RELACIONES DESTRUCTIVAS.
En ocasiones es precisamente aquello
que elegimos lo que más daño puede llegar a hacernos, y es que estoy rodeada de
personas que creen enamorarse y empiezan una relación basada en un sentimiento muchas
veces erróneo. Comienzan con el fin de
ambas partes de la pareja, de no sentirse una pieza redonda que no encaja y de
tapar la tristeza igual que el ruido tapa al silencio, y acaban a menudo
en relaciones destructivas que destrozan
la autoestima de ambos.
Adolescentes que planean un futuro
juntos, aparentando tener claro lo que buscan sin tener ni idea de lo que
verdaderamente sienten, y que adquieren
un sentimiento de posesión que a veces roza lo obsesivo, y acaban entregándose
al otro a unos niveles en los que éste tiene más control sobre su persona que
ellos mismos.
Todo empieza
porque no se dan cuenta de lo que esta relación les causa hasta que es tarde y
el enganche emocional les hace mantener esa situación negativa. Se convierte en un narcótico al que se vuelven
adictos, un narcótico que les imposibilita distinguir entre amor y obsesión, a
las que se suma a veces la necesidad.
Y un día se termina, pues las cosas
que duelen siempre terminan tarde o temprano y como dice el refrán, no hay mal
que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Pero entonces comienza lo peor: el
olvido, el síndrome de abstinencia y el encontrarse cara a cara con la persona
que dejaste de ser por el otro. Aprender a vivir sin esa persona y darse cuenta
de que dicha relación destructiva era similar a las cadenas de los presos, que
les atan a un pared impidiéndoles disfrutar de la libertad, de las
experiencias, de conocer gente nueva, y sobre todo de sentir, que al fin y al
cabo es lo único por lo que merece la pena la vida.
Entonces, justo en ese momento se dan cuenta de todo lo que
se han perdido, de lo que podrían haber vivido si no hubieran estado tan ciegos
durante ese tiempo.
Termino opinando que las relaciones
en la adolescencia pueden hacer que todo tenga más sentido, pero también
quitárselo por completo. Que pueden darnos la felicidad, pero también
arrebatárnosla por completo, y que pueden convertirse en trampolines que nos
ayuden a conseguir nuestras metas, o en techos bajos que apenas nos dejen
movernos con soltura, y nos limiten en cada uno de los propósitos que tengamos en mente. Es cuestión
de saber controlar.
Todo esto no lo escribo como experiencia propia; por lo tanto
es posible que esté equivocada, pero a
veces, cuando personas muy cercanas pasan por ciertas situaciones, éstas son
mejor entendidas que si tú misma las vivieras, porque ver las cosas desde un
punto de vista externo, te permite observar mejor los detalles y caer en la cuenta
de los errores que no deberían ser cometidos. Aunque también es cierto, que el
amor en sí tiene un porcentaje muy reducido de racionalidad y, por tanto no es
fácil de ser controlado, por eso, no critico a las personas que se entregan
completamente al otro, no tiene por qué ser algo negativo siempre y cuando no
se alejen de la percepción de la realidad y mantengan los pies bien firmes en
la tierra, para estar preparados a la posibilidad de que llegue el momento de
darse cuenta que, lo que creían que era su único motivo de supervivencia, en
realidad no lo era.
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