AQUELLOS
“EXTRAÑOS”
Mi
nombre es Madou. Yo solo era un niño
de apenas 11 años, cuando vinieron dos extraños a mi casa armados. En aquel
momento estaba yo solo con mi madre y mi hermanita de 3 años, pues mi padre
estaba en una asamblea del pueblo. Mi madre intentó por todos los medios que
aquellos hombres no me llevaran consigo, incluso ofreciéndose a sí misma, pero
fue inútil. Me metieron en una furgoneta en la que había niños de otras tribus.
Cuando ya arrancó el vehículo distinguí entre los ruidos del motor la voz de mi
madre gritando: “aguanta, aguanta hijo mío y algún día volveremos a estar todos
juntos”.
Cuando
me quise dar cuenta llegamos a un lugar muy extraño. Se acercó un hombre a nosotros que parecía mirarnos con
desprecio y hablaba un idioma extranjero.
En
aquellos momentos no era consciente de la gravedad de la situación, pues todo
parecía estar pasando muy rápido y no me dio tiempo a reaccionar.
El
hombre que hablaba raro se fue y vino otro que nos asignó una habitación que
estaba llena de otros como yo. En la
cama que me dieron apenas me cabía medio cuerpo, por lo que tenía que dormir
inclinado.
Al
día siguiente nos empezaron a entrenar en una disciplina muy extrema. Nos
enseñaban a utilizar armas y a sobrevivir con prácticamente nada. Esto ocurrió
en apenas dos semanas, en las que conseguí más ó menos adaptarme.
Al
principio no me integraba muy bien, hasta que conocí a un niño llamado Ibrahima. A pesar de que tenía cuatro
años más que yo y que ya llevaba allí seis, me inspiraba mucha confianza pues
era uno de los líderes de nuestro grupo. Ibrahima
me contó su historia y la de otros, de cómo llegaron a ese lugar, que cada vez
me parecía menos terrible.
Le
conté mi historia y todas mis confidencias, llegó a ser como un hermano para
mí.
Un
mal día, me enteré de lo que había pasado en aquella asamblea a la que había
acudido mi padre el día de mi recogida (aquello fue una masacre…). Habían
irrumpido los “extraños” y habían matado
a todos los hombres de la aldea, dejando viudas a sus mujeres. Al
enterarme de esto, aumentó mi rabia. Aún peor fue cuando me enteré de que Ibrahima había participado en la
incursión. El se justificó diciendo que había sido engañado.
Al
tener como amistad a Ibrahima los
soldados me respetaban más, ya que a pesar de que él tenía solo 16 años, su
rango y su experiencia le convertían en un hombre de honor ante mis superiores.
Los
niños de mi alrededor iban cambiando de personalidad, pues al principio odiaban
a los “extraños”, pero ya a estas alturas pasados casi año y medio les
empezaban a admirar. Yo no podía admirarlos de esa manera después de saber lo
que hicieron con mi padre.
Otra
cosa que no entendía era porqué los niños se reían de mí. Deduje que era porque
yo no estaba tan interesado como ellos en las armas y en mi preparación física,
hasta que me enteré por la forma en la que miraban a Ibrahima con aquella sonrisa y él les guiñaba el ojo. En ese
momento vi claro que él me engañaba desde el principio y me partió el corazón.
Un día fue un niño como yo pero eso había cambiado. En ese momento me sentí
hundido, ya que Ibrahima era lo único
que me quedaba. Yo me quería quitar de en medio, pero recordé la frase de mi
madre gritando que resistiese. Tenía que hacer justicia y satisfacer mis ganas
de eliminar a Ibrahima pero algo en
mí me decía que no. Aún así tuve que hacerlo. Al anochecer cuando ya llevábamos
dos horas acostados y tocaba el cambio de guardia, colándome por la letrina de
mi caseta me deslicé hasta llegar a la suya. Él dormía plácidamente, ignoraba
lo que yo había descubierto. Conseguí
arrastrarme hasta su cama y con un cuchillo de apenas tres dedos descargué toda
mi furia lentamente, sin hacer ruido. Al volver a mi cama, me di cuenta de que
no volvería a ser el mismo, pues me he convertido en uno de ellos, “un
extraño”……..
Alejandro
Gozalo Yáñez - 4ºE- Nº 9
Comentarios
Publicar un comentario