar. Una anécdota que pudo acabar en tragedia, pero que el destino
quiso que no fuera así. Ocurrió por el año 1936, 1937 o 1939, da igual cuál fue
exactamente el año, lo importante es que sucedió durante la Guerra Civil
Española. Dos bandos políticos que se mataban los unos a los otros, dos bandos
compatriotas y una familia que se vio amenazada por uno de ellos. Ahora no
importa si fue uno u otro. Esa familia tenía tres hijos; Ángel, María y Lola.
Ángel era el mayor de los tres y estaba en edad de ser reclutado para luchar en
la guerra. Sus padres querían evitarlo a toda costa, pero sólo alegando que estaba
trabajando fuera de España dejarían de buscarlo para llamarlo a filas; es
decir, a luchar, a ponerle una metralleta o una pistola en la mano. Sólo pensarlo
ponía los pelos de punta. Aún hoy, recordando aquellos momentos, Ángel tiene
que secarse las lágrimas. Fueron años muy duros, tremendamente duros y aun así,
se siente afortunado.
Una noche, desesperados por las noticias que les
llegaban de un amigo íntimo, noticias que alertaban de que uno de los bandos se
llevaría en dos días a su hijo a luchar y para más desgracia, lo haría en
contra de su propio bando, en contra de sus propias ideas. Como digo,
desesperados por esa noticia, decidieron evitarlo a toda costa. Pero ¿cómo?
Después de mucho pensar, la idea fue hacer creer a todos que había salido con
destino a La Habana, Cuba, porque habían encontrado un trabajo para él en una
empresa tabacalera. El barco en el que supuestamente había partido Ángel, salía
desde Santander una vez al mes y hacía dos días que había partido. En ese barco
iba Ángel, les harían creer, y para ser más convincente el padre de Ángel tuvo
que tranquilizar a la madre o echaría todo a perder, la convenció de que podía
hacerlo.
Ángel tenía unos tíos que vivían en una finca a unos
kilómetros del pueblo y es allí donde se escondería. Cuando cayó la noche,
salieron rumbo hacia lo que sería su escondite, Dios sabe durante cuánto
tiempo. Los tíos de Ángel le enseñaron una hondonada próxima a la casa con un
gran peñasco y unos arbustos tan estratégicamente colocados, que hacían del
hueco una especie de cueva y por lo tanto, un perfecto escondite. Y así lo hicieron,
dejaron a Ángel con unos cuantos enseres, prendas de abrigo y comida y
volvieron a la casa, no antes de abrazarse los tres y decirse un hasta pronto.
Los tíos los tranquilizaron diciendo que todo saldría bien. Así pasaron unos
días, casi una semana, y el bando contrario no se iba del pueblo; seguían
buscando a los jóvenes para que se fueran con ellos a luchar. Pero ya no
buscaban a Ángel, la versión de sus padres fue muy creíble y todos pensaron que
realmente estaba en La Habana.
Entre tanto, a Ángel se le había terminado la comida
y su ropa estaba húmeda y sucia. Sospechaba, desde su cueva, que algo estaba
ocurriendo y que el enemigo seguía por los alrededores. Era raro que nadie le
hubiera dicho que saliera de su escondite y temía ser delatado por alguien que
sospechara de lo que habían dicho sus padres.
Una semana era demasiado para estar escondido y la
familia de Ángel veía la necesidad de llevarle comida y ropa limpia y seca. La
tía Remedios, que así se llamaba, tuvo una genial idea. Iría a lavar la ropa al
río, como muchas mujeres, y bajo la ropa sucia llevaría comida, ropa y demás
enseres para Ángel. Era un riesgo, un gran riesgo, pero estaba dispuesta a
correrlo y se veía capaz de hacerlo. La tía Remedios, no solía ir al río a
lavar la ropa, pero dirían que por la guerra, se habían visto obligados a hacer
cosas que no solían hacer. Que se lo dijeran a Ángel, él sí que se había visto
envuelto en una historia que recordaría de por vida. Pero no hubo necesidad de
decir eso porque nadie ajeno a la familia la vio ir al río. Lo que ocurrió fue
algo inesperado. Cuando la tía se dirigía a lavar la ropa María, que había ido
a pasar la tarde a casa de sus tíos, muy en contra de la opinión de su madre
porque pensaba que podía corretear por la finca y poner nervioso a Ángel, quiso
acompañar a su tía al río y darse un baño mientras ella lavaba la ropa. Su
padre intentó convencerla para que no fuera, ante los nervios que mostraban las
mujeres, pero pensó que sería mejor no darle importancia o la niña podía contar
que sus padres no le dejaban ir al río y levantar sospechas. Eran tiempos
delicados y había que tener cuidado. Así que lo que iba a ser algo complicado
lo fue aún más. Debería elegir un momento en el que María estuviera despistada y
dejar todo en la cueva de Ángel. La dificultad no le hizo perder la calma. Cuando
se iban acercando al río, y por la tanto a la cueva, le dijo a la niña que pararían
a rezar un poco por su hermano y sobrino para que todo le fuera bien por Cuba.
Su intención era que Ángel las oyese y supiera que no podía salir porque estaba
su hermana y que, dado el riesgo tan grande que estaba corriendo su tía, sería
por una razón importante y pensó que le llevarían algo y le contarían cómo iban
marchado las cosas. Mientras María se adelantó a coger unas moras, la tía Remedios
dejó la cesta en el suelo, haciendo que descansaba, y abrazó a su sobrina por
detrás como si fuera un juego, para que no se diera la vuelta y así Ángel
pudiera coger lo suyo. Fueron unos momentos de máxima tensión pero salió todo
según lo previsto. Cuando volvieron a casa, la niña fue a abrazar a su madre y
le dijo que se acababa de dar cuenta de lo mucho que echaba de menos a su
hermano porque creía haber visto visiones, creía haberlo visto entre los
arbustos. Su padre soltó una gran carcajada, que todos los adultos presentes
comprendieron que era de histeria y la madre, abrazó a su hija con una sonrisa
que decía “yo también lo echo de menos”. Y así fue como María siguió creyendo
que habían sido visiones. Esa noche, la niña se durmió nada más meterse en la
cama. Había sido una tarde muy movida; merienda en la finca de sus tíos, el
baño en el río, el pastel que hicieron con las moras que cogió cerca del río…
pero los padre de Ángel estuvieron rezando toda la noche para que los que
reclutaban a los jóvenes para la guerra cambiaran de pueblo y Ángel pudiera
salir de su escondite. Y sus rezos fueron oídos porque en una semanas,
coincidiendo con la llegada y salida del barco del Santander a Cuba, los
“malos” (que es así como los llamaba Lola, la pequeña de los tres hermanos, muy
a pesar de su padre por miedo a que la oyese quien no debía), decidieron irse
hacia el sur y el pueblo respiraría tranquilidad y así Ángel pudo llegar a
casa. Todos creyeron que venía de Cuba, de eso no cabía duda. Y por fin la
guerra terminó, después de tres larguísimos años…
Hoy, recuerdo esa tarde en casa de mi abuela, cuando
mi tío bisabuelo Ángel nos contó esa anécdota que le había ocurrido cuando sólo
tenía diecinueve años; una anécdota que podía haber acabado en tragedia porque,
si María, su hermana, hubiera creído que realmente había visto a Ángel entre
esos arbustos, Ángel habría sido fusilado y ese no era su destino.
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