Alejandro Gozalo (Aquellos "extraños")





AQUELLOS “EXTRAÑOS”

Mi nombre es Madou. Yo solo era un niño de apenas 11 años, cuando vinieron dos extraños a mi casa armados. En aquel momento estaba yo solo con mi madre y mi hermanita de 3 años, pues mi padre estaba en una asamblea del pueblo. Mi madre intentó por todos los medios que aquellos hombres no me llevaran consigo, incluso ofreciéndose a sí misma, pero fue inútil. Me metieron en una furgoneta en la que había niños de otras tribus. Cuando ya arrancó el vehículo distinguí entre los ruidos del motor la voz de mi madre gritando: “aguanta, aguanta hijo mío y algún día volveremos a estar todos juntos”. 
Cuando me quise dar cuenta llegamos a un lugar muy extraño. Se acercó un  hombre a nosotros que parecía mirarnos con desprecio y hablaba un idioma extranjero.
En aquellos momentos no era consciente de la gravedad de la situación, pues todo parecía estar pasando muy rápido y no me dio tiempo a reaccionar.
El hombre que hablaba raro se fue y vino otro que nos asignó una habitación que estaba llena de otros  como yo. En la cama que me dieron apenas me cabía medio cuerpo, por lo que tenía que dormir inclinado.
Al día siguiente nos empezaron a entrenar en una disciplina muy extrema. Nos enseñaban a utilizar armas y a sobrevivir con prácticamente nada. Esto ocurrió en apenas dos semanas, en las que conseguí más ó menos adaptarme.
Al principio no me integraba muy bien, hasta que conocí a un niño llamado Ibrahima. A pesar de que tenía cuatro años más que yo y que ya llevaba allí seis, me inspiraba mucha confianza pues era uno de los líderes de nuestro grupo. Ibrahima me contó su historia y la de otros, de cómo llegaron a ese lugar, que cada vez me parecía menos terrible.
Le conté mi historia y todas mis confidencias, llegó a ser como un hermano para mí.
Un mal día, me enteré de lo que había pasado en aquella asamblea a la que había acudido mi padre el día de mi recogida (aquello fue una masacre…). Habían irrumpido los “extraños” y habían matado  a todos los hombres de la aldea, dejando viudas a sus mujeres. Al enterarme de esto, aumentó mi rabia. Aún peor fue cuando me enteré de que Ibrahima había participado en la incursión. El se justificó diciendo que había sido engañado.
Al tener como amistad a Ibrahima los soldados me respetaban más, ya que a pesar de que él tenía solo 16 años, su rango y su experiencia le convertían en un hombre de honor ante mis superiores.
Los niños de mi alrededor iban cambiando de personalidad, pues al principio odiaban a los “extraños”, pero ya a estas alturas pasados casi año y medio les empezaban a admirar. Yo no podía admirarlos de esa manera después de saber lo que hicieron con mi padre.
Otra cosa que no entendía era porqué los niños se reían de mí. Deduje que era porque yo no estaba tan interesado como ellos en las armas y en mi preparación física, hasta que me enteré por la forma en la que miraban a Ibrahima con aquella sonrisa y él les guiñaba el ojo. En ese momento vi claro que él me engañaba desde el principio y me partió el corazón. Un día fue un niño como yo pero eso había cambiado. En ese momento me sentí hundido, ya que Ibrahima era lo único que me quedaba. Yo me quería quitar de en medio, pero recordé la frase de mi madre gritando que resistiese. Tenía que hacer justicia y satisfacer mis ganas de eliminar a Ibrahima pero algo en mí me decía que no. Aún así tuve que hacerlo. Al anochecer cuando ya llevábamos dos horas acostados y tocaba el cambio de guardia, colándome por la letrina de mi caseta me deslicé hasta llegar a la suya. Él dormía plácidamente, ignoraba lo que yo había descubierto.  Conseguí arrastrarme hasta su cama y con un cuchillo de apenas tres dedos descargué toda mi furia lentamente, sin hacer ruido. Al volver a mi cama, me di cuenta de que no volvería a ser el mismo, pues me he convertido en uno de ellos, “un extraño”……..


Alejandro Gozalo Yáñez - 4ºE- Nº 9

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