“Si el presente trata de juzgar al pasado, perderá el
futuro”-Winston Churchill-
Hombre de media estatura, de pelo canoso y
tez clara. A sus 84 años sigue casado con María Rosa Albert, padre de cuatro
hijos y abuelo de 7 nietos entre los que me encuentro yo. Este es Perfecto;
Perfecto Justo Carmelo de nombre de pila; ¿por qué Perfecto? Pues bien Perfecto
es un nombre que se ha ido heredando de generación en generación en mi familia,
pero que, por alguna razón inexplicable, ni mis primos ni yo hemos heredado
este maravilloso nombre.
Nació en Barbastro, un pequeño pueblo de
Huesca, tuvo suerte y se marchó fuera a estudiar, logro vivir en distintos
países por toda Europa: Italia, Alemania o Francia fueron algunos de los
destinos en los que estudió; terminó su ingeniería y empezó a ejercer como en
ministerio de Hacienda, continuó después su carrera en la Fábrica Tabacalera de
España para acabar siendo el Director General de la Casa Moneda y Timbre.
Puede ser que su vida se asemeje a la de
cualquier persona del siglo pasado, nacida en un pueblo pequeño y que más tarde
se marcha fuera a estudiar en busca de un buen trabajo. Pero mi abuelo, el
Perfe -como nosotros le llamamos- vivió algo especial, algo que quieras o no te
marca para toda tu vida, que es duro de recordar pero bueno que es
indispensable aprender, que te enseña a valorar esos pequeños detalles de
la vida y que te curte para el futuro.
Es difícil entender como un suceso puede
cambiar de forma tan trascendente una vida entera, pero, en el fondo, de la
guerra uno sólo puede hablar en primera persona.
Hablar de la guerra
en primera persona implica olvidarse de bandos e ideologías porque en el 18 de
julio de 1936 en España unos se levantaron sabiéndose nacionales o republicanos
y sólo los definía como tales una línea sobre un mapa.
Hablar
de la guerra en primera persona implica que la noción de futuro desaparece o
queda reducida a los dos o tres días próximos, nadie se pregunta qué será de
mayor porque muy probablemente no llegue a serlo.
Hablar
de la guerra en primera persona implica no poder evitar mirar al presente con
los ojos del pasado porque uno oye hablar de fuga de cerebros y no puede evitar
pensar en aquel poeta que escribió sus últimos versos lejos de su hogar y al
que todavía hoy cubre el polvo de un país vecino.
Hablar
de una guerra en primera persona implica aceptar que uno nunca volverá a ser el
mismo porque una vez terminada, o no somos capaces de aceptar que las reglas
han cambiado o no somos capaces de vivir acechados por la sombra de nuestro
pasado.
En definitiva, hablar de la guerra en
primera persona implica aprender que en ella no hay ningún atisbo de heroísmo,
que el campo de batalla huele a pobreza y sabe a miseria, que el día no acaba
con un fundido a negro sino con un recuento de fallecidos y que el único juego
de luces que existe es el de las llamas de los edificios ardiendo.
Hoy tenemos que tener más presente que
nunca el recuerdo de estos acontecimientos de los que a menudo hablamos con
poca delicadeza, inmersos en un discurso de vencedores y vencidos no nos damos
cuenta de que en una guerra sólo hay uno que pierde un poco más que el otro.
Hablamos de sus causas y sus consecuencias,
sus antecedentes o su desarrollo y olvidamos que detrás de todo ello, la guerra
esconde una cara oculta para todos aquellos que no la hemos vivido,
la de los padres que no tienen que llevar a la boca a sus hijos, la de las
bombas que estallan sin previo aviso o la de las familias que se deben
marchar porque tienen que emigrar a sitios más seguros.
Todo esa cara oculta de la guerra de la que
nos es tan extraño hablar fue la cotidianidad de muchas personas como mi abuelo
a lo largo de tres fatídicos años.
A veces, ignorante de mi, le cuento una
preocupación a mi abuelo y le cuento el sufrimiento que me conlleva dicha
preocupación y no me paro a pensar por un momento, que ahí estoy yo contándole
lo que es el sufrimiento a un hombre que ha visto pasar su vida en tan sólo un
parpadeo de ojos, un hombre que ha experimentado la sensación de que su padre
fuese capturado para matarle en un tiroteo sin escrúpulos; ahí estoy yo
hablando de sufrimiento a alguien que lo ha vivido en en su máximo exponente.
El mismo siempre dice que en la vida uno
puede aprender muchísimas cosas que te enseñen los demás pero hay determinadas
cosas que, no existe un mejor profesor que la propia experiencia.
No es fácil vivir una guerra y menos vivir
una guerra en la cual los dos bandos que se pelean son de tu mismo país, pero
pero peor aún es vivir una guerra durante la niñez.
La infancia es, según los
psicólogos, el periodo más importante de formación de una persona, en ella uno
va creando sus gustos aficiones, amigos, también dicen los psicólogos, que
cualquier hecho relevante durante este periodo queda marcado de por vida.
Esto podría ser una gran desgracia para mi
abuelo ya que podría vivir todo el resto de su vida pensando y asimilando lo
mal que lo llegó a pasar durante el período de la guerra; pero ante esto hay
dos caminos que se pueden tomar: el de vivir el resto de su vida en función de
lo que había ocurrido en la guerra remordiéndose en un tremendo odio hacia el
bando que había matado a su padre, o por otro lado el de ver el suceso de la
guerra como un hecho histórico, un hecho del cual sacar las enseñanzas
positivas que tenía haber vivido una guerra, es decir ver la guerra civil como
un error en el que se cayó pero qué sirve de enseñanza para el futuro, en vez
de vivir con un permanente odio hacia el bando por el cual fue atacado.
Mi abuelo el perfe fue atacado, acosado por
el bando rival, incluso mataron a su propio padre ;pero él siempre me dio una
lección de vida en cuanto esto que a mí nunca se me va a olvidar, no fueron ni
unos los malos ni los otros los buenos ni al revés, fue una época histórica en
la cual no se era consciente de la repercusión que dicho conflicto podía tener.
Ya pasado el suceso no es hora de buscar culpas mirando las ideologías de cada
grupo. En esta vida como el gran boxeador Pedro Carrasco dice: “para atrás ni
para coger impulso” o como el gran psiquiatra Rojas Marcos citaba en uno de sus
libros: “Ser feliz es tener salud y mala memoria”.
Esta es la historia de mi abuelo pero
al igual que el perfe muchísima otra gente vivió este tremendo suceso que marcó
la historia España. Todos ellos tienen en común que ninguno ha decidido tomar
el camino del odio a pesar de que la guerra les quitase a muchos de sus seres
queridos.
Se podría decir que todos somos diferentes
pero iguales, diferentes en cuanto a carácter, gustos, preferencias; pero
cuando un suceso o momento duro se interpone ante nosotros como pudo ser la
guerra civil todos padecemos el mismo sufrimiento.
Al Perfe quizás no
sean muchos los años de vida que le quedan, quizás su cabeza no rinda igual que
hace 20 años, pero lo que nadie le va a poder quitar es la valentía con la que pudo
sobrellevar una guerra que se llevó por
delante a amigos,a su padre e incluso su infancia.
Gonzalo del Saz Albert
(1ºA Bachillerato)
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