Marta Martínez (Como conseguir mucho con muy poco)





CÓMO CONSEGUIR MUCHO CON MUY POCO
No puedo presumir de haber vivido una infancia fácil y acomodada. Mi nombre es William Kamkwamba y tengo 20 años. Conseguí hacer de nada un mundo con mi esfuerzo y superación. Voy a contaros de que estoy hablando…
            Nací en Masitala, una pequeña aldea a dos horas en camioneta de la capital de Malawi. Viví en la más absoluta pobreza; Sin agua corriente, una casa en condiciones, ni mucho menos electricidad. Pero yo siempre fui un pequeño con carisma y ganas de superarme. Como comprenderéis, mi infancia no fue la que todo niño hubiera deseado afrontar. Podía ver como algunos de mis amigos morían por infecciones, o incluso de hambre. Yo vivía en una choza con mis seis hermanas y mis dos padres. No puedo decir que era infeliz, pero tampoco era todo lo feliz que podía ser.
            No fui escolarizado. Las escuelas en mi aldea costaban ochenta dólares al año, una cantidad que mis padres no podían permitirse. Mi familia, de unos veinte miembros aproximadamente, y yo, nos dedicábamos al cultivo del tabaco, tal y como la gran mayoría de la aldea hacía durante toda su vida. Pero yo no quería vivir esa vida. Y sabía que si alguien era capaz de cambiarla, ese sería yo mismo.
            Y llegó ese día que tanto esperaba. La luz que entró por la ventana me cegó e hizo que saliera de la cama de un salto. Más aun cuando mi madre me dijo: ¡William, tenemos provisiones! ¡Los misioneros de la ONG han llegado! – Salí corriendo de la emoción. Todos corrían para obtener alimentos, mientras yo prefería detenerme en ojear las revistas que traían como modo de entretenimiento. Y vi una que me interesó especialmente… Era un ejemplar de la revista educativa de ciencias que explicaba como convertían el viento en electricidad en los países desarrollados. ¡No podía creerlo!
            Masitala es conocida por ser una aldea dotada de fuertes vientos que soplan en varias direcciones. Y, como ya os he contado anteriormente, no recibíamos electricidad. Al ver lo que esa revista contaba, me quede asombrado. Asombrado y motivado. Entró en mi cabeza la aspiración de crear uno de esos artilugios que convertían el viento en electricidad. Pero… ¿Qué diría mi madre cuando se lo contase?
            Mi madre se llama Agnes Kamkwamba. Siempre ha sido y será un gran exponente en mi vida. Por ello, antes de empezar con mi proyecto, debía consultárselo… Y así fue. Y mi madre se rió, me dio una palmada en la espalda y dijo: “Hijo mío, déjate de tonterías. Solo tienes 14 años. Dedícate a cultivar tabaco, y no pierdas el tiempo. Sé que eres un niño con muchas cualidades, pero en esta aldea no tenemos provisiones. Para crear ese tipo de máquinas necesitas muchos materiales que aquí nunca podremos obtener…”
            Y me fui. Por una vez creí que no debía hacer caso a mi madre.
No podía quitarme esa idea de la cabeza, así que decidí intentarlo. Estuve  buscando materiales y debatiendo en mi cabeza modos de construir el molino, y no me detuve.
            Encontré una vieja bicicleta, que serviría de motor. Un ventilador de un tractor abandonado, que serían las aspas de mi molino. Madera de eucaliptus que mi padre me ayudó a obtener, y los desechos de agricultores vecinos que me servirían para montar mi artilugio.
            Y así fue. Puse una pieza con la otra, y conseguí reunir los 10 dólares que costaba una dinamo en condiciones. Esta iba unida a un viejo hilo de cobre, que la conectaba a una deteriorada batería de tractor. Pieza con pieza concluía en una bombilla iluminada. Iluminada. Como las caras de los habitantes de mi aldea, atónitos ante mi invento. Mis padres no podían creerlo… Poco a poco lo fui mejorando, y finalmente mi aldea estaba poblada de molinos de viento que consiguieron suministrar electricidad a todas las casas.
            Una mañana desperté ante una grata sorpresa… Había un grupo de personas desconocidas, con ropa de calidad y unas enormes cámaras alzadas a sus hombros. No podía creer lo que estaba sucediendo… Vi como mi vida cambiaba.
            “¿Es usted William?” –Decían. –“Sí, soy yo”.
            Y mi vida nunca volvió a ser la que era. Hoy miro atrás y no puedo creer lo que conseguí con una vieja bicicleta y un ventilador de tractor. Hoy vivo en Manhattan, Nueva York. Tras aquella entrevista he dedicado el resto de mis días a publicitarme, salir en televisión, contar mi historia a los cuatro vientos para conseguir dinero que donar a mi aldea. Incluso escribí un libro, a pesar de no haber recibido nunca una educación.
Miro atrás y veo a un pobre niño que quería cambiar su mundo, pero nadie creía en el. Me propuse una meta que acabe consiguiendo. Y yo creo que conseguir lo que quieres puede hacerte feliz, y eso es lo que a mí me importaba. Durante todo este tiempo buscaba la felicidad, no una casa en Nueva York o la fama. Por ello puedo decir que estoy orgulloso de mí mismo.

Comentarios