Historia de amor
-“Ya sale el sol, no se sí alguna vez
conseguiré verlo brillar, pero sé que ha salido.
Giro la cabeza. A mi izquierda tengo la luna.
Sé que es mía, que la poseo, que jamás podrá escaparse. Gracias a ella sé que
el mal existe porque sería injusto un mundo de bien.
Miro sus ojos, no dudaré jamás de las
maravillas de este mundo mientras me miren. Ahora duerme. Respira fuerte. Mi
luna descansa, parece estar susurrándome sus sueños. O igual lo que me describe
son sus pesadillas, no lo sé.
Anoche hicimos el amor y por ello sé que el
odio existe, porque si no, jamás podría amar con tanto dolor.
Juego con su pelo como Poseidón jugaría con su
mar. Disfruto sabiendo que puedo pintar su cuerpo de memoria. Disfruto sabiendo
que escribir sobre el amor ya no es algo que escape de mi jurisdicción. Ya no
grito a un mundo, sin motivo y sin aliento.
Ahora he decidido escribir para quien quiera
dejar su ceguera, beber amor y escupir la injusticia.
Ya no sé qué no he oído y quiero poder morder
las palabras que me han hecho encauzar iras. Tal vez morder llantos rajados por
quien no me deja llamar amor a quien es el máximo exponente en mi pensar.
Me he tentado en creer en un dios, que jamás
se ha molestado ni en mirarme y que es rey de ejércitos hipócritas que cargan
contra mi tan solo por desconfiar en que su belleza fuese humana.
No son más que terroristas y lo cierto es que
nadie la besará mejor que yo.
Quien crea siquiera que puede llegar a tener
un lugar en el que cielo y tierra estén tan próximos como si los hubiese
pintado la misma persona, en donde hemos acabado por vivir ella y yo, que tenga
cuidado con qué o con quien juega.
En vuestro mundo el agua seguirá mojando y
continuará su cauce, pero a mí, el fuego no me someterá mientras no veáis que
el frío más doloroso es caer ahorcado en el suelo que ella pintó para mí. Ahí
fuera el cielo hace ejercicios de premonición para augurarme una vida sin
vida”.
Antes de poder continuar tragó saliva un par
de veces y jugó con sus ojos disfrazando las lágrimas que se acercaban al
precipicio. Renovó el aire de sus pulmones y con las fuerzas rotas continuó la
historia.
-“El resto de la carta era una huida de la
lógica en todas direcciones, manchando y escurriendo el negro de las letras por
todo aquello que podía ser pintado.
Sin apenas dejar a la tinta una oportunidad
para afianzarse y aferrarse al papel, tomó con su mano izquierda el cuchillo
con mango de marfil que había observado siempre con temor y repugnancia y que
estaba, como siempre, en el despacho de
su jefe junto al diploma del Opus Dei,
La hoja, de un solo filo para así cargarla con
el doble de dolor, estaba ya apoyada sobre la muñeca derecha debajo de ese
tatuaje en el que podía leerse “Claudia”.
Allí parada, como quien aguarda la orden para
abrir fuego y quemar cada ápice de amor que podía morar en el último centímetro
de su corazón, la daga comenzó su travesía de lado a lado, hincando poco a poco
su odio y dejando tras de sí el comienzo de una cascada roja.
Terminado el primer trazo, parecía haberle
gustado su obra de arte y esperaba la inspiración para realizar otra mejor si
cabe.
Borboteaba la sangre regando las sábanas.
Trazando en sus idas y venidas, las
veces en que no la besó.
Antes de tumbarse no pudo evitar que algunas
gotas rebeldes se lanzasen contra el papel con una malvada belleza, quizás por
capricho del destino.
A la sombra que la higuera proyectaba sobre el
ventanal que más le gustaba y con su amor corriendo libre, hizo entrega a la
muerte del mayor crimen escrito. Había asesinado también a quien la amaba, al privarle de volver a besarla”.
La voz le comenzaba a fallar. A querer escapar
de sus labios y huir para no tener que seguir con el relato, su relato… Antes
de que pudiese siquiera abrir la boca, fue interrumpida por la voz más ingenua
de ese día.
-Mamá, ¿por qué lloras? Tan solo es una de tus
historias-
Fueron las palabras justas para liberar el
llanto, no sabía si por la inocencia del niño o por el tormento y el peso de
los recuerdos que se habían desbordado.
Pasaban los segundos como si de días se
tratasen. Buscaba la respuesta idónea o al menos la que menos la delatase. El niño, que mantenía los
ojos abiertos como platos, examinando a su madre con absoluta agudeza, tuvo que
suprimir cualquier tipo de esperanza para obtener una respuesta a su cuestión.
Había escuchado la puerta de la calle y eso significaba que había llegado su
padre.
-¡Claudia!
Resonó por toda la casa con la fuerza de un
golpe al que se espera. Ella a sabiendas de lo que eso significaba se levantó
para encarar la puerta e ir a atender a su marido, no sin antes dibujar en la
frente del niño el único beso con amor que era capaz de dar.
-Buenas noches hijo-
Fueron las únicas palabras que salieron de sus
labios. Al levantarse algo había caído de su pantalón, el muchacho lo había
visto pero esperó que su madre saliese de la habitación para precipitarse sobre
ello.
Era una carta, estaba manchada, sucia, como si
no tuviese valor alguno o se hubiese querido esconder a cualquier precio. La
tinta se transparentaba y tenía gotas de un líquido que no conseguía
identificar y que tapaba las últimas líneas de la carta.
El chico dispuesto a leerla se sentó en la
cama, junto a la luz de su lámpara roja.
Tomó aire y comenzó a leer:
“A Claudia, de Patricia”.
Ya sale el sol, no sé si alguna vez conseguiré
verlo brillar, pero sé que ha salido…”
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